jueves, 13 de febrero de 2014

Capítulo 12: Algunos juegos peligrosos.



Vagar sin rumbo era una expresión que nunca había usado para referirme a mí, hasta aquella noche. Hasta que mi único consuelo se reducía a avanzar hacia ningún sitio, esperando que fuera a parar algo más coherente de lo que tenía hasta ahora. Que era nada.

Rodeé la casa, y salí al jardín trasero (Sabía que la parte delantera era prohibida porque rozaba con el mar y que debía evitarlo). Nunca había estado allí, pero era un sitio que sin quererlo se volvía familiar, como si fuese capaz de rememorarte a una infancia que en realidad, no existía… pero que alguna vez habías imaginado. Vamos, que estaba fatal de la cabeza. 

Porque quizá has visto ese sitio entre las páginas de un buen libro, o desde el mismísimo ojo de Monet. Y deliraba. 

¿Quién no se ha visto así mismo en el escenario de un cuento de hadas?

Pero era algo más… No lo supe hasta que me fijé en los detalles. Era parecido a ese rincón del hospital dónde hablé con él hace semanas (más bien años, dado lo insufribles que habían resultado).

Todo era verde, salpicado de algún que otro color, tímido entre la inmensidad de hojas y ramas que crecían salvajes entre las enredaderas y todos esos escondites complicados que me hicieron volver a la realidad. Había un banco que colgaba sobre un columpio de forja oxidada, y en el otro extremo, una fuente de mármol dónde bailaban dos ángeles pequeños de los que brotaba un ligero hilo de agua.


Me senté y volví a recordarlo todo, a sopesar mis posibilidades, a lo que me había llevado ahí. Desde que volví del hospital, no estaba tan confundida. Así que era horrible sentirlo otra vez, como si esas manos volvieran a enlazarse en mi cuello. Era mucho peor que ahogarse.

Lo sé, me he ahogado. Y no era una mierda, si lo comparabas con lo actual.

Me había tirado por un acantilado. Una parte de mí no quería hacerlo. Otra sí. No estaba segura de recordar cada parte de esa tarde. Había sobrevivido… gracias a él ¿Pero quién era él? ¿Por qué notaba que se me estaba escapando la mitad de la historia?

Me hice un ovillo en el columpio y descansé la cabeza en las rodillas. Hacía frío y viento, no muy extraño para septiembre en Irlanda. Me puse la capucha de la sudadera y respiré hondo. Cerré los ojos y volví a escuchar las palabras que me gritaba en mi mente.

<<Erín>>

Estaba segura de que era su voz la que me llamaba. Entonces, ¿Me lo estaba inventando? ¿Era yo la que tenía amnesia?

La segunda opción fue la que me pareció más fiable, teniendo en cuenta que tenía una cicatriz enorme en la frente, la misma que me había llevado a estar en coma. Sólo necesitaba verificarlo con alguien, quizá con mi yo pasado. El de antes de toda esta locura.

Tenía que volver a mi apartamento, encontrar mi agenda, rebuscar en mi portátil, en Facebook, en Twitter, en mi correo… Todo sitio lo suficientemente bueno para encontrar alguna pista sobre Jim, o Batman, o quien narices fuera ahora. 

Puede que no quisiese saberlo. Estaba llegando a la parte de la película en la que te tapas los ojos con las manos porque sabes que lo que viene es demasiado para ti. Pero luego, como si te engañaras a ti mismo, abres una rendija entre los dedos para ver un fragmento de la pantalla. No quieres verlo… Aunque también es imposible quedarse con la duda. Puro morbo. 

Escuché una pasos que se acercaban a mí, un sonido tan torpe que supe que provenía del Duendecillo.
Me presionó la rodilla en actitud reconfortante y se sentó a mi lado. Pensé que el banco iba a ceder y que de un momento a otro nos veríamos en el suelo… Afortunadamente, éramos personas pequeñas.

Nos quedamos un rato en silencio, sin mirarnos… Supongo que era útil con el mero hecho de hacerme un poco de compañía.

Ya… Le estaba cogiendo cariño a ese hombrecillo. Demasiado cariño. Aunque fuera la persona más insoportable sobre la faz de la tierra, contando a mi madre cuando tenía un mal día.

                -¿No tienes frío?-me preguntó.

                -El frío es reconfortante cuando lo demás es tan… Raro-formulé la última palabra en un suspiro, pensando en Picasso y su obra, que tanto me desagradaba.

                -¿Qué ha pasado?

                -No lo sé. Es difícil hasta un punto que consigue que me duela la cabeza-se me escapó una risa nerviosa y me giré para mirarle a la cara. Aún tenía el pómulo enrojecido por mi “ataque triunfante”-¿Te he hecho daño? ¿Mucho? No era mi intención…

                -Venga ya, claro que lo era-dijo, encogiéndose de hombros.

Estaba claro que me conocía.

                -A ver, empezaste tú… Yo solo contraataqué.

                -También es cierto-admitió Jerry.

                -¿Cómo está Jim?-le pregunté, malogrando mis intenciones de no volver a mencionarle en toda la mañana.

Al parecer resultaba imposible no hacerlo, porque él ocupaba tres cuartas partes de mi cerebro. La parte restante estaba llena de agua, así que no había opciones para mi guerra interna.

                -Dándose una ducha. Está bien. La irá es algo que estamos trabajando.

¿Ira? Noté que me apuñalaban el estómago con culpabilidad muy afilada. Otra batalla perdida. Mis ojos se empañaron en lágrimas, escocidos de tantos sentimientos. Él tenía ataques de ira y yo estaba tan ocupada con mi depresión que no tenía ni idea. 

Pero entonces, de repente, se me ocurrió algo descabellado y suicida. No, no tan descabellado y suicida como lo último que hice… Aunque se aproximaba. La diferencia, es que está vez, no me permití el lujo de pensarlo más detenidamente.

Porque quizá era el principio del camino hasta la solución. O no y acabaría peor de lo que ya estaba.
Dejé de dudar. Preparé a mi cerebro, a mis cuerdas vocales, a mi pulmón solitario… Y abrí la boca.

-Me da miedo el mar… o el agua. Estoy acabando mi carrera de arte. Y creía que yo era capaz de todo, siguiendo mi rutina, cada día, todos los días… Pero no. Intenté suicidarme aquella tarde. Bueno, era mi intención… Luego sentí miedo y me arrepentí, pero supongo que me quedé corta de tiempo y acabó pasando. Ahora estoy aquí y no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.

Confesar fue tan liberador que noté un cosquilleo de placer por la espalda. Jerry en cambio, mantenía una expresión preocupante, con el ceño muy marcado sobre las cejas y unos ojos que me escrutaban con demasiada intensidad. Hasta podría jurar que le salían rayos x. 

Un buen momento para arrepentirme. Aunque en el fondo no lo hacía. No sabía si era buena señal, ya que normalmente y sobre todo, últimamente, me arrepentía constantemente de mis actos impulsivos y absurdos.
¿Podía estar yendo hacía el buen camino? ¿Por fin?

                -¿Estás hablando en serio? Jim me dijo que había mucho viento, que te empujó. Él mismo te vio caer. Quizá estés confundida, Erín… A mucha gente le pasa después de un hecho traumático. Confunden sus ideas y sus propios recuerdos. Los intercambian y crean ilusiones que rozan lo absurdo-me explicó, algo más alterado que de costumbre.

Reflexioné sus palabras una a una… Y ninguna me convencía. Si de algo estaba completamente segura, era de lo imbécil que era, o que al menos lo había sido aquella tarde. Era imposible que eso fuera producto de mi imaginación.

Aunque no era la primera vez que mi cabeza me enviaba mensajes erróneos relacionados con la sensación de estar ahogándome, aunque en realidad estuviera metida en mi cama, o sentada en una silla… A cientos de metros del agua.

Pero no, eso era completamente imposible.

                -No, Jerry, lo sé. Estoy totalmente convencida de que…

                -¿Tienes recuerdos de esa semana, verdad? ¿Pasó algo malo? ¿Digno de mención? ¿Digno de que decidieras acabar con tu vida?-volvió a interrogarme, incesantemente.

Ahora sí que me dolía la cabeza.

                -No lo sé. No sé qué paso ese día. Bueno, seguro que nada destacable…-me convencí, intentando volver a aquel instante.

El problema residía en que todo momento anterior había sido eclipsado por mi caída, o suicidio… O quizá me hubiera empujado un hobbit. Que sé yo. Puestos a suponer, todo parecía válido. Y todo ese montón de ideas hacía imposible que recordara el último día de una vida normal.

Sí alguna vez había llegado a serlo.

                -Erín… No vamos a dejar nada claro hasta estar completamente seguros.

                -¿Ayudaría hacer una excursión a mi apartamento?

Al duendecillo se le iluminó la mirada. Claro que no me sorprendía, no lo tenía acostumbrado a estos arranques de optimismo.

                -¡Claro, Erín, claro! Podemos desayunar en algún sitio mañana, en el centro, de camino…Conozco un sitio dónde ponen un maravilloso pastel de frutas del bosque, aderezado con bolas de queso suizo y mermelada de higos ¡Vas a disfrutar!

Imposible que no me emocionara con sus descripciones. Era como ver a un niño el día de navidad en el que los dulces lo han puesto hiperactivo. Asentí varias veces, intentando no romper esa emoción, aunque yo estaba más bien aterrada que otra cosa.

¿Un paseo por la calle después de todo esto? Bueno, tal vez era algo por lo que empezar.

Mi duendecillo y yo. Sólo un desayuno… ¿Qué podía pasar?


Al día siguiente sentí que tenía diez años menos y empezaba mi primer día de escuela. Me levanté muy temprano para prepararme. Me duché con rapidez (aún medio cagada con la bañera) y busqué algo de ropa decente que ponerme. Por suerte, Alana, en su última visita, me había regalado unos pantalones vaqueros ajustados y un jersey de lana rojo y ancho, que disimulaba mi delgadez. Arreglé mi aspecto y me dejé el pelo suelto. A proveché los rayos de sol para ocultar mi vergüenza tras unas gafas de sol.

Siempre había tenido una cierta adicción por ese accesorio, quizá heredado por la pasión de mi madre por la moda. Incluso las había trasladado a mi nuevo hogar. Cogí unas redondas de cristal de espejo y las metí en mi bolso.

Mientras me ponía las converse, llamaron a la puerta. Había llegado la hora de salir a la luz del día. Aunque parezca raro, la mezcla de emociones que me producía salir a dar un paseo, me desconcertaba. Nervios, miedo… Alegría.

                -¡Pasa!-Dije en voz alta, convencida de que Jerry me esperaba al otro lado de la puerta. Escuché como se abría y vi la silla de ruedas con el rabillo del ojo-¿Volvemos a sacar la silla?-Bromeé y levanté la vista.

                <<No. Él no>>

                -Es la primera salida, no podemos pedir demasiado-dijo Jim, acercándose cada vez más a mí-Buenos días.

Su forma de saludarme ya me había desarmado. Cuando me fijé en su aspecto, me quedé sin nada más que decir. Llevaba pantalones pitillo, una camisa de cuadros y un jersey azul oscuro. Su pelo rubio seguía estando despeinado con cierta destreza… Intenté fijarme en eso para no pararme en sus ojos azules.
Al margen de todo eso, no entendí los nuevos planes en los que él también venía.

                -Buenos días-contesté nerviosa-Me esperaba a Jerry.

                -Vamos a ir los tres, yo tampoco he salido mucho estos días.

                <<Tres son multitud>>

                -Bueno, ¡Ya somos un grupo!-exclamé, quedando demasiado obvio que mi entusiasmo era fingido.

Me agarró el brazo y me ayudo a llegar a la silla. Olía genial… Demasiado bien, a champú y perfume. Llevaba una mano vendada y en la otra los nudillos morados, aun así me sostenía con fuerza. Eso me recordó la escena del día anterior y provocó que me estremeciera.

Porque detrás de la camisa y la cara angelical… era Batman. Alguien oscuro que tenía ataques de ira, de quien no sabía nada de nada.

Bueno, algo sí. Me había salvado la vida.


Jerry nos esperaba abajo, metido en un flamante monovolumen negro que más bien parecía digno de un jefe de estado.

                -He de decir que pensaba que ibas a rajarte-murmuró Jerry mientras conducía.

                -Tenía que salir algún día-respondí sin darle más importancia, aunque en el fondo estaba echando humo con el comentario del maldito duendecillo.

                -Aunque lo más difícil ha sido convencer a Jim ¿Verdad, amigo?

Lo miré de reojo, estaba sentado a mi lado, pese a que el asiento del acompañante estaba vacío. Se encogió de hombros y miró hacia la ventana.

                -No quería incomodar a nadie-murmuró. Vi claramente como su mandíbula se tensaba.

Directa hacía mí. Cogí el pase e intenté esquivarlo en otra dirección. Pero no lo hice demasiado bien, consiguiendo un efecto rebote.

                -Puede que así dejemos de centrarnos en mí-susurré, lo bastante alto como para que me escucharan.

                -Erín… Ya sabes que todos intentamos que estés lo mejor posible. Todos nos ayudamos. Y esto nos vendrá bien… Salir juntos-me aseguró el duendecillo.

                -Pues parece que no, yo no sé nada de él. Pero él sin embargo, si lo sabe todo de mí ¿De verdad queréis que piense que estamos en igualdad de condiciones?

Vale, puede que la de la irá fuera yo y no la persona que permanecía callada a mi lado.

                -Te equivocas-me reprochó Jerry, con gesto serio.

Bufé y me puse a mirar por la ventana. Definitivamente, la excursión había sido una mala idea.

Muy muy mala.

Peor cuando al torcer una curva en la carretera me encontré de frente con la inmensidad del mar. La inmensidad de todas esas pesadillas. Más real que nunca. 

Y me quedé rígida, paralizada por el miedo.

Empecé a respirar lentamente, hipnotizada por esa imagen de grandeza que me dejaba a la altura del betún, que me provocaba volver a la escena que llevaba semanas persiguiéndome. 

                -No… No…-jadeé, en busca de algo de ayuda.

                -¿Qué…?-preguntó Jerry confundido, mientras me miraba por el espejo retrovisor… Por su mirada observé que se daba cuenta de lo que pasaba- ¡Erín! No pasa nada ¡Estás aquí! Respira. Respira despacio. 

Pero que me lo dijese él no iba a provocar que lo hiciera, así que seguí hiperventilando como una idiota, como si me estuvieran robando todo el oxígeno que tenía.

Por suerte, estaba Batman a mi lado. Él y su eficiencia en este tipo de situaciones. Me agarró la cara con ambas manos bruscamente, obligándome a mirarle a los ojos.

Lo que llevaba evitando desde hacía minutos… Hecho en un segundo. Mierda de trauma y de Irlanda. 

                -Mírame a mí. Estamos aquí-murmuró frente a mí, pronunciando las palabras con destreza. Sabía exactamente qué hacer conmigo.

Mi respiración se fue calmando y entonces, me sentí fatal. Todo mi cuerpo temblaba y, aunque intentaba pensar en el desierto, no era más que un pensamiento incapaz de echar raíces en una zona tan encharcada.

                -No pasa nada…-volvió a decirme con calma, a la vez que me estrechaba en su pecho.

No pude sino dejarme. Puede que porque estuviera inestable emocionalmente… Tal vez porque quisiera tenerle cerca. Después de todo, acababa de salvarme el culo. Otra vez. Así que me quedé en ese hueco entre su brazo y su pecho. Era cálido, confortable y ese olor… Creo que me relajé de pura embriaguez.

Sí, me había drogado sin necesidad de drogas. Y era preocupante.

Después de unos kilómetros, el coche se paró. Seguía a su lado y no me había movido de allí. Mi plan para alejarme no daba resultado. Me incorporé y lo miré. Jim me sonrió y abrió la puerta del coche.

                -¿Bien?-preguntó tímidamente.

Asentí y admiré como sus labios volvían a elevarse hacia arriba.

Ugh, su sonrisa.

                -¿Estás mejor?-cuestionó Jerry, llegando a nuestro lado-Venga, tiene que darte el aire.

                -Estoy bien. Sólo ha sido impresión ¿No conocías otra puta carretera?-le recriminé, aunque después de la escena edulcorada del coche, no podía estar enfadada.

                -No me acordé. Lo siento.

Algo me decía que si lo recordaba y que esperaba ver mi reacción. Pero claro ¿Qué sabía yo? Era una simple perturbada con el médico más extraño del país.

Me fijé en que estábamos en el parque Phoenix, mi sitio favorito para estudiar y leer un buen libro un día soleado. Uno de los mejores sitios de Dublín.

                -¿Qué hacemos aquí?-preguntó Jim, tan confundido como yo.

Jerry se dio la vuelta y abrió los brazos, demasiado contento para que me relajara.

                -¡Vamos a jugar!

                -Creo que te está dando mucho el sol-le dije, colocándome las gafas.

Me hizo una mueca de desagrado y se sentó en el suelo verde.

                -A ver, Jim ¿Quieres saber algo de mí?

Jim me observó un segundo. Parecía que quería mi aprobación, así que puse los ojos en blanco y lo vi sentándose a su lado en la hierba.

Era ridículo incluso para nosotros tres.

                -Está bien-contestó él.

                -Sí te cuento algo, tu deberás pagarme con algún pensamiento tuyo ¿Está bien?-Jim asintió y Jerry se aclaró la garganta-De pequeño hice de Lepracaun en todas las actuaciones del colegio. Era el más bajito, así que era el que mejor quedaba con el traje. Odiaba hacer de duende.

Abrí mucho los ojos mientras procesaba toda esa información. Pero la carcajada tardó menos que cualquier pensamiento racional. Me tapé la boca con la mano y procuré mantener la compostura. Pero Jim me siguió con el gesto, hasta que los tres acabamos riéndonos. Claro que a Jim y a mí nos hacía una gracia “especial” teniendo en cuenta que desde el primer día le había apodado así.

                -Bueno, ya vale de reíros a mi costa. Te toca, Jim.

Él aludido levantó la vista hacia mí, aún con gesto juguetón.

                -¿Quieres saber algo sobre mí, Erín?

                ¡SÍ!

Claro que sí, pero ¿Iba a ser tan fácil? ¿Sentarnos en el parque y contar secretos? Podía funcionar, así que suspiré y me senté frente a ellos.

                -Bien, vosotros ganáis-sentencié y me quité las gafas.

                -¿Sabes las reglas, verdad?-me recordó Jerry.

                -Sí, ya. Un recuerdo por otro.

                -O un miedo por otro-completó Jim y respiró hondo-Diría algo del tipo Jerry, para empezar, pero no tengo recuerdos de mi vida hasta hace unos meses, prácticamente de nada de mi vida… Así que… Allá va; Estoy… harto de tener que cargar con Diana. Es igual que tener una desconocida que no hace más que llorar y compadecerse de nosotros. Sinceramente, algo me dice que no estábamos bien antes de que yo me fuera al barrio de “No sé ni mi propio nombre”.

Eso era peor que lo de Jerry. Mucho peor. Y lo más terrible era que Diana me daba pena. No dejaba de ser otra víctima más del accidente y puede que la peor parada.

                -¿Se lo has dicho? Puede que te diga la verdad-sugirió Jerry. El aludido agacho la mirada y empezó a arrancar briznas de hierba.

                -Quizás lo haga-dijo en voz baja y volvió a mirarme-Es tu turno, Madness.

Acababa de llamarme Madness (que no era un mote tan disparatado después de todo), iba a entrar en su juego… Y no tenía ni idea de cómo iba a salir.

Al menos, salir entera.






2 comentarios:

  1. ¡Guapa tienes un premio en mi blog! Pásate,espero que te guste (:
    https://halliwellyelnuevomudno.blogspot.com/
    Es algo distinto (:

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  2. Quiero otroo capp porfiii

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