Vagar sin rumbo
era una expresión que nunca había usado para referirme a mí, hasta aquella
noche. Hasta que mi único consuelo se reducía a avanzar hacia ningún sitio,
esperando que fuera a parar algo más coherente de lo que tenía hasta ahora.
Que era nada.
Rodeé la casa, y
salí al jardín trasero (Sabía que la parte delantera era prohibida porque
rozaba con el mar y que debía evitarlo). Nunca había estado allí, pero era un
sitio que sin quererlo se volvía familiar, como si fuese capaz de rememorarte a
una infancia que en realidad, no existía… pero que alguna vez habías imaginado. Vamos, que estaba fatal de la cabeza.
Porque quizá has
visto ese sitio entre las páginas de un buen libro, o desde el mismísimo ojo de
Monet. Y deliraba.
¿Quién no se ha
visto así mismo en el escenario de un cuento de hadas?
Pero era algo
más… No lo supe hasta que me fijé en los detalles. Era parecido a ese rincón
del hospital dónde hablé con él hace semanas (más bien años, dado lo
insufribles que habían resultado).
Todo era verde,
salpicado de algún que otro color, tímido entre la inmensidad de hojas y ramas
que crecían salvajes entre las enredaderas y todos esos escondites complicados que
me hicieron volver a la realidad. Había un banco que colgaba sobre un columpio
de forja oxidada, y en el otro extremo, una fuente de mármol dónde bailaban dos
ángeles pequeños de los que brotaba un ligero hilo de agua.
Me senté y volví
a recordarlo todo, a sopesar mis posibilidades, a lo que me había llevado ahí. Desde
que volví del hospital, no estaba tan confundida. Así que era horrible sentirlo
otra vez, como si esas manos volvieran a enlazarse en mi cuello. Era mucho peor
que ahogarse.
Lo sé, me he
ahogado. Y no era una mierda, si lo comparabas con lo actual.
Me había tirado
por un acantilado. Una parte de mí no quería hacerlo. Otra sí. No estaba segura
de recordar cada parte de esa tarde. Había sobrevivido… gracias a él ¿Pero
quién era él? ¿Por qué notaba que se me estaba escapando la mitad de la
historia?
Me hice un ovillo
en el columpio y descansé la cabeza en las rodillas. Hacía frío y viento, no
muy extraño para septiembre en Irlanda. Me puse la capucha de la sudadera y
respiré hondo. Cerré los ojos y volví a escuchar las palabras que me gritaba en
mi mente.
<<Erín>>
Estaba segura de
que era su voz la que me llamaba. Entonces, ¿Me lo estaba inventando? ¿Era yo
la que tenía amnesia?
La segunda opción
fue la que me pareció más fiable, teniendo en cuenta que tenía una cicatriz
enorme en la frente, la misma que me había llevado a estar en coma. Sólo
necesitaba verificarlo con alguien, quizá con mi yo pasado. El de antes de toda
esta locura.
Tenía que volver
a mi apartamento, encontrar mi agenda, rebuscar en mi portátil, en Facebook, en Twitter, en
mi correo… Todo sitio lo suficientemente bueno para encontrar alguna pista sobre Jim, o
Batman, o quien narices fuera ahora.
Puede que no
quisiese saberlo. Estaba llegando a la parte de la película en la que te tapas
los ojos con las manos porque sabes que lo que viene es demasiado para ti. Pero
luego, como si te engañaras a ti mismo, abres una rendija entre los dedos para
ver un fragmento de la pantalla. No quieres verlo… Aunque también es imposible
quedarse con la duda. Puro morbo.
Escuché una pasos
que se acercaban a mí, un sonido tan torpe que supe que provenía del
Duendecillo.
Me presionó la
rodilla en actitud reconfortante y se sentó a mi lado. Pensé que el banco iba a
ceder y que de un momento a otro nos veríamos en el suelo… Afortunadamente,
éramos personas pequeñas.
Nos quedamos un
rato en silencio, sin mirarnos… Supongo que era útil con el mero hecho de
hacerme un poco de compañía.
Ya… Le estaba
cogiendo cariño a ese hombrecillo. Demasiado cariño. Aunque fuera la persona
más insoportable sobre la faz de la tierra, contando a mi madre cuando tenía un
mal día.
-¿No tienes frío?-me preguntó.
-El frío es reconfortante cuando
lo demás es tan… Raro-formulé la última palabra en un suspiro, pensando en Picasso
y su obra, que tanto me desagradaba.
-¿Qué ha pasado?
-No lo sé. Es difícil hasta un
punto que consigue que me duela la cabeza-se me escapó una risa nerviosa y me
giré para mirarle a la cara. Aún tenía el pómulo enrojecido por mi “ataque
triunfante”-¿Te he hecho daño? ¿Mucho? No era mi intención…
-Venga ya, claro que lo
era-dijo, encogiéndose de hombros.
Estaba claro que
me conocía.
-A ver, empezaste tú… Yo solo
contraataqué.
-También es cierto-admitió Jerry.
-¿Cómo está Jim?-le pregunté,
malogrando mis intenciones de no volver a mencionarle en toda la mañana.
Al parecer
resultaba imposible no hacerlo, porque él ocupaba tres cuartas partes de mi
cerebro. La parte restante estaba llena de agua, así que no había opciones para
mi guerra interna.
-Dándose una ducha. Está bien.
La irá es algo que estamos trabajando.
¿Ira? Noté que me
apuñalaban el estómago con culpabilidad muy afilada. Otra batalla perdida. Mis
ojos se empañaron en lágrimas, escocidos de tantos sentimientos. Él tenía ataques de ira y yo estaba tan ocupada con mi depresión que no tenía ni idea.
Pero entonces, de
repente, se me ocurrió algo descabellado y suicida. No, no tan descabellado y
suicida como lo último que hice… Aunque se aproximaba. La diferencia, es que
está vez, no me permití el lujo de pensarlo más detenidamente.
Porque quizá era
el principio del camino hasta la solución. O no y acabaría peor de lo que ya
estaba.
Dejé de dudar.
Preparé a mi cerebro, a mis cuerdas vocales, a mi pulmón solitario… Y abrí la boca.
-Me da miedo el mar… o el agua. Estoy acabando mi carrera de arte. Y creía
que yo era capaz de todo, siguiendo mi rutina, cada día, todos los días… Pero
no. Intenté suicidarme aquella tarde. Bueno, era mi intención… Luego sentí
miedo y me arrepentí, pero supongo que me quedé corta de tiempo y acabó pasando.
Ahora estoy aquí y no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.
Confesar fue tan
liberador que noté un cosquilleo de placer por la espalda. Jerry en cambio,
mantenía una expresión preocupante, con el ceño muy marcado sobre las cejas y
unos ojos que me escrutaban con demasiada intensidad. Hasta podría jurar que
le salían rayos x.
Un buen momento
para arrepentirme. Aunque en el fondo no lo hacía. No sabía si era buena señal,
ya que normalmente y sobre todo, últimamente, me arrepentía constantemente de
mis actos impulsivos y absurdos.
¿Podía estar
yendo hacía el buen camino? ¿Por fin?
-¿Estás hablando en serio? Jim
me dijo que había mucho viento, que te empujó. Él mismo te vio caer. Quizá
estés confundida, Erín… A mucha gente le pasa después de un hecho traumático.
Confunden sus ideas y sus propios recuerdos. Los intercambian y crean ilusiones
que rozan lo absurdo-me explicó, algo más alterado que de costumbre.
Reflexioné sus
palabras una a una… Y ninguna me convencía. Si de algo estaba completamente
segura, era de lo imbécil que era, o que al menos lo había sido aquella tarde.
Era imposible que eso fuera producto de mi imaginación.
Aunque no era la
primera vez que mi cabeza me enviaba mensajes erróneos relacionados con la
sensación de estar ahogándome, aunque en realidad estuviera metida en mi cama,
o sentada en una silla… A cientos de metros del agua.
Pero no, eso era
completamente imposible.
-No, Jerry, lo sé. Estoy
totalmente convencida de que…
-¿Tienes recuerdos de esa
semana, verdad? ¿Pasó algo malo? ¿Digno de mención? ¿Digno de que decidieras
acabar con tu vida?-volvió a interrogarme, incesantemente.
Ahora sí que me
dolía la cabeza.
-No lo sé. No sé qué paso ese
día. Bueno, seguro que nada destacable…-me convencí, intentando volver a aquel
instante.
El problema residía en que todo momento anterior había sido eclipsado por mi caída, o suicidio… O quizá me hubiera empujado un hobbit. Que sé yo. Puestos a suponer, todo parecía válido. Y todo ese montón de ideas hacía imposible que recordara el último día de una vida normal.
Sí alguna vez
había llegado a serlo.
-Erín… No vamos a dejar nada
claro hasta estar completamente seguros.
-¿Ayudaría hacer una excursión a
mi apartamento?
Al duendecillo se
le iluminó la mirada. Claro que no me sorprendía, no lo tenía acostumbrado a
estos arranques de optimismo.
-¡Claro, Erín, claro! Podemos
desayunar en algún sitio mañana, en el centro, de camino…Conozco un sitio
dónde ponen un maravilloso pastel de frutas del bosque, aderezado con bolas de
queso suizo y mermelada de higos ¡Vas a disfrutar!
Imposible que no
me emocionara con sus descripciones. Era como ver a un niño el día de navidad
en el que los dulces lo han puesto hiperactivo. Asentí varias
veces, intentando no romper esa emoción, aunque yo estaba más bien aterrada que
otra cosa.
¿Un paseo por la
calle después de todo esto? Bueno, tal vez era algo por lo que empezar.
Mi duendecillo y
yo. Sólo un desayuno… ¿Qué podía pasar?
Al día siguiente
sentí que tenía diez años menos y empezaba mi primer día de escuela. Me levanté
muy temprano para prepararme. Me duché con rapidez (aún medio cagada con la bañera) y busqué
algo de ropa decente que ponerme. Por suerte, Alana, en su última visita, me
había regalado unos pantalones vaqueros ajustados y un jersey de lana rojo y
ancho, que disimulaba mi delgadez. Arreglé mi aspecto y me dejé el pelo suelto.
A proveché los rayos de sol para ocultar mi vergüenza tras unas gafas de sol.
Siempre había
tenido una cierta adicción por ese accesorio, quizá heredado por la pasión de
mi madre por la moda. Incluso las había trasladado a mi nuevo hogar. Cogí unas
redondas de cristal de espejo y las metí en mi bolso.
Mientras me ponía
las converse, llamaron a la puerta. Había llegado la hora de salir a la luz del
día. Aunque parezca
raro, la mezcla de emociones que me producía salir a dar un paseo, me
desconcertaba. Nervios, miedo… Alegría.
-¡Pasa!-Dije en voz alta,
convencida de que Jerry me esperaba al otro lado de la puerta. Escuché como se
abría y vi la silla de ruedas con el rabillo del ojo-¿Volvemos a sacar la
silla?-Bromeé y levanté la vista.
<<No. Él no>>
-Es la primera salida, no
podemos pedir demasiado-dijo Jim, acercándose cada vez más a mí-Buenos días.
Su forma de
saludarme ya me había desarmado. Cuando me fijé en su aspecto, me quedé sin
nada más que decir. Llevaba pantalones pitillo, una camisa de cuadros y un
jersey azul oscuro. Su pelo rubio seguía estando despeinado con cierta
destreza… Intenté fijarme en eso para no pararme en sus ojos azules.
Al margen de todo
eso, no entendí los nuevos planes en los que él también venía.
-Buenos días-contesté
nerviosa-Me esperaba a Jerry.
-Vamos a ir los tres, yo tampoco
he salido mucho estos días.
<<Tres son
multitud>>
-Bueno, ¡Ya somos un
grupo!-exclamé, quedando demasiado obvio que mi entusiasmo era fingido.
Me agarró el
brazo y me ayudo a llegar a la silla. Olía genial… Demasiado bien, a champú y perfume.
Llevaba una mano vendada y en la otra los nudillos morados, aun así me sostenía
con fuerza. Eso me recordó la escena del día anterior y provocó que me
estremeciera.
Porque detrás de
la camisa y la cara angelical… era Batman. Alguien oscuro que tenía ataques de
ira, de quien no sabía nada de nada.
Bueno, algo sí.
Me había salvado la vida.
Jerry nos
esperaba abajo, metido en un flamante monovolumen negro que más bien parecía
digno de un jefe de estado.
-He de decir que pensaba que
ibas a rajarte-murmuró Jerry mientras conducía.
-Tenía que salir algún
día-respondí sin darle más importancia, aunque en el fondo estaba echando humo
con el comentario del maldito duendecillo.
-Aunque lo más difícil ha sido
convencer a Jim ¿Verdad, amigo?
Lo miré de reojo,
estaba sentado a mi lado, pese a que el asiento del acompañante estaba vacío.
Se encogió de hombros y miró hacia la ventana.
-No quería incomodar a
nadie-murmuró. Vi claramente como su mandíbula se tensaba.
Directa hacía mí.
Cogí el pase e intenté esquivarlo en otra dirección. Pero no lo hice demasiado
bien, consiguiendo un efecto rebote.
-Puede que así dejemos de
centrarnos en mí-susurré, lo bastante alto como para que me escucharan.
-Erín… Ya sabes que todos
intentamos que estés lo mejor posible. Todos nos ayudamos. Y esto nos vendrá
bien… Salir juntos-me aseguró el duendecillo.
-Pues parece que no, yo no sé
nada de él. Pero él sin embargo, si lo sabe todo de mí ¿De verdad queréis que
piense que estamos en igualdad de condiciones?
Vale, puede que
la de la irá fuera yo y no la persona que permanecía callada a mi lado.
-Te equivocas-me reprochó Jerry,
con gesto serio.
Bufé y me puse
a mirar por la ventana. Definitivamente, la excursión había sido una mala idea.
Muy muy mala.
Peor cuando al
torcer una curva en la carretera me encontré de frente con la inmensidad del
mar. La inmensidad de todas esas pesadillas. Más real que nunca.
Y me quedé
rígida, paralizada por el miedo.
Empecé a respirar
lentamente, hipnotizada por esa imagen de grandeza que me dejaba a la altura del
betún, que me provocaba volver a la escena que llevaba semanas persiguiéndome.
-No… No…-jadeé, en busca de algo
de ayuda.
-¿Qué…?-preguntó Jerry
confundido, mientras me miraba por el espejo retrovisor… Por su mirada observé
que se daba cuenta de lo que pasaba- ¡Erín! No pasa nada ¡Estás aquí! Respira.
Respira despacio.
Pero que me lo dijese
él no iba a provocar que lo hiciera, así que seguí hiperventilando como una
idiota, como si me estuvieran robando todo el oxígeno que tenía.
Por suerte,
estaba Batman a mi lado. Él y su eficiencia en este tipo de situaciones. Me
agarró la cara con ambas manos bruscamente, obligándome a mirarle a los ojos.
Lo que llevaba
evitando desde hacía minutos… Hecho en un segundo. Mierda de trauma y de Irlanda.
-Mírame a mí. Estamos aquí-murmuró frente a mí, pronunciando las palabras
con destreza. Sabía exactamente qué hacer conmigo.
Mi respiración se
fue calmando y entonces, me sentí fatal. Todo mi cuerpo temblaba y, aunque
intentaba pensar en el desierto, no era más que un pensamiento incapaz de echar
raíces en una zona tan encharcada.
-No pasa nada…-volvió a decirme
con calma, a la vez que me estrechaba en su pecho.
No pude sino
dejarme. Puede que porque estuviera inestable emocionalmente… Tal vez porque
quisiera tenerle cerca. Después de todo, acababa de salvarme el culo. Otra vez. Así que me quedé
en ese hueco entre su brazo y su pecho. Era cálido, confortable y ese olor…
Creo que me relajé de pura embriaguez.
Sí, me había
drogado sin necesidad de drogas. Y era preocupante.
Después de unos
kilómetros, el coche se paró. Seguía a su lado y no me había movido de allí. Mi
plan para alejarme no daba resultado. Me incorporé y lo miré. Jim me sonrió y
abrió la puerta del coche.
-¿Bien?-preguntó tímidamente.
Asentí y admiré
como sus labios volvían a elevarse hacia arriba.
Ugh, su sonrisa.
-¿Estás mejor?-cuestionó Jerry,
llegando a nuestro lado-Venga, tiene que darte el aire.
-Estoy bien. Sólo ha sido impresión
¿No conocías otra puta carretera?-le recriminé, aunque después de la escena
edulcorada del coche, no podía estar enfadada.
-No me acordé. Lo siento.
Algo me decía que
si lo recordaba y que esperaba ver mi reacción. Pero claro ¿Qué sabía yo? Era
una simple perturbada con el médico más extraño del país.
Me fijé en que
estábamos en el parque Phoenix, mi sitio favorito para estudiar y leer un buen
libro un día soleado. Uno de los mejores sitios de Dublín.
-¿Qué hacemos aquí?-preguntó
Jim, tan confundido como yo.
Jerry se dio la
vuelta y abrió los brazos, demasiado contento para que me relajara.
-¡Vamos a jugar!
-Creo que te está dando mucho el
sol-le dije, colocándome las gafas.
Me hizo una mueca
de desagrado y se sentó en el suelo verde.
-A ver, Jim ¿Quieres saber algo
de mí?
Jim me observó un
segundo. Parecía que quería mi aprobación, así que puse los ojos en blanco y lo
vi sentándose a su lado en la hierba.
Era ridículo
incluso para nosotros tres.
-Está bien-contestó él.
-Sí te cuento algo, tu deberás
pagarme con algún pensamiento tuyo ¿Está bien?-Jim asintió y Jerry se aclaró la
garganta-De pequeño hice de Lepracaun en todas las actuaciones del colegio. Era
el más bajito, así que era el que mejor quedaba con el traje. Odiaba hacer de
duende.
Abrí mucho los
ojos mientras procesaba toda esa información. Pero la carcajada tardó menos que
cualquier pensamiento racional. Me tapé la boca con la mano y procuré mantener
la compostura. Pero Jim me siguió con el gesto, hasta que los tres acabamos riéndonos.
Claro que a Jim y a mí nos hacía una gracia “especial” teniendo en cuenta que
desde el primer día le había apodado así.
-Bueno, ya vale de reíros a mi
costa. Te toca, Jim.
Él aludido levantó
la vista hacia mí, aún con gesto juguetón.
-¿Quieres saber algo sobre mí,
Erín?
¡SÍ!
Claro que sí,
pero ¿Iba a ser tan fácil? ¿Sentarnos en el parque y contar secretos? Podía funcionar,
así que suspiré y me senté frente a ellos.
-Bien, vosotros ganáis-sentencié
y me quité las gafas.
-¿Sabes las reglas, verdad?-me
recordó Jerry.
-Sí, ya. Un recuerdo por otro.
-O un miedo por otro-completó
Jim y respiró hondo-Diría algo del tipo Jerry, para empezar, pero no tengo
recuerdos de mi vida hasta hace unos meses, prácticamente de nada de mi vida…
Así que… Allá va; Estoy… harto de tener que cargar con Diana. Es igual que
tener una desconocida que no hace más que llorar y compadecerse de nosotros.
Sinceramente, algo me dice que no estábamos bien antes de que yo me fuera al
barrio de “No sé ni mi propio nombre”.
Eso era peor que
lo de Jerry. Mucho peor. Y lo más terrible era que Diana me daba pena. No
dejaba de ser otra víctima más del accidente y puede que la peor parada.
-¿Se lo has dicho? Puede que te
diga la verdad-sugirió Jerry. El aludido agacho la mirada y empezó a arrancar
briznas de hierba.
-Quizás lo haga-dijo en voz baja
y volvió a mirarme-Es tu turno, Madness.
Acababa de
llamarme Madness (que no era un mote
tan disparatado después de todo), iba a entrar en su juego… Y no tenía ni idea
de cómo iba a salir.
Al menos, salir entera.
¡Guapa tienes un premio en mi blog! Pásate,espero que te guste (:
ResponderEliminarhttps://halliwellyelnuevomudno.blogspot.com/
Es algo distinto (:
Quiero otroo capp porfiii
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