lunes, 12 de agosto de 2013

Capítulo 3: Veintitrés. Parte 2.





Cuando por fin pude cerrar la boca después de escuchar su relato… Negué varias veces y a continuación, me eché a reír. Tan inoportuna e idiota como siempre. No podía parar y él me miraba como si le estuviera doliendo mi reacción. Me tapé la boca y me contuve.

Mi especialidad en este tipo de situaciones, estropearlas más si cabe.

                -Dios mío… Lo siento. Es terrible y no puedo imaginar por lo que estás pasando, pero es que…-Intenté disculparme, pero las carcajadas me jugaron una mala pasada. Otra vez. 

James frunció el ceño y, para mi sorpresa, comenzó a reírse también… Pero, ¿Y por qué no íbamos a hacerlo? Ya teníamos suficiente y durante un pequeño instante, me olvidé de la asquerosa situación que nos aplastaba.

Aunque a continuación, mientras observaba su sonrisa… Me di cuenta de lo mal que me sentía. Culpabilidad en su máxima potencia, llegando a límites extremos. Quizá había destrozado una vida en un intento de acabar con la mía.

Ese muchacho de veinte tantos años no recordaba nada de su pasado por mi culpa… No recordaba nada ni a nadie. Gracias a mí. Por haber sido un héroe conmigo. Encima, estaba atacándolo constantemente por ser amable y querer acercarse a mí. Desde luego, pensé que en cualquier momento escupiría veneno. 

No tenía ninguna justificación. Me estaba comportando mal. Como una cría egoísta, como si fuera la primera a la que le pasa algo malo. Dejé de reír y bajé la mirada, incapaz de seguir sosteniendo esos ojos azules tan bonitos. Claro... y ahora pensaba en sus ojos. La angustia oprimía mi pecho, dónde se formaba un enorme nudo que amenazaba con explotar. Jadeé y me agarré el pecho para frenarlo, pero era tarde; Él cúmulo de emociones y lágrimas se hizo conmigo… Devorándome sin piedad, forzándome a hiperventilar y a parecer una loca.

Veintitrés años, un intento de suicidio y la confesión de alguien a quien has destrozado la vida… Creo que fueron las buenas razones para que me desmoronara. La visión no era muy agradable. En tonos grises y tristes.

                -Erín… Mierda. No quería que te sintieras mal… Vamos, no llores.

Me cogió de los hombros y me abrazó a la vez que me acariciaba el pelo. Y me gustaba… Era ¿Agradable? Intenté centrarme, pero nada.

                -¡Te he destrozado la vida! ¡Tienes amnesia por mi culpa!-Sollocé, enterrada en su pecho. Y olía genial.

                -No… No digas eso. Tú lo dijiste antes, nadie me pidió que saltara-Replicó James.

                -¿Por qué lo hiciste?- Pregunté, secándome la cara con la manga del pijama. Penosa.

                -Supongo que nadie me obligo… Que quería hacerlo… Aunque no lo recuerdo con lujo de detalles-Admitió él, separándose de mí.

Si recapitulaba los hechos del trece de agosto, me encontraba como en una novela inglesa del siglo dieciocho. De esas en que la protagonista vivía un drama continúo, provocado por la sociedad, por el amor o por la desgracia personal… La única diferencia era que yo era la culpable de mi propia desgracia. Yo me lo había buscado. Yo, y claro está, mi asombrosa estupidez, que cada día me sorprendía más. Si Jane Austen levantara la cabeza, me daría unas palmaditas en la espalda y se haría rica a mi costa. 

                -¿Qué te parece si damos un paseo?-Me propuso James, acariciándome el hombro.

¿Estaba de coña? Quería dar un paseo. Conmigo. Desde luego, la amnesia no era la única secuela que tenía el pobre.

                -Hoy no estás para paseos, Erín-Dijo de repente la voz de Jerry detrás de nosotros. 

Los dos nos sobresaltamos al oír al duendecillo. Estaba en el umbral de la puerta y llevaba una corbata peor que la del día anterior. Esta vez de patos de goma. Oí gritar al buen gusto. Más bien agonizaba

               -Hola a los dos y felicidades… Siento estar aquí escuchando, ha sido un error. Pero como la señorita Roach y yo teníamos una cita, debía venir… Algo completamente normal, como entenderéis.

Observé que se comportaba de manera extraña y que sonreía demasiado…Y eso ya era decir. Se sentó a nuestro lado y cogió un paquete de galletas. La abrió y se llevó una a la boca mientras nos observaba. James se aclaró la garganta y yo suspiré y me moví un poco en la cama.

                -¿Qué ha pasado en el ascensor, chicos?

                -Un flashback-Contesté y levanté los brazos, señalándome-Hemos hablado.

No se sorprendió. Estoy segura de que ya lo sabía. Me pellizcó la mejilla y sonrió.

                -¿Y bien?-Volvió a preguntar el duendecillo-¿Te ha sorprendido la historia de Liam? Quiero decir,… James.

Comenzaba a molestarme su tono… Ese psicólogo me sacaba siempre de mis casillas, pero no quería darle el gusto esta vez.

                -Sí... Es un poco triste no recordar nada-Murmuré y eché un vistazo a James, que me escudriñaba como embobado.

                -¿Y la culpa? Sé que la tienes. No me lo ocultes.

Apreté la mandíbula con fuerza y suspiré, como si no me importara lo más mínimo.

                -No me siento culpable-sentencié.

                -Eso se llama mentir y ponerte una protección. No te va a ayudar. Mírale-dijo, señalando a James-lo sientes.

                -Jerry…-Susurró James en tono protector. Un tono que me encantaba, a pesar de estar consumida por la rabia hacia ese ser minúsculo. 

                -Estoy bien-Mentí.

                -El flashback te ha hecho desmayarte en el ascensor ¿Por qué?

¿Qué por qué? No entendía a qué se refería y tampoco lograba averiguar su objetivo. Pero quería pegarle un puñetazo para que se callara.

                -Quizá porque reviví de nuevo ese momento… Y fue demasiado real.

                -James ¿Puedes dejarnos solos?

Mi interior gritó para que no se fuera y estuve a punto de agarrar su brazo para impedírselo, pero él se levantó y se fue sin rechistar, dejándome con el maldito psicólogo y con su corbata de patos de goma.

                -Creo que no entiendes el punto en que está James-añadió Jerry muy serio-Imagina al sol como centro de la galaxia. Tú eres el sol. Por lo menos hasta que recupere la memoria… Si lo hace.

                -¿Quieres que me suma en una fuerte depresión? ¿Vas de psicólogo bueno y luego haces que tus pacientes vayan a peor para ganar más dinero?-cuestioné con ironía- O simplemente eres penoso. 

Soltó una sonora carcajada y se acercó más a mí.

                -La verdad es que siempre me haces reír-se sinceró. 

                -Supongo que siempre puedo llegar a ser un payaso paralítico. Puede que paguen bien-contesté y le sonreí exageradamente.

                -Erín… Esto es serio. Intenta no ser mala con él ¿Vale? Te ayudaré si quieres.

No sabía que más decir. No podía ayudar a nadie porque yo misma era un completo desastre que llegaba tarde a los sitios y nunca conseguía mantener ordenados mis apuntes durante más de veinticuatro horas. Imposible ayudar a un amnésico, que para colmo, estaba obsesionado con la idea que tenía de mí.

                -Uhm… Jerry… Soy muy… fría para hacerlo ¿No se supone que tú eres el que se dedica a esto?-cada vez le odiaba más. Así que no me costaba ser así con él-Digo yo... quizás tengas que volver a estudiar. 

                -De hecho soy bastante bueno. En especial en casos complicados como tú-me fulminó. Dio una vuelta por la habitación y suspiró-Pero la obsesión la tiene contigo. Así que… ¿Vas a dejarlo así?

Segundo asalto. Derrotada por ese hombrecillo pelirrojo.

Tras los agotadores descubrimientos del día y ya sola en la habitación, intenté tomármelo con sabiduría. Cosa que no se me daba del todo mal… Pero no entonces. No veía nada positivo en aquella cadena de acontecimientos que me asolaba. Nadaba a contracorriente y no solo debía brear conmigo y mi actual situación, sino también con él. Mi personal y atractivo efecto colateral.

Supe que iba a tener que esforzarme en ser mejor y aunque odiaba tener que hacer eso, suponía un deber moral. Evidentemente no tenía ni idea de lo que suponía ese deber. Hasta que me vi hasta el cuello. 


Fiona y Alana llegaron más tarde. Y por supuesto no les conté lo de James porque seguramente, ya lo sabían. Me limité a escurrir el tema y hablar de cosas superficiales sin importancia, como lo que me iba a poner esa noche. Me regalaron un vestido blanco de manga corta por encima de las rodillas. Tenía unos volantes en el pecho que no me hacían tan delgada y el vuelo de la falda remataba el resultado. Después de una sesión de peluquería, depilación y maquillaje… Me parecía un poco más a mí.

Lo bueno de tener amigas es que te socorren en ciertos momentos de “emergencia”.  Y no es que yo fuera una negada para arreglarme, pero ¿Cuándo llevas un mes en el hospital? Es un trabajo demasiado duro para una sola persona. Ni Miguel Ángel arreglaría eso. 

Claro que no me apetecía ir a esa fiesta, pero la había organizado James y tenía que aguantarme. Una vez de tantas. Por ser el mejor, el bien de él, el mio y todo ese rollo. Él mismo fue el que sobornó a las enfermeras para que comiera algo más… apetitoso. Por eso, a la hora de comer, trajo varias bolsas de McDonald’s.

                -¿Tienes hambre?-Preguntó al entrar, sonriéndome. Cuando se fijó en mí, le cambió la cara; Abrió los ojos como platos y al cabo de un rato, se aclaró la garganta, notablemente nervioso-Estás muy… Bien.

Me puse roja como un tomate. El daño colateral también hacia cumplidos. 

                -Gracias. Casi no parezco de aquí ¿Verdad? ¿Paso por una visita?-Bromeé y me alisé los volantes del vestido.

                -Sí te quitas eso de la nariz, sí-Contestó, señalándome.

Mierda… Aún llevaba esa cosa pegada. Me quité el tubo corriendo y la tiré a un lado.

                -¿Mejor?-pregunté, volviendo a sus vaqueros y a la curva de su culo. No podía centrarme. No cuando cada vez me fijaba más en su físico. 

                -Así que… ¿Tienes algún familiar ingresado?-Comentó James. Ay... una monería.

Sonreí y asentí con energía, pero me fijé en las bolsas y enmudecí de felicidad.

                -Dios… Dime que llevas comida ahí dentro.

                -Pues sí… Te he comprado una hamburguesa con queso sin pepinillos ¿O te gustan los pepinillos?

Puso sobre la bandeja portátil toda la comida y se sentó a mi lado. Tragué saliva antes de hablar. Olía a cielo. O como debería oler el cielo, si hubiera. 

                -No… No me gustan-Admití formando una mueca de asco.

                -Pues genial, Erín odia pepinillos ¿Algún odio más que deba conocer?

                -¿Los acantilados?-Susurré con tono irónico.

Pero como siempre, la cagué. Me miró con lástima y suspiró… Adiós a la conversación divertida y ordinaria que estábamos teniendo.

                -¿Es verdad?-Preguntó prudentemente.

                -No sé, puede que lo que ha pasado… ¿No te pasa a ti? ¿No tienes pesadillas?

Esa pregunta tan personal me salió sin querer… Noté la incomodidad que se respiraba entre nosotros pero no podía dejar de indagar en él, pareciendo imprudente y temeraria. Ladeó la cabeza negándolo. 

                <<Erín y la estupidez humana>>

                -¿Tú sí?-cuestionó James.

                -A veces. Huelo el salitre, noto la fuerza de las olas, unas manos que me agarran con calidez…-paré en seco porque me estaba ahogando con solo pensar en esa sensación, así que quise quitarle peso al asunto-Supongo que serán las tuyas...

James me cogió la mano. Observé su gesto complaciente, reflejado en la curva de sus labios carnosos y en sus ojos brillantes. Realmente me empezaba a gustar el amnésico.

                -¿Así?-Dijo en tono juguetón.

                -Algo así, sí.

De repente sonó mi teléfono. James me tendió el iPhone y vi que era mi madre. Estropeando ese momento de complicidad.

                -¿Sí?-Contesté- ¿Mamá?

                -Cariño ¡Feliz cumpleaños!-Exclamó con energía-Tú padre está aquí conmigo… También te felicita.

                -Gracias a los dos.

                -¿Cómo estás, preciosa mía?

Miré a James, que no parecía con intención de irse y que se comía su hamburguesa con tranquilidad…

                -Bien, mamá… Muy bien ¿Y vosotros?

Luego me contó, durante unos diez minutos, cosas que no me importaban lo más mínimo sobre su trabajo. Era aburrido hasta más no poder. Pero finalmente, acabó por decirme que tenía que irme con ellos a Inglaterra. Supuestamente, su casa estaba mejor equipada para mis nuevas necesidades que mi apartamento en Dublín. Incluso habían contratado a una mujer para que me ayudara. EL DESASTRE UNIVERSAL.

Cerré los ojos y recé porque alguien me despertara con una bofetada en la cara, pero no. 

                -¿Qué? No mamá ¡No voy a irme!

                -Pero si ni siquiera tienes ascensor… Además, no es para siempre.

No había pensados en esos detalles “sin importancia” y me quede demasiados argumentos. Un ascensor, como si alguna vez me hubiera importado no tenerlo.

                -¿Pero y mis estudios?

                -Eso no es nada… Los acabas aquí.

La impotencia me estaba superando. Hablar con mi madre era un suplicio que no me iba a estropear el día -más de lo que estaba-. Me tragué las palabras malsonantes que iba a soltar y corté con una frase;

                -Mamá. Mañana lo hablamos. Adiós,… te quiero.

Colgué antes de que dijera nada. Apagué el teléfono y bufé notando que los ojos me empezaban a escocer.

No podía volver a Inglaterra... con mis padres... sin mis amigos... ¡Con mis padres!

                -¿Ha pasado algo?-Preguntó James,frunciendo el ceño.

Negué varias veces con la cabeza… Básicamente porque no podía hablar sino era para gritar y desahogarme.

                -Puedes contármelo-Repuso.

Volvió a entrelazar su mano con la mía y me la apretó sutilmente, haciéndome ver que estaba ahí, apoyándome. Pero como no, me asaltó la incomodidad…  Yo era más fuerte que eso. Un ser del polo norte. Me deshice de su mano e hice que mi mis labios se levantaran formando una muy falsa mueca de felicidad.

                -¿Me acercas la silla?-Le pedí.

Se levantó, fue hasta ella y la llevó al lado de la cama. Me deslicé por la cama para saltar… Pero James levantó los brazos a la altura de mi cintura, dando por hecho que me iba a ayudar. Y lo dejé… Para él no suponía ningún esfuerzo, aunque para mí, empezara a ser molesto tanta ayuda. Me metí en el servicio y cerré la puerta con pestillo.

No sólo era James, ni yo, ni el accidente… Mis problemas no se quedaban ahí. Ahora mi madre me quería llevar a Inglaterra. Sus razones me parecían sensatas pero simplemente, no quería y tenía que hacer algo para evitarlo. No tenía ni idea de qué.

                -¡Mierda! ¡Mierda!-Grité, consciente de que podía escucharme… No me importaba.

                -¿Erín?-James llamó un par de veces a la puerta.

Salí al tercer toque. Temía que pensara que hubiera hecho una locura.

                -¿Podemos dar ahora ese paseo? Por favor-supliqué.

Él se puso detrás de mí para empujarme y cogió la comida.

                -¿Lista?

Bajamos a un pequeño jardín trasero rodeado de frondosas enredaderas encaramadas a los muros, arbustos repletos de hortensias de diferentes colores y un par de bancos de forja. El sol estaba escondido entre las espesas nubes, pero hacía una temperatura muy agradable. Ese lugar parecía sacado de un cuento, por raro que parezca estando en un sitio lleno de enfermos. 

                -No conocía este sitio-admití comiéndome la deliciosa y grasienta hamburguesa que tanto necesitaba.

                -Es de un hombre que cuida el hospital,… Seamus, creo que se llama-comentó James- ¿Está todo bien con tus padres?

¿Qué iba a decirle? ¿Qué sí? No podía mentir, básicamente porque no podía ser así de mala con él. Le conté todo el asunto de viajar a Inglaterra por mis “absurdas nuevas necesidades” mostrándome totalmente sincera… Por mucho que me doliera admitirlo. Él estaba muy interesado en mi relato, por lo menos me daba esa impresión. Estaba atento, asentía demasiado y tenía una arruga marcada entre las cejas.

                -¿No quieres irte?-preguntó al cabo de un rato.

                -Claro que no. Me gusta esto. Y sería agobiante vivir allí con ellos… Son demasiado sobre protectores cuando se lo proponen. Supongo que tendré que ceder y hacer las maletas cuando salga de aquí.

                -Lo siento, Erín-pronunció mi nombre de manera muy dulce.

¿Por qué me provocaba esas ganas inmensas de lanzarme hacia él? Ni idea, pero las controlé.

                -Bueno ¿Y tú? Ayer fue tu primer día fuera...-comenté para desviar el tema.

Puso los ojos en blanco y dejó descansar su espalda en el banco.

                -Un desastre. Resulta que no recuerdo nada aún… Mi padre preparó una cena en mi honor al que fue gente que no conocía y que se esforzaban demasiado en recordármelo.

Una espina de culpabilidad me atravesó el pecho. Yo había provocado eso. Yo y mi alucinante estupidez.

                -Tiene que ser horrible… No puedo ni imaginármelo, lo siento mucho.

                -No es tan horrible. Jerry dice que puedo comenzar de nuevo. Por ejemplo como no tengo ni puta idea de lo que hacía en la empresa, ahora puedo dedicarme a otras cosas.

                -¿Trabajabas en una empresa?

                -Eso dicen… Ayudaba a mi padre cuando terminé la universidad. Estudié empresariales, pero en mi cabeza eso suena a chino. Ni siquiera me llama la atención todo ese mundo de los negocios y los hombres con traje.

                -¿Qué más has descubierto?-Pregunté otra vez, ansiosa de información.

                -Que me gusta la fotografía, que odio los macarrones,... tengo un coche alucinante y mi madre murió cuando era pequeño.

Otra espina. Esta vez más profunda y afilada.

                -Lo siento.

                -No lo sientas más, Erín-de nuevo, esa voz dulce cuando pronunciaba mi nombre. Erín, se dura. 

                -Supongo que como dice el duendecillo… Tengo que sentirme culpable-Murmuré, algo avergonzada.

                -El duendecillo puede aproximarse a averiguar lo que sientes, pero no puede condicionarte a sentir.

¿De verdad le salía solo ese vocabulario? Con esa frase tan ridículamente acertada, pensé que tenía un guión preparado, dispuesto a que yo cayera en sus redes.


Estuvimos toda la tarde hablando en ese pequeño jardín, hasta que llegó la noche. Y con ella la fiesta. La discreta celebración de mi cumpleaños con algunos amigos, personal del hospital y por supuesto, James y su inseparable y reducido amigo pelirrojo, que no dejaba de escudriñarme con su ojo diagnóstico.

La velada tuvo lugar en una pequeña sala de juntas llena de comida, bebida y decenas de lucecitas que caían desde el techo a las paredes y le daban un toque acogedor a ese lugar tan frío. La música era cosecha de Fiona, de eso no cabía duda. Agradecí que hubiera algo que me hiciera sentir en casa… Porque después de unos minutos, estar allí resultaba insufrible. Las enfermeras me asaltaban a preguntas incómodas que no sabía responder sobre mi estado, y los médicos hablaban de mi caso en cada esquina, como si fuese un juguete nuevo.

Al final, mi cumpleaños se había convertido en una reunión sobre un único tema: Yo.

Resultaba muy desagradable levantar la mirada y ver que era demasiado pequeña en ese circo. Alana y Fiona charlaban con el enfermero atractivo y tampoco había vuelto a ver ni a James ni al duendecillo desde hacía varios minutos, así que decidí beberme unos cuantos Martinis. Afortunadamente, la fiesta no era cero alcohol y pude pasar el mal trago con ayuda de aquel líquido transparente y de las aceitunas cruzadas que lo acompañaban.

No es que fuera una alcohólica, ni que disfrutara a menudo de los placeres de abstraerme de la realidad, pero me lo merecía. Cumplía veintitrés… Veintitrés años y mi suerte no hacía más que ponerme la zancadilla. Claro que me lo merecía.





Al poco tiempo -o eso me pareció- y borracha como una cuba, salí torpemente de la sala de juntas, chocando la silla con algunos muebles y trazando un camino lleno de curvas imaginarias. Puede que lo Martinis hubieran subido pronto o que mi debilidad también se reflejara en el aguante con el alcohol, pero quería ir a meterme en la cama y dormir plácidamente. Ya me preocuparía por la resaca. 

                -¡Erín!-me llamó una voz a mi espalda, cuando ya iba por el pasillo. Una desagradable voz.

Me di la vuelta pero choqué con la pared, y la silla y yo perdimos el equilibrio. Un gran momento bochornoso. Caí al suelo y comencé a reírme con ganas, a carcajada limpia. Fue bastante divertido y no dolió nada -puede que gracias a la embriaguez-... Aunque no resultó gracioso a todos. El hombrecillo pelirrojo y James, corrieron hasta mí y me quitaron la silla de encima. Tenían cara de pocos amigos... Aguafiestas.

                -¿Estás borracha?-preguntó Jerry al ver que el volumen de mi risa crecía.

                -Mierda, Erín...

                -No, claro que no-dije, con una cuestionable seriedad antes de romper a carcajadas-¡Es mi cumpleaños!

                -La llevaré arriba-se ofreció James.

                -No, vete a la fiesta-le ordenó Jerry.

                -No quiero volver-replicó él.

                -Uh... ¡Problemas en el paraíso!-exclamé yo, echando leña al fuego.

                -Cállate Erín-sentenció y volvió a mirar a James- ¡Pues vete a casa!-Nunca había visto tan enfadado al duendecillo.

                -¡No! ¡Que no se vaya!-grité yo y me enganché a su cuello, soltando una risita.

Puede que sea vergonzoso admitirlo, pero no recuerdo nada después de eso. Y también puede que en ese momento no fuera consciente de lo que me esperaba, pero al día siguiente una avalancha de consecuencias referente a ellos, me sepultó por completo.
               


6 comentarios:

  1. Hay tanta culpabilidad en Erín :S Supongo que son demasiadas cosas juntas para ella :( ¡Y encima sus padres se la quieren llevar a Inglaterra! James se quedaría destrozado si se fuera :( Porfa, que no se vaya T_T Eso sí, Erín borracha tiene mucho peligro jaja
    Besos Jane ^^

    ResponderEliminar
  2. NOOOO,NO DEJES QUE JANE SE VAYA PLIS :(( ME GUSTA COMO ESTÁ EN EL HOSPITAL CON JAMES ^^Que por cierto, también me mola mucho jijiji :3 En fin, que ahora me he quedado con el gusanillo de "¿que pasará?" Y estoy deseaaando que subas el capítulo 4.
    ¡Muchos besos!<3

    ResponderEliminar
  3. Pero no! Que no se vaya! Todo así es perfecto, ¿por qué se tiene que ir? Por qué nos haces esto?! Espero el próximo capítulo YA. Un besito :)

    PD: Me encanta como escribes. ¿Cómo lo haces? Escribir tan bien.

    ResponderEliminar
  4. Pobre Erín siempre enterrada en la culpabilidad. Me gusta como la trata James, es muy dulce. Su madre no tendria que obligarla a ir a inglaterra si ella no quiere. La historia me encanta, espero que la sigas pronto.
    Un besazo

    ResponderEliminar
  5. ¡Hola!
    Como ya te dije en el primer capítulo, escribes genial y ahora me estoy quedando con las ganas de leer el próximo capítulo XD
    Te informo de que te he nominado a los Best blog awards en mi blog, espero que te haga ilusión.
    ¡gracias!

    ResponderEliminar
  6. ¿Sabes una cosa curiosa que me pasa? Que te he escrito este comentario TRES veces y, siempre, por algún motivo, no lo puedo enviar: o se me va Internet, o mi padre me quita el ordenador y cierra la pestaña... Vale, sé que soy la reina de las excusas, perdón. Bueeeeeeno, aunque mejor tarde que nunca, ¿no?
    Así que aquí va mi eterno comentario: bueno, pues me encantaaaan tus blogs, aunque voy a osarme a decir que este es mi favorito. El diseño (como en todos tus blogs) es exquisito; aunque a mí lo que más me ha llegado ha sido la historia. ¿Sabes? A mí me recuerda Erín a Hazel Grace, de Bajo la misma estrella, tan irónica y graciosa a la hora de referirse a todo (especialmente a su problema jaja). Y bueno, no sé, James es un chico que me llama la atención, es muy increíble. "El duendecillo", como Erín le dice, es un agonías y un incordio, pero me hace gracia y se le ve buena persona. Y pasando a la trama en general... La idea de la historia me resultó original, y me encanta cómo la estás llevando, es una versión irónica, graciosa, a la vez que emotiva de ver la vida. Muy madura tu historia. Además, súper bien escrita, como todas tus historias, con las descripciones justas, y las emociones en cada capítulo.
    En resumen, que espero el siguiente, me encanta.
    Besos, linda.

    ResponderEliminar