Allí estaba yo. De pie, frente al borde de un acantilado…
Observando las olas, que azotaban las rocas con furia y formaban un murmullo
sordo. Oía las risas de mis amigas a mi espalda, que tomaban el poco sol del
que disfrutábamos mientras charlaban sobre sus maravillosas y excitantes vidas,
bebiendo unos mojitos. Hasta aquí, todo normal. Tres amigas en pleno julio,
pasando el día en la costa, sino fuera por el hecho de que estaba planteándome
tirarme al vacío… Al mar. Acabar con todo, sin haberme parado a meditarlo
antes.
¿Qué porque? Bueno… Digamos que no estaba dispuesta a vivir
una vida sin sentido. Lo sé. Suena a tópico que una chica quiera suicidarse
porque su vida no tenga sentido, y si le añadiéramos un corazón roto, sería
algo cotidiano que no le sorprendería a nadie. Pero no, ni corazones rotos ni
tragedias personales de las que os harían derramar unas cuantas lágrimas...,
simplemente era yo. Y para mí, era un sinsentido ser yo.
Mi vida se resumía en tres acciones: Estudiar, alimentarse e
intentar caminar sin tropezar -¿Hay algo más ridículo que dar un traspié en
medio de la calle?- Intentaba seguirlas al pie del cañón, lo demás era
secundario. Y lo secundario se basaba en otras cuantas acciones tontas como
relacionarme, dormir, divertirme, o esforzarme. Era estudiante de tercer año de
Historia del arte en la universidad de Dublín, y digo era porque os recuerdo
que estoy a punto de suicidarme.
Mi familia vive a miles de kilómetros. Y no, no estamos
súper unidos. Más bien somos del tipo de familia de “Navidad y fiestas de
guardar” (Ya había avisado de lo ridículo que era) Cada uno acarrea con su
propio destino… Y claro que a veces pienso que soy imbécil por no agradecer mis
privilegios, cuando hay más personas con hambre en el mundo que las que suman las
poblaciones de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea juntas, pero ¿Puedo
hacer algo? ¿Una simple mujer que cree que su vida es una broma? ¿Alguien que
se levanta y lo primero que hace es suspirar con cansancio? Creo que no. ¿Qué
más? Tengo veintidós años, me llamo Erín Roach, vivo en Dublín y no soy ni
demasiado lista, ni demasiado guapa… Aunque disfruto del don divino de tener
dos pies izquierdos. Una más de este mundo de mierda.
Pues eso, volvamos al acantilado y al drama de aúpa que
estoy viviendo:
Una parte de mí estaba aterrorizada pensando en mi inminente
muerte ¿Dolerá? ¿No dolerá? ¿Durará? ¿Tendré un bonito cadáver? La última
pregunta estaba prácticamente contestada porque era un acantilado… No era uno
de los más altos de Irlanda, pero estaba segura de que el oleaje me iba a
llevar de un lado a otro, de un golpe a otro golpe con una fuerza
desgarradora. Un par de segundos agónicos antes de perder la consciencia.
Me acerqué un paso más al abismo y noté como el viento me
rogaba que volviera hacia atrás. De repente, mi parte cuerda me aseguró que era
una locura, que dejara el pie izquierdo justo donde estaba y retrocediera con
el derecho. Pero no hice caso, debía llevar a cabo mi decisión… Porque mi vida
no tenía sentido y me fascinaba la idea de saber que era lo que sucedía después
de la muerte, si algo sucedía. Iba a enfadarme mucho con el mundo si no me
esperaba nada. Fuera como fuese, estaba a punto de descubrirlo palmándola.
Así que acerqué el pie derecho a la altura del izquierdo,
balanceando mi cuerpo en el borde de la piedra cubierta de musgo y me hice una
última pregunta ¿Quería acabar con mis sueños? Obviamente algo de eso tenía.
Acabar la carrera, trabajar en el Louvre de París… Pero con la suerte que
necesitaba, estaba segura de que no lo iba a conseguir y de que acabaría como
profesora en un instituto, aguantando a un grupo de adolescentes con las
hormonas incontroladas, o peor aún, en paro.
No quería eso.
Alcé los brazos, en un instinto de esos poéticos que
conserva el ser humano y me sentí mal por mis amigas, ajenas a mi decisión.
Realmente las quería y seguramente estaba a punto de destrozarles la vida, pero
no eran más que daños colaterales.
Oí más murmullo… A lo mejor me estaba llamando, y en
cualquier momento tirarían de mí hacía atrás porque es lo que haría alguien
normal si no estuviera al fondo de una depresión o de una lucha interior.
En fin, era mi final. Mi último aliento. Mi última decisión.
Dejarme caer.
Entonces, todo fue una sucesión rápida de acontecimientos
revueltos: Cerré los ojos y escuché mi nombre. Mi cuerpo se inclinó hacia
delante en el aire con mucha velocidad y tuve una sensación muy parecida a
cuando baja un ascensor, superada con creces. Después, noté el agua helada
chocando con mi cuerpo. Mis poros se quejaron por ese contacto tan desagradable
y quise gritar, pero estaba completamente sumergida, así que solo abrí la boca.
Esperé a que pasara, saliendo a la superficie… Esperé a las
olas ansiosas por devorarme. No voy a mentir, estaba aterrada y me arrepentí de
utilizar esa ridícula manera para desaparecer. Abrí los ojos y cogí aire,
braceando como una loca. Frente a mí, una enorme cantidad de agua se me venía
encima… Me hundió de nuevo, y di vueltas como una muñeca de trapo. Ni siquiera
sabía si rendirme o intentar salir otra vez. Ya casi no me quedaba oxígeno en
los pulmones y justo cuando comencé a ascender, volví más adentro con una
fuerza desmesurada. Tenía que respirar, tenía que hacerlo… Mi cerebro mandaba
instrucciones precisas para que inhalara (La última voluntad de mi cerebro)
aunque yo intentaba aguantar sin hacerlo, incluso tuve tiempo de plantearme si
mi cabeza podía explotar –Son las cosas que piensas cuando vas a morirte- Pero
entonces, desafiando a todas mis sospechas y especulaciones, algo tiró de mi
pie. Creí que era un tiburón –Definitivamente desvariaba- y a continuación un
golpe que ni dolió. Nada más. Ni agua, ni olas, ni tiburones. Así llegué a la
oscuridad más profunda y aterradora que recuerdo.
Pero esta no es la historia sobre como acabé mi vida, sino
de cómo vivía en el infierno del sinsentido, como acabé con él, y como nací de
nuevo en otra vida que planeaba ser peor que la anterior.
¿Conocéis los inventos de las diferentes religiones de este
mundo para que los individuos vayamos por el camino recto? Me refiero a todo
ese puñado de términos llevados a extremos como son el castigo divino, el
karma… Pues bien, dictaminan que si llevas una buena vida, no tienes de que
preocuparte porque serás recompensado, pero si te tuerces, se te devolverá en
una serie de acciones que te mereces por ser un mal cristiano. Pues bien,
conmigo se enseñaron.
No morí al caerme por los acantilados. Fui un milagro, una
de esas personas de la que los médicos suelen expresar frases épicas como “Tiene ganas de vivir” o “Está luchando con uñas y dientes para seguir con nosotros”. Son mentiras absurdas ¿Qué
iba a estar luchando si estaba en coma y medio muerta?
Medio muerta cuatro semanas, conectada a un respirador de
los que hacen ruiditos junto con algunas máquinas más. Claro que durante este
tiempo la consciencia se disuelve y es relativa. No hay noción del tiempo ni de
la realidad. Tan fácil como dormir, seguro que más incluso que eso, sin tener
que someterte a ningún tipo de dolor. No recuerdo nada de ese periodo. Pase del
mar a una cama de hospital en segundos.
Aquí es cuando empieza la agonía, además de un sin fin de circunstancias a las que yo era ajena y que propiciarán que mi vida cambie completamente.