viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 5: La definitiva caída del imperio de hielo.




La respuesta me vino fácilmente a la cabeza; Sí. Afirmativo. Te mueres por ese tío. Y una parte de mí, y odiaba a esa parte con todas mis ganas, empezó a reírse a carcajadas por lo cómica que parecía mi situación.

No, no estoy loca… No digo que hable conmigo misma, ni que sea una especie de ser extraño con doble personalidad, igual que Gollum del señor de los anillos. Pero últimamente, sentía que cada cosa que me pasaba, era observada por un subconsciente malvado que se burlaba de mí.

Bueno, a lo mejor sí que era locura.

Así que de nuevo, a pesar de lo enormemente cansada e inservible que me sentía, decidí decantarme por lo que menos me convenía, que era lo que no podía ignorar. Me deslicé hasta mi trono con ruedas y salí de la asquerosa habitación de hospital que tenía las horas contadas. Mi objetivo era absurdo, claro y temerario.

Buscar a James y pedirle explicaciones por ese regalo tan estrafalario que no me merecía. Ya, puede que me equivocara, pero era lo que sentía.


Digamos que no tenía otra escusa mejor para poder volver a verle. Por lo que recé, con todas mis ansias -a todos los seres relacionados con las religiones de este mundo- sólo para que me dieran un poco de suerte y que él no se hubiera ido a casa aún.

Estaba agotada y me pesaba todo el cuerpo. Así que decidí obviar los pasillos y meterme en el ascensor para bajar hasta la primera planta. Obviamente, algo de inteligencia me quedaba en ese momento y pulsé el botón para ir al parking.

Mientras bajaba, pensé en qué decir ¿Qué puedes decirle a alguien con quien quieres hablar, pero pareciendo que no quieres hablar, aunque realmente te mueres porque se quede hablando contigo?
Exactamente, lo primero en lo que pensé –absurdamente-, fue lo que dije cuando la puerta se abrió y le vi a los lejos, tan perfecto, apunto de montar en un coche negro. Una mala idea.

Mi corazón dio un vuelco -Más bien diría que hizo un salto mortal- y de mi garganta salió un torrente de voz, lo suficientemente fuerte para que llegara hasta dónde estaba… Lo bastante alto para que sonara violento. Ni siquiera me importó que no estuviera solo, estaba cegada por una furia inclasificable, movida por el ansia de volver a sus ojos.

                -¡EH, TÚ!

El esfuerzo, junto con la estupidez y una pizca de la confusa mirada de James, impactó en mi cicatriz. Me agarré el pecho como si me hubieran clavado una estaca. Soy idiota. La quemazón me hizo cerrar los ojos y esperar a que pasara, cuando los abrí, casi no vi nada… Todo estaba borroso, hasta que comenzó a aclararse y observé acongojada como él venía hacía mí con paso decidido.

                -¿Qué haces?-me espetó cuando estuvo lo suficientemente cerca. Su rostro, presa de la rabia, preocupación y asco me dejo muda un segundo. ¿Qué quería, flores y corazones? 
.
                -¿Te…?  ¿Vas a casa?-balbuceé nerviosa, sin cambiar mi expresión.

                -Me voy a casa, sí… Pero antes voy a acompañarte arriba.

                -El ascensor es rápido, no te preocupes.

                -¿Qué quieres?-preguntó otra vez.

Un chorro de palabras apareció ante mis ojos, frases que eran acertadas, emocionales y perfectas para ese momento:

“Qué no te vayas”

“Qué pases mi última noche conmigo”

“Despedirme de ti en condiciones”

Pero nada de eso.

                -Yo… El regalo que me has hecho… Es demasiado… No… No puedo.

Juro que tartamudeaba y respiraba peor que nadie en este mundo.

                -No digas tonterías ¿Desde cuándo uno no puede regalar lo que quiera?-contestó molesto.

Lo miré un momento, deteniéndome en la preciosa perspectiva de sus facciones que tenía desde el trono con ruedas.Y me despisté, olvidando completamente de lo que me acababa de decir. Puede que fuera por las pastillas que me hacían tener la mente en tres planetas a la vez.

                -Erín-me llamó-¿Hola? ¿Sigues aquí?

Escuchar mi nombre, me hizo perder el norte. Olvidé mi absurdo complejo de persona insensible, de búho emocional y dejé que el imperio de hielo cayera, que se derritiera de una vez. 

                -Mañana volveré a Inglaterra-susurré-No te has despedido de mí.

Y a la vez que mis mejillas aumentaban su temperatura y me arrepentía de haber soltado ese edulcorado discurso, James, el caballero andante, o Superman –como queráis llamarlo- se agachó junto a mí y me cogió la mano.

Me sonrió y la estrechó suavemente, acercándose a mi oído. Ay... mis ganas de todo con esa persona. Me esforcé por centrarme, pero oye, nada.

                -No quiero que te vayas-me dijo en voz baja.

Guau. Eso fue lo único que pensé cuando soltó eso. Pero seguí en mi papel.

                -¿Por qué? Si soy un incordio-un poco de pena no me venía mal para conquistarle.

                -Los incordios no están tan mal. Y yo soy un poco masoca. 

Hombre, de eso ya tenía una ligera idea cuando se tiró desde un acantilado a por mí. 

                -Gracias por el libro… Es precioso. Nunca me habían regalado algo tan… ¿Único? ¿Valioso? Yo que sé...

Los dos nos echamos a reír y él me besó en la mejilla.

                -Mejor subimos y te cuento algo en lo que he pensado-se dio la vuelta y le hizo un gesto al hombre que lo acompañaba.

Contuve el grito victorioso y la risa tonta que estaba obligando a mis labios a que se torcieran. Había ganado y la sensación era completamente satisfactoria. Mucho más que eso.

                -Subamos pues.


No sabía que la rendición resultaría tan dulce. No estaba tensa, ni nerviosa… Era como flotar. Al llegar, me arropó con la ropa de cama y colocó los cojines estratégicamente, de manera que aumentaba la sensación de estar en las nubes. Aunque puede que hubiera otras causas.

                -¿Te están drogando?-preguntó. Me dí cuenta de mi risa tonta. Genial.

                -Me han drogada, perdón, me han drogado… Puede que no recuerde lo que vayas a decirme.

James soltó una risotada y se acomodó en el asiento de al lado. Acerté a coger la mascarilla de oxígeno, pero tiré algunas cosas de la mesa.

                -Definitivamente, estás drogada-bromeó, negando varias veces. 

                -Oye ¡No te metas conmigo!-exclamé, mientras mis ojos se cerraban-Cuéntame tu plan, por favor.

Vi como su cara se transformaba. Se volvió más sería e impaciente.

                -No vas a irte. Vas a quedarte en Irlanda.

Reí a carcajadas al oírle… Erín Roach estaba transformándose en una versión de mí que no podía controlar. Pero estaba pasándomelo genial, así que no me importó lo más mínimo estar felizmente ebria.

                -Lo digo en serio. Vas a quedarte en mi casa. Voy a contratar a una enfermera y tengo una habitación para ti. No te preocupes, tendrás mucha privacidad.

Esta vez no hubo carcajada, ni ninguna palabra más procedente de mi boca. Suspiré y abrí un poco más los ojos.

Estaba hablando en serio. El desconocido y guapo amnésico, obsesionado conmigo... me quería de ocupa. 

En mi cabeza se repetían varias veces, de forma desordenada, lo que me acababa de decir. No podía asimilarlo. Estaba totalmente atontada.

                -¿Cómo?-Pregunté y aparté la mascarilla de mi cara para tener todos mis sentidos en él.

Odié estar hasta arriba de analgésicos.

                -Sé que mi propuesta parece rara, pero he hablado con Jerry… No creemos que sea lo mejor para ti que te vayas-prosiguió-Aquí tienes tu vida, tus amigos y… Creo que…

                -Para-dije, ladeando la cabeza- No entiendo que hagas esto por mí ¿Por qué?

Mis palabras parecieron molestarle. Se levantó y se encogió de hombros, incómodo.

                -Ya sabes que en mi cabeza tú… -empezó a explicar, pero calló de repente y se frotó la cabeza- No puedes irte. Por favor, Erín. Piénsalo. Tus padres no han puesto objeción, Jerry habló con ellos...

De repente, dejé de flotar y la caída libre me dejó con un impertinente dolor en el culo. El hecho de que lo tuvieran todo planeado, sin importar mi opinión, me hizo pensar en sí, en todo ese entresijo de situaciones que me azotaban últimamente, yo había perdido sin saberlo, la voluntad sobre mi vida.

Y era así.

Todo eso enmascaró la noticia de que no me iba a Inglaterra… No podía estar feliz, sino que me sentía horriblemente inservible, una marioneta del circo del Sol. Y entonces, quise llorar... yo que sé, por alguna razón. 

                -¿Puedes irte?-susurré mirando fijamente las sábanas- Vete, por favor.

                -Pensaba que iba a gustarte la idea.

                -¿Y qué más da si me gusta? Ya está decidido-dudé un segundo antes de hablar, esperando que el nudo me dejara hacerlo- Gracias por aceptarme en tu casa.

                -¡Vamos! No me digas que estás enfadada…

                -No lo estoy, pero déjame sola.

Quería que me dejara en paz, porque no estaba acostumbrada a que hubiera tantas manos manejándome a su antojo y ninguna fuera la mía. Porque hacía mucho que mis decisiones eran mías, y por insignificante que fuera ese detalle, yo lo veía como un modo de invalidarme por completo.

Por suerte, se fue y tampoco vino más aquella noche. Ni él, ni nadie. Al día siguiente, después de las lágrimas de alguna que otra enfermera, de varios ramos de flores y de buenos deseos… Volví a ver a mi desencantador Superman. Vino a recogerme en su flamante coche, con su flamante chófer. No pude mirarle más de dos segundos seguidos a sus preciosos ojos.

¿Qué por qué?

Obviamente me encontraba en un estado de embriaguez emocional. Despedazada trocito a trocito, intentado recomponerme antes de empezar a vivir de nuevo.

Y los comienzos nunca son tan fáciles como los pintan.




2 comentarios:

  1. Ay, me siento triste por Erín :( Y quiero averigüar porque James estaba tan siniestrooo, me ha dado miedo O.O El capítulo ha sido perfecto ¡te echaba de menos!
    Un beso :*

    ResponderEliminar
  2. Pobre Erín, sin control sobre su vida, debe de ser horrible. El capítulo me ha gustado mucho. Espero que pronto tengas el siguiente.
    Un beso

    ResponderEliminar