lunes, 16 de diciembre de 2013

Capítulo 10: Esta soy yo intentando ser otra persona.




Hicimos una pequeña excursión a urgencias, dónde finalmente, pasamos unas horas muy largas. Para nada, porque yo estaba bien y sólo querían cerciorarse. 

Éramos un grupo un tanto raro que alborotó la planta baja del hospital. Yo hacía bromas inteligibles que a nadie parecía hacerles gracia y los demás, bueno, discutían y estaban cansados. Al principio, como la fiebre me tenía drogada, no les presté atención, pero conforme pasaban las horas y los antibióticos hacían efecto, la realidad se aclaraba. Hasta que al final fui consciente del todo. Demasiado. Y rogué porque la temperatura me subiera de nuevo, porque me sedaran y no tuviera que ver aquello. 

Jim estaba sentado en una cama a mi lado y tenía la mirada perdida en el suelo. Jerry y Diana discutían fuera y sus voces traspasaban el cristal que separaba la sala de espera de la zona de camas.

                -Te dije que no saliera ¡Y la sacas tú mismo!-le gritaba Diana, que tenía un gesto que bien presagiaba que iba a morderle.

                -¿Por qué no has venido está mañana?-le preguntó Jerry-No le distes las pastillas... 

                -¡Anoche nos pelamos!-exclamó ella y de repente, se echó a llorar.

Incluso para mí en ese estado, resultaba triste la historia de la pobre chica a la que su novio había olvidado.
Incluso para mi...


                -Deberías ir a hablar con ella-susurré a Jim, que despertó de repente de su ensueño y me miró confundido.

Aun así, estaba adorable…Yo sin embarco era demasiado superficial y no podía evitarlo. El pobre estaba pasándolo mal y yo me fijaba en su físico. 

Genial.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Capítulo 9: La luz en un túnel muy largo.




Las siguientes semanas fueron una total monotonía que consistía en hacer esfuerzos continuamente: Esforzarme en levantarme, en charlar con Jerry, en avanzar, caminar… Ni siquiera era consciente de que hacía hasta que lo hacía. Y entonces, me preguntaba por qué el día era tan largo.

Cosas inexplicables de estar en shock.

Estaba aburrida continuamente y mis ganas de comer habían desaparecido. Mis avances no eran más que inútiles palos de ciego en alguna dirección errónea que no paraban de marearme.

Las madrugadas eran lo peor. Me despertaba gritando en mitad de la noche, sudando como un pollo y aterrada por alguna deliciosa pesadilla en la que me bañaba con delfines (por decirlo de manera suave). Empezaba a actuar de manera odiosa y llegó un momento, en que realmente quería matar a Jerry y a todo aquel que vivía en esa casa. Llevaba demasiado tiempo allí metida, pero me daba igual. Ya no era Erín, era una idiota con insomnio y mal genio. Una delicia para cualquiera que estuviera a mi alrededor. 

Mis amigas dejaron de venir, Jim dejó de llamar a la puerta y Jerry… bueno, Jerry se quedaba a dormir demasiadas noches. Incluso a él, que era la única persona en que podía confiar, lo trataba mal.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Capítulo 8: Trauma. Parte 2.




Cuando era pequeña, como casi todos los niños amantes de Harry Potter, iba la primera a las librerías el día del lanzamiento del siguiente libro. Una de esas veces, me hicieron una entrevista para la televisión nacional de Irlanda. Recuerdo una pregunta que me hizo rebanarme los sesos entonces (y acabar con la paciencia de mi madre); ¿Qué es lo que harías si tuvieras una varita mágica?

Pero frente a Jim, en aquel momento, con quince años más, la respuesta era más sencilla.

No quería una varita

¡Necesitaba una puta capa de invisibilidad!


Si os preguntáis porqué… Digamos que tuvimos la conversación más embarazosa de la historia de las conversaciones embarazosas, cuando el querido señor Superman dejó caer que me había visto desnuda, volviéndome loca en el suelo del baño.

No sé qué se me pasaba por la cabeza para no haberlo siquiera intuido. Claro que me había visto. Estaba en su casa y estaba gritando. Obviamente había ido a ver qué pasaba.

Así que después de que me llevara a la habitación un suculento plato de espaguetis, de que se sentara a mi lado y me sonriera, después de que yo le volviera a mirar pensando en lo guapo que estaba… Me soltó la bomba.

                -Menos mal que estás mejor. Cuando te vi así… -la frase se quedó en el aire. A él le cambió la cara a un gesto que claramente decía << ¿Por qué acabo de cagarla?>> y a mí, bueno… soy yo.

                -Joder. No. Me viste desnuda y teniendo un ataque de locura… Genial-solté en tono irónico y empecé a reírme de una manera que afianzaba el hecho de haberme vuelto loca en una bañera.

                -Erín no… yo no…-balbuceaba Jim, rojo como un tomate.

                -Creo que de… deberías irte y dejarnos a mí y a mi dignidad unos minutos. Por favor-le susurré. Él asintió varias veces, convencido de que no estaba diciendo ninguna tontería.

Cuando se fue, me tapé la cara con ambas manos ¿Cómo iba a volver a mirarle?

En ese instante, estaba convencida de querer salir de allí, de cerrar la puerta a que todos en esa casa escucharan mis gritos.

Una vez más, me equivocaba.

Oí de nuevo la puerta y pensé que era él, dispuesto a decirme que esa noche no había estado en casa (Hubiera preferido la mentira). Pero no, era Jerry.

Me alegré de verle, pero no solo porque no fuera el señor Superman, sino porque le había dejado un ojo morado. Le había gritado cosas horribles… Y no había podido pedir perdón de manera sincera. Lo que me sorprendió es que su mirada volvía a ser la misma de siempre, incluso con el ojo morado. Alzó las cejas y formó una sonrisa burlona mientras cerraba la puerta.

                -Veo que anoche estuviste de juerga- dijo, llegando a mi lado. Su humor también volvía a la normalidad.

                -Llegué tarde y bebida-repuse, ayudada de mi voz ronca.

Suspiró y se sentó dónde hacía unos minutos había estado Jim. Y volví a pensar en él, en mí y en el momento bochornoso. Jo-der.

                -Me alegra que me sigas las bromas.

                -Y a mí que no me hayas denunciado por destrozarte la cara.

                -No te preocupes, no es más que un ojo. Me hace parecer atractivo-se rio por lo bajo y sacó un cuaderno de notas-Ahora hablemos en serio ¿Cómo te encuentras? ¿Has tenido pesadillas?

                -Intermitentes, supongo que por los sedantes de caballo que me diste.

                -Erín, el miedo irracional es algo que tenemos que controlar. 

                -¿Sabías que iba a pasar esto?-le pregunté decidida, aunque tenía muy clara la respuesta.

                -Me dedico a casos difíciles. Como el tuyo y él de Jim-Genial, ahora éramos un mismo saco-Sabía que esto iba a pasarte factura, antes o después. Las semanas que has tenido anteriormente han sido un breve periodo de negación. Me convencí de que era así con el flashback del ascensor.

                -Era la calma que precede a la tempestad-reconocí, citando esa frase que no estaba segura de dónde la había oído. 

                -Exactamente. Desde luego necesito positividad por tu parte, ganas de avanzar.

Las tenía, odiaba las pesadillas y ese terror que me hacía perderme a mí misma, pero era ridículo que sin saber que había intentado suicidarme, me dijera esas palabras tan obvias. El duendecillo seguía siendo mi dolor de muelas, mi karma personalizado.

Me quedé callada unos segundos, mirando fijamente los hoyuelos que se formaban entre sus mejillas.

                -Claro-dije finalmente.

Sonrió y los hoyuelos se volvieron más pronunciados.

                -Por ahora, empezaremos con algo sencillo ¿Qué sueñas?

Volvía a odiar a ese duendecillo y su actitud simpática y despreucupada. No quería contar esas cosas en voz alta, estar expuesta, volver a oler el miedo… Pero de nuevo, era él o yo, y yo no solía ganar desde hacía años.

Cogí aire, miré el colchón y retorcí las sábanas con mis manos sudorosas.

                -Me ahogo… Y oigo un pitido-murmuré con voz ahogada.

Casi podía oír ese sonido, aunque sabía que me lo estaba inventando. Mi locura avanzaba y lo notaba igual que si me estuvieran retorciendo la garganta.

              -¿Cómo cuando te sumerges en el fondo del mar y los oídos…?

Noté un escalofrío por la espalda y tragué saliva. Me estaba empezando a marear y solo era una pregunta. Me froté las sienes y desvié la mirada a la mano veloz de Jerry, que escribía con decisión sobre el papel. Estaba fatal, un puto desastre. 

-Sí… es… algo así.

-¿Qué sientes?

Otra pregunta. Otro jarro de agua fría que me dejaba tiritando y desnuda. Me convencí de que podía, de que tenía que aguantar fuera lo que fuese porque no era una cobarde. Era Erín Roach. Me aclaré la garganta y cerré los ojos, sintiéndome imbécil y vulnerable.

                -Desesperación. 

La palabra resultó ser muy larga o demasiado realista... Mi respiración empezó a agitarse y llegados a ese punto, no me reconocía. Hola locura, encantada de volver a verte.

                -Necesito salir de allí y no puedo… Porque el agua no me deja. Y… y el pitido-seguí, con la voz quebrada-Hace frío.

                -Tranquila, estás aquí.

                -Sé que estoy aquí-gruñí.  

                -¿Qué pasa después?

                -No lo sé… ¿Qué pasa después?-repetí y eché un vistazo al duendecillo, que estaba un poco nervioso-No sé… Me ahogo, el agua me quema.

<<Mierda, respira, respira. >>

Me limpié las lágrimas con la manga de la camiseta y me froté las manos.

                -Erin…

                -¿No voy a volver a darme un baño? ¿Nunca más?

Ni siquiera sé cómo dije esa pregunta, ni porqué la dije… Pero fue ahí cuando comencé a perder de nuevo la cordura.

                -Será mejor que probemos con las duchas ¿Vale?-Me estaba hablando como a un bebé y eso logró alterarme más.

Todo se juntaba.

El mar.

El pitido.

Jim.

Yo.

Y volví a ir a cientos de kilómetros por hora.

                -Erin ya está. Hemos acabado. Erin, no pasa nada.

De pronto, las cosas empezaron a aclararse. Todo estaba “bien” y mi flashback había cesado. Agradecí que mi pulmón solitario no soportara el estrés y me hiciera desvanecerme de allí unos minutos.

Por lo menos uno de mis órganos me facilitaba las cosas.

Abrí los ojos y Jerry seguía ahí, preparado con un vaso de agua y esos ojos ¡Otra vez! Aunque por lo menos no le había pegado, así que me convencí de que ya era un avance importante.

                -Que mierda de terapia-admití con cansancio.

                -Que paciente tan mala-repuso él y me dio unas palmaditas en el hombro mientras se levantaba con dificultad.

                -¿Te vas ya?-le pregunté, para mi sorpresa. No quería estar sola, aunque fuera Jerry, el duendecillo era mejor que nada.

                -No creo que quieras que me quede más tiempo.

                -Y no quiero, pero… Iba a ducharme. No quiero hacerlo sola-estaba sonando como algo sexual y mientras me avergonzaba de ser tan idiota, me eche a reír. Había llegado a un nivel extremo de incoherencia.

                -Soy médico, Erin. No te avergüences. Además, si te quedas más tranquila, tengo novio.

Suspiré con alivio al saber que mi duendecillo era gay. Algo intuía con sus atuendos estrafalarios, pero no puedes juzgar a alguien por su aspecto y más si quien lo hacía era una suicida. Así que me encontré metida en la bañera, duchándome en una actitud algo previsora, delante de Jerry, que trastocaba la radio para coger bien una emisora decente.

                -¿Te gusta el rock?-me preguntó, mientras bailaba torpemente.

                -Me gusta el rock-contesté tensa.

El agua caía desde arriba a mi cuerpo, sin mucha fuerza. Estaba caliente, pero aun así, me incomodaba esa sensación.

                -Bueno, ¿Cómo vas? ¿El agua está fría o…?

                -No-respondí aunque sabía bien que lo preguntaba por el temblor de mi cuerpo-Está caliente.

                -Pues deja de tiritar.

¿Si era tan fácil porque no lo hacía? Claro, mi trauma.

                -¿Qué tal vas con Jim? Me ha contado que tuvisteis un encontronazo.

Imaginé una gran cantidad de insultos para mi querido Superman y su lengua viperina.

                -¿Te ha contado lo de mi apartamento?-cuestioné, apretando la mandíbula.

                -Soy su confidente.

                -¿Y por qué me lo estás contando a mí?

                -No te estoy contando nada.

Jerry y su sutileza. Lo odiaba. 

                -Bueno, mal después de saber que me vio desnuda y queriendo matarte.

Pensar solamente en esa situación me revolvió las tripas e hice un esfuerzo por no vomitarle encima.

                -Es curioso que él no viera eso-dijo, como una bomba. Fruncí el ceño y mi cara dejo paso a miles de dudas ¿En realidad no me había visto? ¿Qué cojones decía?-quiero decir, que no fue eso en lo que se preocupó.

                -No… No te entiendo.

                -Él tuvo una crisis justo después. Se puso muy nervioso. Pero se controló y pasó toda la noche conmigo mientras dormías. Me ayudó mucho. Diana no estaba y…

                -¿Por qué?-le corté, confundida. Estaba flipando y está vez no era porque me hubiera vuelto loca. 

                -Porque no duerme en esta casa, ella…

                -No, lo de Diana no me importa-le solté bruscamente (en realidad me importaba. Me alegraba de que no durmiera allí)-¿Por qué Jim…? ¿Por qué se…?-busqué las palabras exactas para formular la pregunta, pero por alguna razón inexplicable, ninguna me resultaba factible.

Por suerte, el duendecillo supo bien lo que me rondaba la cabeza e hizo lo que mejor se le daba; responder con otra pregunta.

                -¿Aún te lo preguntas?

Sus labios se elevaron un poco hacia arriba, sonriendo levemente.

Yo me puse roja como un tomate.

Y volví a tener en mente un momento muy embarazoso.

<<No puedo, Erin>> Esa frase, sus ojos azules…

No sabía que estaba pasando, pero ahí, en una ducha aterradora, frente a Jerry, supe que no me apetecía jugar. Ya tenía suficiente con todo ese miedo, con que mi cabeza fuera un lio y con todo lo demás. No iba a añadir otra mente perturbada a la ecuación, que junto con la mía, iba a dar un resultado que se alejaba un tanto de lo ideal.

Como siempre, me contradecía a mí misma. Porque cada día me gustaba más.






sábado, 30 de noviembre de 2013

Capítulo 8: Trauma.

  


                -Espera, espera ¿Seguro que intentó besarte o…?

                -¡Fiona, joder! Es lo que está diciendo-exclamó Alana, enfadada-¡Qué fuerte!

Llegados a ese punto, quería matarlas a las dos. Intentaba en vano que hablaran en voz baja y se calmaran, pero había conseguido el efecto contrario. Bufé con energía y puse los ojos en blanco.

                -Os gusta coger mi paciencia y agotarla, os encanta hacerlo.

                -Erín, está casa es enorme, tienes suerte si hay alguien en un radio de quinientos metros-susurró Alana. Ahora hablaba en voz baja la muy...

La fulminé con la mirada y ella se río por lo bajo, mientras yo me convencía de que había sido un error llamarlas.

                -Superman tiene novia pero no la quiere, es evidente-terció Fiona, frotándose la barbilla-¿Y te la pone de enfermera? Tuvo que golpearse fuerte...

                -No es que no la quiera, es que no recuerda que lo hace-murmuré con tristeza. La realidad era así de incomprensible y dura. No dejaba a nadie indiferente. Y menos a mí y mis nuevas cosquillas en el estómago cada vez que él cruzaba mis pensamientos. 

                -Ni siquiera sabemos si volverá a recuperar la memoria… O si antes del accidente tenían problemas.

                -No importa-les solté enfadada. Llevaban aquí una hora y estaba cansada de ese mono tema-Ni siquiera sé por qué estamos hablando de esto.  Él no me importa.

Fiona me miró fijamente con sus ojos claros y pude ver como sus mejillas salpicadas de pecas se coloreaban.

                -¿Crees que vas a engañarnos a nosotras? Es normal que te guste alguien que te salvó la vida, que se preocupa por ti y que te aloja en su casa… No tienes que ser siempre fría y dura.

Fría y dura. Las palabras me retumbaron unos segundos en los oídos. Así era y mis amigas lo sabían, aunque no estaba del todo segura de que yo misma me viera así. Me imaginé como un monstruo solitario, un búho incapaz de sentir nada, viviendo en un lugar fúnebre y oscuro… Mi subconsciente se esmeró tanto en el boceto, que un escalofrío me recorrió la espalda. No quería acabar así. Una amargada con tendencias suicidas. 

Quizá ese golpe en la cabeza me estuviera volviendo loca.

                -No soy tan fría-susurré y agache la cabeza, en una actitud infantil. 

                -Fiona, eres imbécil… ¿Por qué tienes que decir eso?-le replicó Alana, aunque de sobra sabía que tenía parte de razón-No eres fría ni dura, cariño.

Ese era el problema con Alana, que desde que desperté del coma, me trataba con dulzura y cuidado, como si cualquier cosa a mí alrededor pudiera hacerme daño y fuera tan frágil que no pudiera soportarlo. Odiaba esa sensación.

                -No pasa nada, es cierto-dije, no muy animada.

                -No, lo siento-se disculpó Fiona. ¡Mierda de amiga y su sinceridad!

Y en otras condiciones, nunca lo habría hecho. Me hubiera dicho alguna frase deliciosa semejante a << Si te duele, es porque he dicho la verdad>> y nunca lo hubiera retirado.

Así que sonreí, le di la mano, fingiendo que su disculpa era lo que quería escuchar y le dije:

                -No pasa nada.

Después, el tal Dean nos subió un aperitivo muy dulce. “El abuelo mayordomo” estaba de mejor humor que por la mañana y hasta me preguntó cómo me encontraba. Luego nos contó que la tarta la había preparado su mujer. Llevaba nueces y nata y estaba realmente rica. Ella esperaba que nos gustara (Ni siquiera sabía que teníamos cocinera). Su educación y etiqueta me dejó sorprendida y me pregunté qué pensaría de los gritos que habíamos pegado durante toda la tarde.

Mis amigas se fueron sobre las nueve de la noche y yo, casi no podía pronunciar una sola palabra. Estaba agotada. Ellas me agotaban.

Llegué como pude a la bañera (Impresionantemente grande y antigua) y accioné el grifo del agua caliente para llenarla. El baño era enorme y azul… Las paredes estaban decoradas con cientos de pequeños baldosines de azul oscuro y todo era muy ¿Barraco? Con detalles dorados y cenefas que no pertenecían al siglo XXI.

Aunque las barras metálicas para ayudarme desentonaban un poco con la temática. Pero bueno, supongo que no iban a ponerme vigas romanas en su lugar. 

Me metí despacio, gruñendo de placer. Por fin un momento delicioso para mi sola. Sonreí satisfecha por seguir en Irlanda, por empezar de nuevo y por haber salido del hospital. Intenté no pensar en mañana, en Jim y nuestro encontronazo. El día había sido demasiado largo y mi cuerpo se quejaba para que le diera su merecido descanso.

Así que dichosa e ignorante, sumergí la cabeza en el agua y la espuma con olor a azahar.

Abrí los ojos y vi el techo ondulado y borroso del baño. No oía nada, todo estaba en calma... entonces empecé a escuchar un pitido en mis oídos. 

Y de repente, dejé de estar en la bañera. Volví a aquella tarde, al acantilado, al mar...

El agua me zarandeaba de un lado a otro, intentaba aguantar la respiración y salir a la superficie, pero lo segundo era prácticamente imposible. Me ahogaba y llegaba el momento de empezar a tragar agua. Yo luchaba con uñas y dientes por no morir allí. Notaba los golpes por todo el cuerpo y decidí cerrar los ojos, esperar a que terminara de una manera u otra.

Dejar de escuchar ese pitido.

Cuando salí del agua, empecé a toser el agua perfumada y a gritar desgañitando mi garganta entre sollozos y gritos que nunca pensé que podían salir de mí. Estaba aterrada y temblando. No sabía que me estaba pasando, pero no estaba cuerda. De eso estaba segura.

Salí del agua, arrastrando mi cuerpo con una fuerza descomunal. Me caí al suelo de mala manera, boca abajo, golpeándome la barbilla y seguí con los alaridos en el suelo. No era capaz de parar, de escuchar ese sonido en mi cabeza. Pensé que iba a morir y culpé a las sales de baño. Sí, un pensamiento ridículo más que añadir a la lista. 

El miedo era brutal y extraño, nunca antes había temido algo así y no sabía qué hacer. No pensaba racionalmente, pero quería que el terror terminara.

Entre alaridos, repetía cosas reiteradamente. Por favor fue lo único que logré pronunciar con nitidez.

Alguien me cogió por los hombros y me dio la vuelta. Era Jerry. Lo que vino después fue un cúmulo de acciones: Le pegué al duendecillo en la cara y forcejeé con él, gritándole cosas horribles. Él me decía cosas como <<Ya está>> <<No pasa nada>>, pero no podía escucharle.

Entonces, me pinchó algo con energía en el brazo. Las pocas fuerzas que me quedaban las usé para agarrar su cuello con mis manos y mirarlo fijamente. Dejé de gritar y me fijé en sus ojos llenos de tristeza que me tranquilizaron. Ahora flotaba en una nube que se alejaba, hasta que perdí el conocimiento.


Me había vuelto loca y no sabía dónde estaba. Eso es lo que pensé al despertarme.

Abrí los ojos, jadeante,  saliendo de algún sueño horrible, aún con el miedo en el cuerpo. Me dolía la garganta y pensé que me estaba quemando con algo. Pero allí estaba, mi cuello desnudo. 

Jerry estaba a mi lado, con arañazos en la cara y un ojo morado. Mierda... había maltratado al duendecillo. Llevaba su corbata de lunares y me dedicó una sonrisa al verme despierta. Se sentó en la cama y me estrechó el hombro. Ya no parecía mi duendecillo de siempre. Tenía un gesto extraño que no conocía en él, lejos de su ironía y su humor personal.

Me sentí la peor persona del mundo por haberle hecho eso. Abrí la boca para disculparme y quizá llorar, pero me paró en seco.

                -No intentes hablar, te has destrozado la garganta gritando-dijo con delicadeza. Eso también era nuevo-Estás... traumatizada, Erín... Me temía que esto pudiera pasar, por eso me he mantenido cerca. Cuando pasa, puedes sufrir ataques como el de anoche. Te sedé y has dormido unas veinte horas… Aunque has tenido más episodios-La última frase la pronunció con dolor.

                -Lo siento…-susurré. La garganta me ardía igual que si me hubiera puesto una plancha al rojo vivo encima.

Suspiré y me toqué la barbilla que dolía tanto que parecía que estaba partida en dos.

Así que esa había sido la razón por la cual Jerry no se separaba de mí, la razón por la cual intentaba que hablara del accidente. Esperaba el bum, la explosión, la bomba atómica. 

Al pensar de nuevo en ese momento, recordé el mar, el pitido y me eché a llorar.

No me reconocía. Estaba hecha de miedo y quería que no fuera así. Me sentí imbécil por haberme sumergido en la puta bañera. De haberme tirado al mar, aunque no tuviera ni idea de porqué lo había hecho.

Pensé en Jim y comencé a hiperventilar, hasta que Jerry se vio obligado a volver a sedarme.

Desperté no muy convencida de dónde estaba ni qué hora era. Solo necesitaba ir al baño antes de que mi vejiga explotara. Mi habitación estaba oscura, pero entraban rayos de luz por el trozo de ventana que no estaba cubierto por la persiana. Ya no me dolía tanto la garganta y eso era un alivio. Me removí un poco dentro del nórdico y miré a mí alrededor.

Jim estaba tumbado en un sillón, al lado de mi cama, lo debían haber colocado allí mientras estaba sedada o quizá no me había dado cuenta antes de que ese mueble estaba allí. Dormía en una postura extraña pero sexy que hacía que se me callera la baba. ¿Por qué no pensar en eso cuando tu vida es una mierda? Seguía siendo humana. 

Desvié la mirada y vi mi mesita de noche, dónde descansaban algunos sedantes a espera de que el monstruo volviera a despertar.  Negué, evitando ese pensamiento y volví a tener constancia de mi vejiga. Me levanté sin hacer ruido -por suerte llevaba una camiseta y la ropa interior puesta-, mareada, hasta que llegué a la silla sin problemas - raro-. Avancé hasta el baño y cerré la puerta.

Ahí estaba yo, delante de mi amiga la bañera… Aparté la mirada de ella y empecé a tararear una canción de Arcade Fire, The Suburbs, para no pensar de nuevo en lo que me provocaba ataques de pánico. Una bañera.

Si soy sincera, era consciente de que canturrear quedaba mucho menos cuerdo que callarse, pero ¿Qué iba a hacer? Cada vez estaba peor. 

Me miré en el espejo y observé que por fuera también parecía una loca. Tenía un ojo morado, el pelo revuelto y dos metros de ojeras. Muy atractiva, sin que quede muy obvio el sarcasmo. 

                -Genial-murmuré con una voz lejana a la mía.

Después de descargar unos litros, me recogí el pelo en una trenza que caía por mi espalda y me lavé la cara. Entonces, y antes de abrir la puerta, recordé que había estado desnuda en ese baño… Y que Jerry pudo no ser el único en verme. Mis mejillas se encendieron automáticamente, mientras giraba el pomo de la puerta. Mierda.

Me encontré con Jim de frente (oportuno era su segundo apellido). Levantado y mirándome con unos ojos parecidos a los de el duendecillo.

                -Erín-dijo, con su voz melosa y se lanzó a mí para abrazarme. Realmente me pilló por sorpresa, pero una muy agradable. Olía tan bien que dejé que mi nariz violara su pelo. 

                -Hola-susurré y me permití abrazar su cuerpo y deslizar mi mano por su espalda.

                -Te ayudo-de repente, me cogió en volandas antes de que pudiera decir nada. Me levantó en el aire y me llevó hasta la cama.

Disfruté el viaje y agarré su jersey con mi mano, apoyándome en su pecho. Vale, puede que me aprovechara de mi situación.

                -Gracias-murmuré y me aclaré la voz, que obviamente, no iba a volver a ser la misma con tanta facilidad.

                -No sabes… Lo asustado que… Lo asustados-se corrigió-que nos has tenido. Pero no te preocupes, Jerry te va a ayudar. Lo hizo conmigo.

                -¿Contigo?

                -Mi estrés postraumático es menos sutil. Simplemente no recuerdo nada. Pero lo voy superando, estoy mucho mejor.

Caí en la cuenta de que la amnesia podía ser algo bueno… Y me sentí la peor persona en el mundo por querer tenerla y olvidarme de todas estas "escenas".

                -¿Tienes hambre?-me preguntó.

                -Sí-contesté con energía.

                -Dean va a subirte algo ¿Cómo te encuentras?-estaba nervioso y adorable moviendo las manos intermitentemente sobre el colchón.

                -Cansada… un poco confusa-admití-supongo que es lo que toca si te da un ataque de locura.

Me acarició la mano durante unos segundos y agradecí su calidez en mi piel helada. La quitó deprisa, inquieto. Claro, tenía novia y aquello puede que no le hiciera sentir bien. 

¿Cómo no iba a estarlo? Su novia debía a estar en la habitación de al lado.

                -Voy a avisar a Jerry de que has despertado y que estás…-creo que la palabra que quería decir y no se atrevió a pronunciar era lúcida- enseguida vuelvo.

Reconozco que me encantaba que se preocupara de mí, que me mirara así otra vez.

También su culo en esos pantalones. 

Cuando salió me puse a darle vueltas a lo que venía ahora ¿Cómo dejas de tenerles miedo a las bañeras? Supe entonces que iba a ver mucho más de lo que quería al duendecillo.

Después de varios días de tranquilidad, mi karma me recordaba que seguía ahí, conmigo, recordándome las locuras que me pasaban factura.





martes, 15 de octubre de 2013

Capítulo 7: La casa, el ascensor y la enfermera.





Prefiero omitir la parte que vino después, que básicamente puedo definir en una palabra: Embarazoso.

Esa molesta situación duró hasta llegar a la “casa”, cuyo tamaño hacía que fuera imposible usar ese término. Mansión o palacete quedaría mucho mejor.

No exagero.

Se notaba que llevaba mucho tiempo perteneciendo a la familia. La arquitectura la situaba varios años atrás. De piedra y robusta en el exterior, dejaba completamente de lado ese aspecto al entrar. El interior era acogedor, moderno y de una exquisitez que me dejo con la boca abierta un par de minutos. Parecía una de esas casas que salen en las revistas, con las que cualquiera sueña pero pocos pueden tener. Un sitio de otro mundo.

Ya en la entrada, los ojos se me dispararon en todas direcciones, abarcando cada detalle inalcanzable. Cuadros preciosos, paredes empapeladas, muebles robustos, centros con flores frescas, cortinas interminables, sofás estampados… Todo en una perfecta armonía que convivía con los brotes de las nuevas tecnologías, como una enorme tele de plasma. Y juro que nunca había visto una tele tan grande en una casa.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo 6: Jim, y lo que no me esperaba de Jim.





Recorrimos la carretera en dirección al centro de Dublín, dónde estaba mi apartamento. La primera parada antes de llegar a “Mi nuevo, temporal e improvisto hogar”. Vivía en un tercer piso, sin ascensor, por lo que tuve que pasar por un momento un poco bochornoso, cuando cierto joven amnésico me llevó en brazos hasta arriba. Por supuesto, que en todo momento me mantuve fría y sólo respondía a lo que me preguntaba con palabras cortas como Sí y No. Y cómo él tampoco estaba cómodo, mejor que mejor. 

Ahí estábamos los dos, en mi pobre apartamento abandonado, exactamente igual a como lo dejé antes de que se me fuera la cabeza.

Para empezar, os describiré un poco mi pequeño habitáculo: Pocos metros cuadrados para nombrarlos, paredes blancas llenas de posters, fotos y cuadros que tapaban las grietas y los desconchones de la pintura, escasos muebles, lo bastante envejecidos como para ser de mi gusto y un par de estanterías que habían conseguido llevarse todo mi cariño. El apartamento tenía tres módulos principales; mi dormitorio-biblioteca-despacho-armario-sala de estar, la cocina y –si podemos llamarlo así, aunque no creo que llegue a esa consideración- un baño.

El amnésico desencantador me sentó en la cama y observó la estancia con expectación, deteniéndose en una pared un tato peculiar llena de recortes de periódico –Todos hemos tenido un pasado y él estaba a punto de descubrir el mío-.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 5: La definitiva caída del imperio de hielo.




La respuesta me vino fácilmente a la cabeza; Sí. Afirmativo. Te mueres por ese tío. Y una parte de mí, y odiaba a esa parte con todas mis ganas, empezó a reírse a carcajadas por lo cómica que parecía mi situación.

No, no estoy loca… No digo que hable conmigo misma, ni que sea una especie de ser extraño con doble personalidad, igual que Gollum del señor de los anillos. Pero últimamente, sentía que cada cosa que me pasaba, era observada por un subconsciente malvado que se burlaba de mí.

Bueno, a lo mejor sí que era locura.

Así que de nuevo, a pesar de lo enormemente cansada e inservible que me sentía, decidí decantarme por lo que menos me convenía, que era lo que no podía ignorar. Me deslicé hasta mi trono con ruedas y salí de la asquerosa habitación de hospital que tenía las horas contadas. Mi objetivo era absurdo, claro y temerario.

Buscar a James y pedirle explicaciones por ese regalo tan estrafalario que no me merecía. Ya, puede que me equivocara, pero era lo que sentía.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 4: La primera caída del imperio de hielo.





El Éxtasis. Lo rocé aquella noche con la punta de los dedos. No era el mayor grado que se experimenta del éxtasis, puesto que siempre se puede ser más feliz, más afortunada… Pero después de lo que había soportado, tener algo de esa dulce y placentera sensación por pequeña que fuera era… agradable. Aunque fuera gracias a unos Martinis.

Todo lo bueno dura poco. Una frase simple, con cinco palabras simples que significaba una de las verdades más absolutas en este mundo. Y aquella mañana me cercioré de ello. No existía un atisbo, por más pequeño que fuera, de cualquier emoción agradable en mi cuerpo. Mis entrañas parecían estar librando una batalla épica con espadas, lanzas, escudos, caballos y catapultas, que desembocaron en una situación rocambolesca cuando hundí mi cabeza en el váter para vomitar.

lunes, 12 de agosto de 2013

Capítulo 3: Veintitrés. Parte 2.





Cuando por fin pude cerrar la boca después de escuchar su relato… Negué varias veces y a continuación, me eché a reír. Tan inoportuna e idiota como siempre. No podía parar y él me miraba como si le estuviera doliendo mi reacción. Me tapé la boca y me contuve.

Mi especialidad en este tipo de situaciones, estropearlas más si cabe.

                -Dios mío… Lo siento. Es terrible y no puedo imaginar por lo que estás pasando, pero es que…-Intenté disculparme, pero las carcajadas me jugaron una mala pasada. Otra vez. 

James frunció el ceño y, para mi sorpresa, comenzó a reírse también… Pero, ¿Y por qué no íbamos a hacerlo? Ya teníamos suficiente y durante un pequeño instante, me olvidé de la asquerosa situación que nos aplastaba.

miércoles, 31 de julio de 2013

Capítulo 3: Veintitrés. Parte 1.






Abrí los ojos, escapando de la pesadilla que había tenido. Un acantilado, un salto y mucha agua. Tenía ese sueño todas las noches en el hospital (Supongo que eso es lo que pasa cuando te traumatizas). Me incorporé un poco –Todo me daba vueltas por las drogas del día anterior. Sí, drogas y todo gratis-, pero me espabilé cuando vi un ramo de rosas en la mesita, y otro sobre la cómoda. Decenas de rosas frescas… ¿Para mí?

¿Quién me enviaría rosas? ¿Y por qué? Observé la silla de ruedas, aparcada justo al lado de la cama, no iba a dejarme intimidar por ella, claro que no. Volví a hacer la misma operación que el día anterior, pero sin público. Me deslicé por la cama y agarré la silla con una mano, cogí aire, apoyé las piernas en el suelo y pegué un salto hacia ella… Directa al asiento.

Me llené de una alegría desbordante, chillé de felicidad y levanté las manos con entusiasmo.  Ridículamente estaba disfrutando de ese momento, de sentarme en una silla. Guau. Cuando me di cuenta, me entristecí (Era triste que me alegrara, yo era triste). De pronto, se escucharon aplausos a mi espalda. Me giré y vi a Liam, sonriéndome desde la puerta, sosteniendo una bonita caja entre sus brazos.

martes, 30 de julio de 2013

Capítulo 2: El duendecillo.




El séptimo día de mi idílica estancia en el maravilloso hospital de San James, los médicos consideraron que necesitaba ayuda psicológica antes de volver a la rutina. Por supuesto no iba a salir de allí aún, ni mucho menos… Pero debía levantarme de la cama e ir a rehabilitación. Y temían que aquello me hiciera caer en una larga y profunda depresión que culminaría conmigo intentando acabar con mi vida ¿No es irónico?

A las una en punto del medio día, después de remover un poco lo que bauticé como “Pollo seco con sabor a nada”, se presentó en mi habitación un hombre de aspecto gracioso. Bajito, pelirrojo y muy delgado. Llevaba una corbata muy llamativa de lunares azules y prometo que al ver su nariz, pensé que era postiza… Pero no, solo era anormalmente grande.

Me sonrió desquiciadamente y se acercó hasta mi cama. Yo ya tenía un aspecto un poco más “decente”. Me habían dejado ducharme en condiciones, y tenía puesto un chándal gris muy favorecedor, regalo de mis amigas. En otro tiempo, quizá me hubiera quedado bien, pero ahora era un saco rodeando a un cuerpo demacrado –El mío-. Si me mirabas durante mucho tiempo, incluso podías pensar que era el fantasma de la 313.

lunes, 29 de julio de 2013

Capítulo 1: El acantilado. Parte 2.




Me desperté y al principio no noté nada… Era como flotar, hasta que empecé a sentir dolor. Dolor que empezaba en mi espalda, continuaba en el pecho y desembocaba en mi cabeza. Los brazos me quemaban por alguna extraña razón, así que abrí los ojos para comprobar que estaba pasando -No recordaba un solo detalle del acantilado, a eso llegué unos días después- Así que me desesperé al verme allí tumbada, en ese estado de trance. Comencé a moverme y a gemir, disparando el pitido constante que hacía alguna máquina extraterrestre. Por alguna razón no podía incorporarme y el dolor del pecho crecía. Estaba en una habitación de paredes blancas llena de ramos de flores y peluches, demasiados peluches-Eso me asustó más-.

Disponía de un poco de sentido común así que pensé que me había atropellado y que debía estarme quieta ¿De qué me iba a servir ese ataque de pánico? No tardó mucho en llegar un enfermero con paso ligero. Era bastante atractivo si te fijabas en sus facciones, su pelo rubio y su cuerpo musculado.

Y entonces pensé en que no iba a ligar nada así. Algo ridículo considerando que estaba en aquel lugar muerta de dolor. Pero yo no tengo la culpa, se supone que nuestro cerebro reacciona de forma extraña al shock.

sábado, 27 de julio de 2013

Capítulo 1: El acantilado. Parte 1.


Allí estaba yo. De pie, frente al borde de un acantilado… Observando las olas, que azotaban las rocas con furia y formaban un murmullo sordo. Oía las risas de mis amigas a mi espalda, que tomaban el poco sol del que disfrutábamos mientras charlaban sobre sus maravillosas y excitantes vidas, bebiendo unos mojitos. Hasta aquí, todo normal. Tres amigas en pleno julio, pasando el día en la costa, sino fuera por el hecho de que estaba planteándome tirarme al vacío… Al mar. Acabar con todo, sin haberme parado a meditarlo antes.

¿Qué porque? Bueno… Digamos que no estaba dispuesta a vivir una vida sin sentido. Lo sé. Suena a tópico que una chica quiera suicidarse porque su vida no tenga sentido, y si le añadiéramos un corazón roto, sería algo cotidiano que no le sorprendería a nadie. Pero no, ni corazones rotos ni tragedias personales de las que os harían derramar unas cuantas lágrimas..., simplemente era yo. Y para mí, era un sinsentido ser yo. 

Mi vida se resumía en tres acciones: Estudiar, alimentarse e intentar caminar sin tropezar -¿Hay algo más ridículo que dar un traspié en medio de la calle?- Intentaba seguirlas al pie del cañón, lo demás era secundario. Y lo secundario se basaba en otras cuantas acciones tontas como relacionarme, dormir, divertirme, o esforzarme. Era estudiante de tercer año de Historia del arte en la universidad de Dublín, y digo era porque os recuerdo que estoy a punto de suicidarme.

Mi familia vive a miles de kilómetros. Y no, no estamos súper unidos. Más bien somos del tipo de familia de “Navidad y fiestas de guardar” (Ya había avisado de lo ridículo que era) Cada uno acarrea con su propio destino… Y claro que a veces pienso que soy imbécil por no agradecer mis privilegios, cuando hay más personas con hambre en el mundo que las que suman las poblaciones de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea juntas, pero ¿Puedo hacer algo? ¿Una simple mujer que cree que su vida es una broma? ¿Alguien que se levanta y lo primero que hace es suspirar con cansancio? Creo que no. ¿Qué más? Tengo veintidós años, me llamo Erín Roach, vivo en Dublín y no soy ni demasiado lista, ni demasiado guapa… Aunque disfruto del don divino de tener dos pies izquierdos. Una más de este mundo de mierda.

Pues eso, volvamos al acantilado y al drama de aúpa que estoy viviendo:

Una parte de mí estaba aterrorizada pensando en mi inminente muerte ¿Dolerá? ¿No dolerá? ¿Durará? ¿Tendré un bonito cadáver? La última pregunta estaba prácticamente contestada porque era un acantilado… No era uno de los más altos de Irlanda, pero estaba segura de que el oleaje me iba a llevar de un lado a otro, de un golpe a otro golpe con una fuerza desgarradora. Un par de segundos agónicos antes de perder la consciencia.

Me acerqué un paso más al abismo y noté como el viento me rogaba que volviera hacia atrás. De repente, mi parte cuerda me aseguró que era una locura, que dejara el pie izquierdo justo donde estaba y retrocediera con el derecho. Pero no hice caso, debía llevar a cabo mi decisión… Porque mi vida no tenía sentido y me fascinaba la idea de saber que era lo que sucedía después de la muerte, si algo sucedía. Iba a enfadarme mucho con el mundo si no me esperaba nada. Fuera como fuese, estaba a punto de descubrirlo palmándola.

Así que acerqué el pie derecho a la altura del izquierdo, balanceando mi cuerpo en el borde de la piedra cubierta de musgo y me hice una última pregunta ¿Quería acabar con mis sueños? Obviamente algo de eso tenía. Acabar la carrera, trabajar en el Louvre de París… Pero con la suerte que necesitaba, estaba segura de que no lo iba a conseguir y de que acabaría como profesora en un instituto, aguantando a un grupo de adolescentes con las hormonas incontroladas, o peor aún, en paro.

No quería eso.

Alcé los brazos, en un instinto de esos poéticos que conserva el ser humano y me sentí mal por mis amigas, ajenas a mi decisión. Realmente las quería y seguramente estaba a punto de destrozarles la vida, pero no eran más que daños colaterales.

Oí más murmullo… A lo mejor me estaba llamando, y en cualquier momento tirarían de mí hacía atrás porque es lo que haría alguien normal si no estuviera al fondo de una depresión o de una lucha interior.

En fin, era mi final. Mi último aliento. Mi última decisión.

Dejarme caer.

Entonces, todo fue una sucesión rápida de acontecimientos revueltos: Cerré los ojos y escuché mi nombre. Mi cuerpo se inclinó hacia delante en el aire con mucha velocidad y tuve una sensación muy parecida a cuando baja un ascensor, superada con creces. Después, noté el agua helada chocando con mi cuerpo. Mis poros se quejaron por ese contacto tan desagradable y quise gritar, pero estaba completamente sumergida, así que solo abrí la boca.

Esperé a que pasara, saliendo a la superficie… Esperé a las olas ansiosas por devorarme. No voy a mentir, estaba aterrada y me arrepentí de utilizar esa ridícula manera para desaparecer. Abrí los ojos y cogí aire, braceando como una loca. Frente a mí, una enorme cantidad de agua se me venía encima… Me hundió de nuevo, y di vueltas como una muñeca de trapo. Ni siquiera sabía si rendirme o intentar salir otra vez. Ya casi no me quedaba oxígeno en los pulmones y justo cuando comencé a ascender, volví más adentro con una fuerza desmesurada. Tenía que respirar, tenía que hacerlo… Mi cerebro mandaba instrucciones precisas para que inhalara (La última voluntad de mi cerebro) aunque yo intentaba aguantar sin hacerlo, incluso tuve tiempo de plantearme si mi cabeza podía explotar –Son las cosas que piensas cuando vas a morirte- Pero entonces, desafiando a todas mis sospechas y especulaciones, algo tiró de mi pie. Creí que era un tiburón –Definitivamente desvariaba- y a continuación un golpe que ni dolió. Nada más. Ni agua, ni olas, ni tiburones. Así llegué a la oscuridad más profunda y aterradora que recuerdo.

Pero esta no es la historia sobre como acabé mi vida, sino de cómo vivía en el infierno del sinsentido, como acabé con él, y como nací de nuevo en otra vida que planeaba ser peor que la anterior.

¿Conocéis los inventos de las diferentes religiones de este mundo para que los individuos vayamos por el camino recto? Me refiero a todo ese puñado de términos llevados a extremos como son el castigo divino, el karma… Pues bien, dictaminan que si llevas una buena vida, no tienes de que preocuparte porque serás recompensado, pero si te tuerces, se te devolverá en una serie de acciones que te mereces por ser un mal cristiano. Pues bien, conmigo se enseñaron.

No morí al caerme por los acantilados. Fui un milagro, una de esas personas de la que los médicos suelen expresar frases épicas como “Tiene ganas de vivir” o “Está luchando con uñas y dientes para seguir con nosotros”. Son mentiras absurdas ¿Qué iba a estar luchando si estaba en coma y medio muerta?

Medio muerta cuatro semanas, conectada a un respirador de los que hacen ruiditos junto con algunas máquinas más. Claro que durante este tiempo la consciencia se disuelve y es relativa. No hay noción del tiempo ni de la realidad. Tan fácil como dormir, seguro que más incluso que eso, sin tener que someterte a ningún tipo de dolor. No recuerdo nada de ese periodo. Pase del mar a una cama de hospital en segundos.

Aquí es cuando empieza la agonía, además de un sin fin de circunstancias a las que yo era ajena y que propiciarán que mi vida cambie completamente.