La respuesta me
vino fácilmente a la cabeza; Sí. Afirmativo. Te mueres por ese tío. Y una parte
de mí, y odiaba a esa parte con todas mis ganas, empezó a reírse a carcajadas
por lo cómica que parecía mi situación.
No, no estoy
loca… No digo que hable conmigo misma, ni que sea una especie de ser extraño
con doble personalidad, igual que Gollum del señor de los anillos. Pero
últimamente, sentía que cada cosa que me pasaba, era observada por un
subconsciente malvado que se burlaba de mí.
Bueno, a lo mejor
sí que era locura.
Así que de nuevo,
a pesar de lo enormemente cansada e inservible que me sentía, decidí decantarme
por lo que menos me convenía, que era lo que no podía ignorar. Me deslicé hasta
mi trono con ruedas y salí de la asquerosa habitación de hospital que tenía las
horas contadas. Mi objetivo era absurdo, claro y temerario.
Buscar a James y
pedirle explicaciones por ese regalo tan estrafalario que no me merecía. Ya, puede que me equivocara, pero era lo que sentía.
Digamos que no
tenía otra escusa mejor para poder volver a verle. Por lo que recé, con todas
mis ansias -a todos los seres relacionados con las religiones de este mundo-
sólo para que me dieran un poco de suerte y que él no se hubiera ido a casa
aún.
Estaba agotada y
me pesaba todo el cuerpo. Así que decidí obviar los pasillos y meterme en el
ascensor para bajar hasta la primera planta. Obviamente, algo de inteligencia
me quedaba en ese momento y pulsé el botón para ir al parking.
Mientras bajaba,
pensé en qué decir ¿Qué puedes decirle a alguien con quien quieres hablar, pero
pareciendo que no quieres hablar, aunque realmente te mueres porque se quede
hablando contigo?
Exactamente, lo
primero en lo que pensé –absurdamente-, fue lo que dije cuando la puerta se
abrió y le vi a los lejos, tan perfecto, apunto de montar en un coche negro. Una mala idea.
Mi corazón dio un
vuelco -Más bien diría que hizo un salto mortal- y de mi garganta salió un
torrente de voz, lo suficientemente fuerte para que llegara hasta dónde estaba…
Lo bastante alto para que sonara violento. Ni siquiera me importó que no
estuviera solo, estaba cegada por una furia inclasificable, movida por el ansia de volver a sus ojos.
-¡EH, TÚ!
El esfuerzo,
junto con la estupidez y una pizca de la confusa mirada de James, impactó en mi
cicatriz. Me agarré el pecho como si me hubieran clavado una estaca. Soy idiota. La quemazón me
hizo cerrar los ojos y esperar a que pasara, cuando los abrí, casi no vi nada…
Todo estaba borroso, hasta que comenzó a aclararse y observé acongojada como él
venía hacía mí con paso decidido.
-¿Qué haces?-me espetó cuando
estuvo lo suficientemente cerca. Su rostro, presa de la rabia, preocupación y asco
me dejo muda un segundo. ¿Qué quería, flores y corazones?
.
-¿Te…? ¿Vas a casa?-balbuceé nerviosa, sin cambiar
mi expresión.
-Me voy a casa, sí… Pero antes
voy a acompañarte arriba.
-El ascensor es rápido, no te
preocupes.
-¿Qué quieres?-preguntó otra
vez.
Un chorro de
palabras apareció ante mis ojos, frases que eran acertadas, emocionales y
perfectas para ese momento:
“Qué no te vayas”
“Qué pases mi
última noche conmigo”
“Despedirme de ti
en condiciones”
Pero nada de eso.
-Yo… El regalo que me has hecho…
Es demasiado… No… No puedo.
Juro que
tartamudeaba y respiraba peor que nadie en este mundo.
-No digas tonterías ¿Desde
cuándo uno no puede regalar lo que quiera?-contestó molesto.
Lo miré un
momento, deteniéndome en la preciosa perspectiva de sus facciones que tenía
desde el trono con ruedas.Y me despisté,
olvidando completamente de lo que me acababa de decir. Puede que fuera por las
pastillas que me hacían tener la mente en tres planetas a la vez.
-Erín-me llamó-¿Hola? ¿Sigues aquí?
Escuchar mi
nombre, me hizo perder el norte. Olvidé mi absurdo complejo de persona
insensible, de búho emocional y dejé que el imperio de hielo cayera, que se derritiera de una
vez.
-Mañana volveré a
Inglaterra-susurré-No te has despedido de mí.
Y a la vez que
mis mejillas aumentaban su temperatura y me arrepentía de haber soltado ese
edulcorado discurso, James, el caballero andante, o Superman –como queráis
llamarlo- se agachó junto a mí y me cogió la mano.
Me sonrió y
la estrechó suavemente, acercándose a mi oído. Ay... mis ganas de todo con esa persona. Me esforcé por centrarme, pero oye, nada.
-No quiero que te vayas-me dijo
en voz baja.
Guau. Eso fue lo
único que pensé cuando soltó eso. Pero seguí en mi papel.
-¿Por qué? Si soy un incordio-un poco de pena no me venía mal para conquistarle.
-Los incordios no están tan mal. Y yo soy un poco masoca.
Hombre, de eso ya tenía una ligera idea cuando se tiró desde un acantilado a por mí.
Hombre, de eso ya tenía una ligera idea cuando se tiró desde un acantilado a por mí.
-Gracias por el libro… Es
precioso. Nunca me habían regalado algo tan… ¿Único? ¿Valioso? Yo que sé...
Los dos nos
echamos a reír y él me besó en la mejilla.
-Mejor subimos y te cuento algo
en lo que he pensado-se dio la vuelta y le hizo un gesto al hombre que lo
acompañaba.
Contuve el grito
victorioso y la risa tonta que estaba obligando a mis labios a que se
torcieran. Había ganado y la sensación era completamente satisfactoria. Mucho
más que eso.
-Subamos pues.
No sabía que la
rendición resultaría tan dulce. No estaba tensa, ni nerviosa… Era como flotar. Al llegar, me arropó con la ropa de cama y colocó los cojines estratégicamente, de manera
que aumentaba la sensación de estar en las nubes. Aunque puede que hubiera
otras causas.
-¿Te están drogando?-preguntó. Me dí cuenta de mi risa tonta. Genial.
-Me han drogada, perdón, me han
drogado… Puede que no recuerde lo que vayas a decirme.
James soltó una
risotada y se acomodó en el asiento de al lado. Acerté a coger la mascarilla de
oxígeno, pero tiré algunas cosas de la mesa.
-Definitivamente, estás drogada-bromeó, negando varias veces.
-Oye ¡No te metas
conmigo!-exclamé, mientras mis ojos se cerraban-Cuéntame tu plan, por favor.
Vi como su cara
se transformaba. Se volvió más sería e impaciente.
-No vas a irte. Vas a quedarte
en Irlanda.
Reí a carcajadas
al oírle… Erín Roach estaba transformándose en una versión de mí que no podía
controlar. Pero estaba pasándomelo genial, así que no me importó lo más mínimo
estar felizmente ebria.
-Lo digo en serio. Vas a
quedarte en mi casa. Voy a contratar a una enfermera y tengo una habitación para ti. No te preocupes, tendrás mucha privacidad.
Esta vez no hubo
carcajada, ni ninguna palabra más procedente de mi boca. Suspiré y abrí un poco
más los ojos.
Estaba hablando
en serio. El desconocido y guapo amnésico, obsesionado conmigo... me quería de ocupa.
En mi cabeza se
repetían varias veces, de forma desordenada, lo que me acababa de decir. No
podía asimilarlo. Estaba totalmente atontada.
-¿Cómo?-Pregunté y aparté la
mascarilla de mi cara para tener todos mis sentidos en él.
Odié estar hasta
arriba de analgésicos.
-Sé que mi propuesta parece
rara, pero he hablado con Jerry… No creemos que sea lo mejor para ti que te vayas-prosiguió-Aquí tienes tu vida, tus amigos y… Creo que…
-Para-dije, ladeando la cabeza- No entiendo que hagas
esto por mí ¿Por qué?
Mis palabras
parecieron molestarle. Se levantó y se encogió de hombros, incómodo.
-Ya sabes que en mi cabeza tú… -empezó
a explicar, pero calló de repente y se frotó la cabeza- No puedes irte. Por
favor, Erín. Piénsalo. Tus padres no han puesto objeción, Jerry habló con
ellos...
De repente, dejé
de flotar y la caída libre me dejó con un impertinente dolor en el culo. El
hecho de que lo tuvieran todo planeado, sin importar mi opinión, me hizo pensar
en sí, en todo ese entresijo de situaciones que me azotaban últimamente, yo
había perdido sin saberlo, la voluntad sobre mi vida.
Y era así.
Todo eso
enmascaró la noticia de que no me iba a Inglaterra… No podía estar feliz, sino
que me sentía horriblemente inservible, una marioneta del circo del Sol. Y entonces, quise llorar... yo que sé, por alguna razón.
-¿Puedes irte?-susurré mirando
fijamente las sábanas- Vete, por favor.
-Pensaba que iba a gustarte la
idea.
-¿Y qué más da si me gusta? Ya
está decidido-dudé un segundo antes de hablar, esperando que el nudo me dejara
hacerlo- Gracias por aceptarme en tu casa.
-¡Vamos! No me digas que estás
enfadada…
-No lo estoy, pero déjame sola.
Quería que me
dejara en paz, porque no estaba acostumbrada a que hubiera tantas manos
manejándome a su antojo y ninguna fuera la mía. Porque hacía mucho que mis
decisiones eran mías, y por insignificante que fuera ese detalle, yo lo veía
como un modo de invalidarme por completo.
Por suerte, se fue y tampoco vino más aquella noche. Ni él, ni nadie. Al día siguiente,
después de las lágrimas de alguna que otra enfermera, de varios ramos de flores
y de buenos deseos… Volví a ver a mi desencantador Superman. Vino a recogerme
en su flamante coche, con su flamante chófer. No pude mirarle más de dos
segundos seguidos a sus preciosos ojos.
¿Qué por qué?
Obviamente me
encontraba en un estado de embriaguez emocional. Despedazada trocito a trocito,
intentado recomponerme antes de empezar a vivir de nuevo.
Y los comienzos
nunca son tan fáciles como los pintan.
Ay, me siento triste por Erín :( Y quiero averigüar porque James estaba tan siniestrooo, me ha dado miedo O.O El capítulo ha sido perfecto ¡te echaba de menos!
ResponderEliminarUn beso :*
Pobre Erín, sin control sobre su vida, debe de ser horrible. El capítulo me ha gustado mucho. Espero que pronto tengas el siguiente.
ResponderEliminarUn beso