sábado, 30 de noviembre de 2013

Capítulo 8: Trauma.

  


                -Espera, espera ¿Seguro que intentó besarte o…?

                -¡Fiona, joder! Es lo que está diciendo-exclamó Alana, enfadada-¡Qué fuerte!

Llegados a ese punto, quería matarlas a las dos. Intentaba en vano que hablaran en voz baja y se calmaran, pero había conseguido el efecto contrario. Bufé con energía y puse los ojos en blanco.

                -Os gusta coger mi paciencia y agotarla, os encanta hacerlo.

                -Erín, está casa es enorme, tienes suerte si hay alguien en un radio de quinientos metros-susurró Alana. Ahora hablaba en voz baja la muy...

La fulminé con la mirada y ella se río por lo bajo, mientras yo me convencía de que había sido un error llamarlas.

                -Superman tiene novia pero no la quiere, es evidente-terció Fiona, frotándose la barbilla-¿Y te la pone de enfermera? Tuvo que golpearse fuerte...

                -No es que no la quiera, es que no recuerda que lo hace-murmuré con tristeza. La realidad era así de incomprensible y dura. No dejaba a nadie indiferente. Y menos a mí y mis nuevas cosquillas en el estómago cada vez que él cruzaba mis pensamientos. 

                -Ni siquiera sabemos si volverá a recuperar la memoria… O si antes del accidente tenían problemas.

                -No importa-les solté enfadada. Llevaban aquí una hora y estaba cansada de ese mono tema-Ni siquiera sé por qué estamos hablando de esto.  Él no me importa.

Fiona me miró fijamente con sus ojos claros y pude ver como sus mejillas salpicadas de pecas se coloreaban.

                -¿Crees que vas a engañarnos a nosotras? Es normal que te guste alguien que te salvó la vida, que se preocupa por ti y que te aloja en su casa… No tienes que ser siempre fría y dura.

Fría y dura. Las palabras me retumbaron unos segundos en los oídos. Así era y mis amigas lo sabían, aunque no estaba del todo segura de que yo misma me viera así. Me imaginé como un monstruo solitario, un búho incapaz de sentir nada, viviendo en un lugar fúnebre y oscuro… Mi subconsciente se esmeró tanto en el boceto, que un escalofrío me recorrió la espalda. No quería acabar así. Una amargada con tendencias suicidas. 

Quizá ese golpe en la cabeza me estuviera volviendo loca.

                -No soy tan fría-susurré y agache la cabeza, en una actitud infantil. 

                -Fiona, eres imbécil… ¿Por qué tienes que decir eso?-le replicó Alana, aunque de sobra sabía que tenía parte de razón-No eres fría ni dura, cariño.

Ese era el problema con Alana, que desde que desperté del coma, me trataba con dulzura y cuidado, como si cualquier cosa a mí alrededor pudiera hacerme daño y fuera tan frágil que no pudiera soportarlo. Odiaba esa sensación.

                -No pasa nada, es cierto-dije, no muy animada.

                -No, lo siento-se disculpó Fiona. ¡Mierda de amiga y su sinceridad!

Y en otras condiciones, nunca lo habría hecho. Me hubiera dicho alguna frase deliciosa semejante a << Si te duele, es porque he dicho la verdad>> y nunca lo hubiera retirado.

Así que sonreí, le di la mano, fingiendo que su disculpa era lo que quería escuchar y le dije:

                -No pasa nada.

Después, el tal Dean nos subió un aperitivo muy dulce. “El abuelo mayordomo” estaba de mejor humor que por la mañana y hasta me preguntó cómo me encontraba. Luego nos contó que la tarta la había preparado su mujer. Llevaba nueces y nata y estaba realmente rica. Ella esperaba que nos gustara (Ni siquiera sabía que teníamos cocinera). Su educación y etiqueta me dejó sorprendida y me pregunté qué pensaría de los gritos que habíamos pegado durante toda la tarde.

Mis amigas se fueron sobre las nueve de la noche y yo, casi no podía pronunciar una sola palabra. Estaba agotada. Ellas me agotaban.

Llegué como pude a la bañera (Impresionantemente grande y antigua) y accioné el grifo del agua caliente para llenarla. El baño era enorme y azul… Las paredes estaban decoradas con cientos de pequeños baldosines de azul oscuro y todo era muy ¿Barraco? Con detalles dorados y cenefas que no pertenecían al siglo XXI.

Aunque las barras metálicas para ayudarme desentonaban un poco con la temática. Pero bueno, supongo que no iban a ponerme vigas romanas en su lugar. 

Me metí despacio, gruñendo de placer. Por fin un momento delicioso para mi sola. Sonreí satisfecha por seguir en Irlanda, por empezar de nuevo y por haber salido del hospital. Intenté no pensar en mañana, en Jim y nuestro encontronazo. El día había sido demasiado largo y mi cuerpo se quejaba para que le diera su merecido descanso.

Así que dichosa e ignorante, sumergí la cabeza en el agua y la espuma con olor a azahar.

Abrí los ojos y vi el techo ondulado y borroso del baño. No oía nada, todo estaba en calma... entonces empecé a escuchar un pitido en mis oídos. 

Y de repente, dejé de estar en la bañera. Volví a aquella tarde, al acantilado, al mar...

El agua me zarandeaba de un lado a otro, intentaba aguantar la respiración y salir a la superficie, pero lo segundo era prácticamente imposible. Me ahogaba y llegaba el momento de empezar a tragar agua. Yo luchaba con uñas y dientes por no morir allí. Notaba los golpes por todo el cuerpo y decidí cerrar los ojos, esperar a que terminara de una manera u otra.

Dejar de escuchar ese pitido.

Cuando salí del agua, empecé a toser el agua perfumada y a gritar desgañitando mi garganta entre sollozos y gritos que nunca pensé que podían salir de mí. Estaba aterrada y temblando. No sabía que me estaba pasando, pero no estaba cuerda. De eso estaba segura.

Salí del agua, arrastrando mi cuerpo con una fuerza descomunal. Me caí al suelo de mala manera, boca abajo, golpeándome la barbilla y seguí con los alaridos en el suelo. No era capaz de parar, de escuchar ese sonido en mi cabeza. Pensé que iba a morir y culpé a las sales de baño. Sí, un pensamiento ridículo más que añadir a la lista. 

El miedo era brutal y extraño, nunca antes había temido algo así y no sabía qué hacer. No pensaba racionalmente, pero quería que el terror terminara.

Entre alaridos, repetía cosas reiteradamente. Por favor fue lo único que logré pronunciar con nitidez.

Alguien me cogió por los hombros y me dio la vuelta. Era Jerry. Lo que vino después fue un cúmulo de acciones: Le pegué al duendecillo en la cara y forcejeé con él, gritándole cosas horribles. Él me decía cosas como <<Ya está>> <<No pasa nada>>, pero no podía escucharle.

Entonces, me pinchó algo con energía en el brazo. Las pocas fuerzas que me quedaban las usé para agarrar su cuello con mis manos y mirarlo fijamente. Dejé de gritar y me fijé en sus ojos llenos de tristeza que me tranquilizaron. Ahora flotaba en una nube que se alejaba, hasta que perdí el conocimiento.


Me había vuelto loca y no sabía dónde estaba. Eso es lo que pensé al despertarme.

Abrí los ojos, jadeante,  saliendo de algún sueño horrible, aún con el miedo en el cuerpo. Me dolía la garganta y pensé que me estaba quemando con algo. Pero allí estaba, mi cuello desnudo. 

Jerry estaba a mi lado, con arañazos en la cara y un ojo morado. Mierda... había maltratado al duendecillo. Llevaba su corbata de lunares y me dedicó una sonrisa al verme despierta. Se sentó en la cama y me estrechó el hombro. Ya no parecía mi duendecillo de siempre. Tenía un gesto extraño que no conocía en él, lejos de su ironía y su humor personal.

Me sentí la peor persona del mundo por haberle hecho eso. Abrí la boca para disculparme y quizá llorar, pero me paró en seco.

                -No intentes hablar, te has destrozado la garganta gritando-dijo con delicadeza. Eso también era nuevo-Estás... traumatizada, Erín... Me temía que esto pudiera pasar, por eso me he mantenido cerca. Cuando pasa, puedes sufrir ataques como el de anoche. Te sedé y has dormido unas veinte horas… Aunque has tenido más episodios-La última frase la pronunció con dolor.

                -Lo siento…-susurré. La garganta me ardía igual que si me hubiera puesto una plancha al rojo vivo encima.

Suspiré y me toqué la barbilla que dolía tanto que parecía que estaba partida en dos.

Así que esa había sido la razón por la cual Jerry no se separaba de mí, la razón por la cual intentaba que hablara del accidente. Esperaba el bum, la explosión, la bomba atómica. 

Al pensar de nuevo en ese momento, recordé el mar, el pitido y me eché a llorar.

No me reconocía. Estaba hecha de miedo y quería que no fuera así. Me sentí imbécil por haberme sumergido en la puta bañera. De haberme tirado al mar, aunque no tuviera ni idea de porqué lo había hecho.

Pensé en Jim y comencé a hiperventilar, hasta que Jerry se vio obligado a volver a sedarme.

Desperté no muy convencida de dónde estaba ni qué hora era. Solo necesitaba ir al baño antes de que mi vejiga explotara. Mi habitación estaba oscura, pero entraban rayos de luz por el trozo de ventana que no estaba cubierto por la persiana. Ya no me dolía tanto la garganta y eso era un alivio. Me removí un poco dentro del nórdico y miré a mí alrededor.

Jim estaba tumbado en un sillón, al lado de mi cama, lo debían haber colocado allí mientras estaba sedada o quizá no me había dado cuenta antes de que ese mueble estaba allí. Dormía en una postura extraña pero sexy que hacía que se me callera la baba. ¿Por qué no pensar en eso cuando tu vida es una mierda? Seguía siendo humana. 

Desvié la mirada y vi mi mesita de noche, dónde descansaban algunos sedantes a espera de que el monstruo volviera a despertar.  Negué, evitando ese pensamiento y volví a tener constancia de mi vejiga. Me levanté sin hacer ruido -por suerte llevaba una camiseta y la ropa interior puesta-, mareada, hasta que llegué a la silla sin problemas - raro-. Avancé hasta el baño y cerré la puerta.

Ahí estaba yo, delante de mi amiga la bañera… Aparté la mirada de ella y empecé a tararear una canción de Arcade Fire, The Suburbs, para no pensar de nuevo en lo que me provocaba ataques de pánico. Una bañera.

Si soy sincera, era consciente de que canturrear quedaba mucho menos cuerdo que callarse, pero ¿Qué iba a hacer? Cada vez estaba peor. 

Me miré en el espejo y observé que por fuera también parecía una loca. Tenía un ojo morado, el pelo revuelto y dos metros de ojeras. Muy atractiva, sin que quede muy obvio el sarcasmo. 

                -Genial-murmuré con una voz lejana a la mía.

Después de descargar unos litros, me recogí el pelo en una trenza que caía por mi espalda y me lavé la cara. Entonces, y antes de abrir la puerta, recordé que había estado desnuda en ese baño… Y que Jerry pudo no ser el único en verme. Mis mejillas se encendieron automáticamente, mientras giraba el pomo de la puerta. Mierda.

Me encontré con Jim de frente (oportuno era su segundo apellido). Levantado y mirándome con unos ojos parecidos a los de el duendecillo.

                -Erín-dijo, con su voz melosa y se lanzó a mí para abrazarme. Realmente me pilló por sorpresa, pero una muy agradable. Olía tan bien que dejé que mi nariz violara su pelo. 

                -Hola-susurré y me permití abrazar su cuerpo y deslizar mi mano por su espalda.

                -Te ayudo-de repente, me cogió en volandas antes de que pudiera decir nada. Me levantó en el aire y me llevó hasta la cama.

Disfruté el viaje y agarré su jersey con mi mano, apoyándome en su pecho. Vale, puede que me aprovechara de mi situación.

                -Gracias-murmuré y me aclaré la voz, que obviamente, no iba a volver a ser la misma con tanta facilidad.

                -No sabes… Lo asustado que… Lo asustados-se corrigió-que nos has tenido. Pero no te preocupes, Jerry te va a ayudar. Lo hizo conmigo.

                -¿Contigo?

                -Mi estrés postraumático es menos sutil. Simplemente no recuerdo nada. Pero lo voy superando, estoy mucho mejor.

Caí en la cuenta de que la amnesia podía ser algo bueno… Y me sentí la peor persona en el mundo por querer tenerla y olvidarme de todas estas "escenas".

                -¿Tienes hambre?-me preguntó.

                -Sí-contesté con energía.

                -Dean va a subirte algo ¿Cómo te encuentras?-estaba nervioso y adorable moviendo las manos intermitentemente sobre el colchón.

                -Cansada… un poco confusa-admití-supongo que es lo que toca si te da un ataque de locura.

Me acarició la mano durante unos segundos y agradecí su calidez en mi piel helada. La quitó deprisa, inquieto. Claro, tenía novia y aquello puede que no le hiciera sentir bien. 

¿Cómo no iba a estarlo? Su novia debía a estar en la habitación de al lado.

                -Voy a avisar a Jerry de que has despertado y que estás…-creo que la palabra que quería decir y no se atrevió a pronunciar era lúcida- enseguida vuelvo.

Reconozco que me encantaba que se preocupara de mí, que me mirara así otra vez.

También su culo en esos pantalones. 

Cuando salió me puse a darle vueltas a lo que venía ahora ¿Cómo dejas de tenerles miedo a las bañeras? Supe entonces que iba a ver mucho más de lo que quería al duendecillo.

Después de varios días de tranquilidad, mi karma me recordaba que seguía ahí, conmigo, recordándome las locuras que me pasaban factura.





3 comentarios:

  1. Per-fec-to. La parte en la que describías como se sentía Erín...Mientras lo leía, lo estaba viviendo y me he sentido muy mal; la pobre está hecha completamente de miedo y confusión. No olvides que te seguiré leyendo, aunque yo no haya escrito mucho en los últimos meses :(
    Bueno, que un besazo y que echaba de menos tu historia :*

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  2. Hola nueva lectora ,
    Ya me puse al día
    Simplemente me encantan son todos los capítulos perfectos

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