miércoles, 31 de julio de 2013

Capítulo 3: Veintitrés. Parte 1.






Abrí los ojos, escapando de la pesadilla que había tenido. Un acantilado, un salto y mucha agua. Tenía ese sueño todas las noches en el hospital (Supongo que eso es lo que pasa cuando te traumatizas). Me incorporé un poco –Todo me daba vueltas por las drogas del día anterior. Sí, drogas y todo gratis-, pero me espabilé cuando vi un ramo de rosas en la mesita, y otro sobre la cómoda. Decenas de rosas frescas… ¿Para mí?

¿Quién me enviaría rosas? ¿Y por qué? Observé la silla de ruedas, aparcada justo al lado de la cama, no iba a dejarme intimidar por ella, claro que no. Volví a hacer la misma operación que el día anterior, pero sin público. Me deslicé por la cama y agarré la silla con una mano, cogí aire, apoyé las piernas en el suelo y pegué un salto hacia ella… Directa al asiento.

Me llené de una alegría desbordante, chillé de felicidad y levanté las manos con entusiasmo.  Ridículamente estaba disfrutando de ese momento, de sentarme en una silla. Guau. Cuando me di cuenta, me entristecí (Era triste que me alegrara, yo era triste). De pronto, se escucharon aplausos a mi espalda. Me giré y vi a Liam, sonriéndome desde la puerta, sosteniendo una bonita caja entre sus brazos.

martes, 30 de julio de 2013

Capítulo 2: El duendecillo.




El séptimo día de mi idílica estancia en el maravilloso hospital de San James, los médicos consideraron que necesitaba ayuda psicológica antes de volver a la rutina. Por supuesto no iba a salir de allí aún, ni mucho menos… Pero debía levantarme de la cama e ir a rehabilitación. Y temían que aquello me hiciera caer en una larga y profunda depresión que culminaría conmigo intentando acabar con mi vida ¿No es irónico?

A las una en punto del medio día, después de remover un poco lo que bauticé como “Pollo seco con sabor a nada”, se presentó en mi habitación un hombre de aspecto gracioso. Bajito, pelirrojo y muy delgado. Llevaba una corbata muy llamativa de lunares azules y prometo que al ver su nariz, pensé que era postiza… Pero no, solo era anormalmente grande.

Me sonrió desquiciadamente y se acercó hasta mi cama. Yo ya tenía un aspecto un poco más “decente”. Me habían dejado ducharme en condiciones, y tenía puesto un chándal gris muy favorecedor, regalo de mis amigas. En otro tiempo, quizá me hubiera quedado bien, pero ahora era un saco rodeando a un cuerpo demacrado –El mío-. Si me mirabas durante mucho tiempo, incluso podías pensar que era el fantasma de la 313.

lunes, 29 de julio de 2013

Capítulo 1: El acantilado. Parte 2.




Me desperté y al principio no noté nada… Era como flotar, hasta que empecé a sentir dolor. Dolor que empezaba en mi espalda, continuaba en el pecho y desembocaba en mi cabeza. Los brazos me quemaban por alguna extraña razón, así que abrí los ojos para comprobar que estaba pasando -No recordaba un solo detalle del acantilado, a eso llegué unos días después- Así que me desesperé al verme allí tumbada, en ese estado de trance. Comencé a moverme y a gemir, disparando el pitido constante que hacía alguna máquina extraterrestre. Por alguna razón no podía incorporarme y el dolor del pecho crecía. Estaba en una habitación de paredes blancas llena de ramos de flores y peluches, demasiados peluches-Eso me asustó más-.

Disponía de un poco de sentido común así que pensé que me había atropellado y que debía estarme quieta ¿De qué me iba a servir ese ataque de pánico? No tardó mucho en llegar un enfermero con paso ligero. Era bastante atractivo si te fijabas en sus facciones, su pelo rubio y su cuerpo musculado.

Y entonces pensé en que no iba a ligar nada así. Algo ridículo considerando que estaba en aquel lugar muerta de dolor. Pero yo no tengo la culpa, se supone que nuestro cerebro reacciona de forma extraña al shock.

sábado, 27 de julio de 2013

Capítulo 1: El acantilado. Parte 1.


Allí estaba yo. De pie, frente al borde de un acantilado… Observando las olas, que azotaban las rocas con furia y formaban un murmullo sordo. Oía las risas de mis amigas a mi espalda, que tomaban el poco sol del que disfrutábamos mientras charlaban sobre sus maravillosas y excitantes vidas, bebiendo unos mojitos. Hasta aquí, todo normal. Tres amigas en pleno julio, pasando el día en la costa, sino fuera por el hecho de que estaba planteándome tirarme al vacío… Al mar. Acabar con todo, sin haberme parado a meditarlo antes.

¿Qué porque? Bueno… Digamos que no estaba dispuesta a vivir una vida sin sentido. Lo sé. Suena a tópico que una chica quiera suicidarse porque su vida no tenga sentido, y si le añadiéramos un corazón roto, sería algo cotidiano que no le sorprendería a nadie. Pero no, ni corazones rotos ni tragedias personales de las que os harían derramar unas cuantas lágrimas..., simplemente era yo. Y para mí, era un sinsentido ser yo. 

Mi vida se resumía en tres acciones: Estudiar, alimentarse e intentar caminar sin tropezar -¿Hay algo más ridículo que dar un traspié en medio de la calle?- Intentaba seguirlas al pie del cañón, lo demás era secundario. Y lo secundario se basaba en otras cuantas acciones tontas como relacionarme, dormir, divertirme, o esforzarme. Era estudiante de tercer año de Historia del arte en la universidad de Dublín, y digo era porque os recuerdo que estoy a punto de suicidarme.

Mi familia vive a miles de kilómetros. Y no, no estamos súper unidos. Más bien somos del tipo de familia de “Navidad y fiestas de guardar” (Ya había avisado de lo ridículo que era) Cada uno acarrea con su propio destino… Y claro que a veces pienso que soy imbécil por no agradecer mis privilegios, cuando hay más personas con hambre en el mundo que las que suman las poblaciones de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea juntas, pero ¿Puedo hacer algo? ¿Una simple mujer que cree que su vida es una broma? ¿Alguien que se levanta y lo primero que hace es suspirar con cansancio? Creo que no. ¿Qué más? Tengo veintidós años, me llamo Erín Roach, vivo en Dublín y no soy ni demasiado lista, ni demasiado guapa… Aunque disfruto del don divino de tener dos pies izquierdos. Una más de este mundo de mierda.

Pues eso, volvamos al acantilado y al drama de aúpa que estoy viviendo:

Una parte de mí estaba aterrorizada pensando en mi inminente muerte ¿Dolerá? ¿No dolerá? ¿Durará? ¿Tendré un bonito cadáver? La última pregunta estaba prácticamente contestada porque era un acantilado… No era uno de los más altos de Irlanda, pero estaba segura de que el oleaje me iba a llevar de un lado a otro, de un golpe a otro golpe con una fuerza desgarradora. Un par de segundos agónicos antes de perder la consciencia.

Me acerqué un paso más al abismo y noté como el viento me rogaba que volviera hacia atrás. De repente, mi parte cuerda me aseguró que era una locura, que dejara el pie izquierdo justo donde estaba y retrocediera con el derecho. Pero no hice caso, debía llevar a cabo mi decisión… Porque mi vida no tenía sentido y me fascinaba la idea de saber que era lo que sucedía después de la muerte, si algo sucedía. Iba a enfadarme mucho con el mundo si no me esperaba nada. Fuera como fuese, estaba a punto de descubrirlo palmándola.

Así que acerqué el pie derecho a la altura del izquierdo, balanceando mi cuerpo en el borde de la piedra cubierta de musgo y me hice una última pregunta ¿Quería acabar con mis sueños? Obviamente algo de eso tenía. Acabar la carrera, trabajar en el Louvre de París… Pero con la suerte que necesitaba, estaba segura de que no lo iba a conseguir y de que acabaría como profesora en un instituto, aguantando a un grupo de adolescentes con las hormonas incontroladas, o peor aún, en paro.

No quería eso.

Alcé los brazos, en un instinto de esos poéticos que conserva el ser humano y me sentí mal por mis amigas, ajenas a mi decisión. Realmente las quería y seguramente estaba a punto de destrozarles la vida, pero no eran más que daños colaterales.

Oí más murmullo… A lo mejor me estaba llamando, y en cualquier momento tirarían de mí hacía atrás porque es lo que haría alguien normal si no estuviera al fondo de una depresión o de una lucha interior.

En fin, era mi final. Mi último aliento. Mi última decisión.

Dejarme caer.

Entonces, todo fue una sucesión rápida de acontecimientos revueltos: Cerré los ojos y escuché mi nombre. Mi cuerpo se inclinó hacia delante en el aire con mucha velocidad y tuve una sensación muy parecida a cuando baja un ascensor, superada con creces. Después, noté el agua helada chocando con mi cuerpo. Mis poros se quejaron por ese contacto tan desagradable y quise gritar, pero estaba completamente sumergida, así que solo abrí la boca.

Esperé a que pasara, saliendo a la superficie… Esperé a las olas ansiosas por devorarme. No voy a mentir, estaba aterrada y me arrepentí de utilizar esa ridícula manera para desaparecer. Abrí los ojos y cogí aire, braceando como una loca. Frente a mí, una enorme cantidad de agua se me venía encima… Me hundió de nuevo, y di vueltas como una muñeca de trapo. Ni siquiera sabía si rendirme o intentar salir otra vez. Ya casi no me quedaba oxígeno en los pulmones y justo cuando comencé a ascender, volví más adentro con una fuerza desmesurada. Tenía que respirar, tenía que hacerlo… Mi cerebro mandaba instrucciones precisas para que inhalara (La última voluntad de mi cerebro) aunque yo intentaba aguantar sin hacerlo, incluso tuve tiempo de plantearme si mi cabeza podía explotar –Son las cosas que piensas cuando vas a morirte- Pero entonces, desafiando a todas mis sospechas y especulaciones, algo tiró de mi pie. Creí que era un tiburón –Definitivamente desvariaba- y a continuación un golpe que ni dolió. Nada más. Ni agua, ni olas, ni tiburones. Así llegué a la oscuridad más profunda y aterradora que recuerdo.

Pero esta no es la historia sobre como acabé mi vida, sino de cómo vivía en el infierno del sinsentido, como acabé con él, y como nací de nuevo en otra vida que planeaba ser peor que la anterior.

¿Conocéis los inventos de las diferentes religiones de este mundo para que los individuos vayamos por el camino recto? Me refiero a todo ese puñado de términos llevados a extremos como son el castigo divino, el karma… Pues bien, dictaminan que si llevas una buena vida, no tienes de que preocuparte porque serás recompensado, pero si te tuerces, se te devolverá en una serie de acciones que te mereces por ser un mal cristiano. Pues bien, conmigo se enseñaron.

No morí al caerme por los acantilados. Fui un milagro, una de esas personas de la que los médicos suelen expresar frases épicas como “Tiene ganas de vivir” o “Está luchando con uñas y dientes para seguir con nosotros”. Son mentiras absurdas ¿Qué iba a estar luchando si estaba en coma y medio muerta?

Medio muerta cuatro semanas, conectada a un respirador de los que hacen ruiditos junto con algunas máquinas más. Claro que durante este tiempo la consciencia se disuelve y es relativa. No hay noción del tiempo ni de la realidad. Tan fácil como dormir, seguro que más incluso que eso, sin tener que someterte a ningún tipo de dolor. No recuerdo nada de ese periodo. Pase del mar a una cama de hospital en segundos.

Aquí es cuando empieza la agonía, además de un sin fin de circunstancias a las que yo era ajena y que propiciarán que mi vida cambie completamente.