Prefiero omitir
la parte que vino después, que básicamente puedo definir en una palabra:
Embarazoso.
Esa molesta
situación duró hasta llegar a la “casa”, cuyo tamaño hacía que fuera imposible
usar ese término. Mansión o palacete quedaría mucho mejor.
No exagero.
Se notaba que
llevaba mucho tiempo perteneciendo a la familia. La arquitectura la situaba
varios años atrás. De piedra y robusta en el exterior, dejaba completamente de
lado ese aspecto al entrar. El interior era
acogedor, moderno y de una exquisitez que me dejo con la boca abierta un par de
minutos. Parecía una de esas casas que salen en las revistas, con las que
cualquiera sueña pero pocos pueden tener. Un sitio de otro mundo.
Ya en la entrada,
los ojos se me dispararon en todas direcciones, abarcando cada detalle
inalcanzable. Cuadros preciosos, paredes empapeladas, muebles robustos, centros
con flores frescas, cortinas interminables, sofás estampados… Todo en una
perfecta armonía que convivía con los brotes de las nuevas tecnologías, como
una enorme tele de plasma. Y juro que nunca había visto una tele tan grande en
una casa.