jueves, 12 de diciembre de 2013

Capítulo 9: La luz en un túnel muy largo.




Las siguientes semanas fueron una total monotonía que consistía en hacer esfuerzos continuamente: Esforzarme en levantarme, en charlar con Jerry, en avanzar, caminar… Ni siquiera era consciente de que hacía hasta que lo hacía. Y entonces, me preguntaba por qué el día era tan largo.

Cosas inexplicables de estar en shock.

Estaba aburrida continuamente y mis ganas de comer habían desaparecido. Mis avances no eran más que inútiles palos de ciego en alguna dirección errónea que no paraban de marearme.

Las madrugadas eran lo peor. Me despertaba gritando en mitad de la noche, sudando como un pollo y aterrada por alguna deliciosa pesadilla en la que me bañaba con delfines (por decirlo de manera suave). Empezaba a actuar de manera odiosa y llegó un momento, en que realmente quería matar a Jerry y a todo aquel que vivía en esa casa. Llevaba demasiado tiempo allí metida, pero me daba igual. Ya no era Erín, era una idiota con insomnio y mal genio. Una delicia para cualquiera que estuviera a mi alrededor. 

Mis amigas dejaron de venir, Jim dejó de llamar a la puerta y Jerry… bueno, Jerry se quedaba a dormir demasiadas noches. Incluso a él, que era la única persona en que podía confiar, lo trataba mal.

Me lo merecía, claro que me lo merecía y aun así, seguía haciendo méritos para seguir mereciéndolo… como si fuese una masoquista tonta y sin sentido, que va por la vida compadeciéndose de sí misma. Estaba tan enfadada que era imposible que me alegrara por nada. No lloraba, no reía y sólo hacía lo que me decían (dedicando, eso sí, caras largas a todo aquel que se interesaba por cambiar esta situación)


Odiosa ¿Verdad? Pues esta es toda la mierda que tienes que soportar si, de algún modo haces algo que cambia el curso de tu vida. Algo estúpido, moralmente cuestionable y que no te influye solo a ti.

No, no sobrellevaba ni por encima la depresión. Y yo que cría que el fondo estaba más arriba. 


Era un día de finales de septiembre, aunque no estaba segura de sí ya estábamos en octubre, porque llevaba todo ese tiempo sin salir de casa y en mi habitación con la calefacción, no notaba la llegada del frío. Me negaba a salir y no porque no quisiera ver la luz del sol, sino porque la lujosa casa de Jim, pegaba a unos acantilados. Todo genial, todo a mi favor. 

El día que descubrí ese curioso dato, estaba haciendo mi rehabilitación y tenía muchísimo calor. Exigí que abrieran las cortinas de mi habitación y en ese instante, me caí de culo al suelo y empecé a gritar insultos a todo aquél que me tocaba… ese día el señor Superman estaba conmigo y creo que fue de las últimas veces que lo vi. Sospechaba que el Duendecillo le había ordenado que no entrara a mi habitación, así que era imposible que lo viera en condiciones normales.

Bueno, el caso es, que ese día era anormalmente raro. Jerry no me había despertado temprano como acostumbraba, Diana tampoco se había pasado a revisarme (que tampoco me importó porque ese era el peor momento del día) y no escuchaba nada ni a nadie.Me pregunté si me habrían dejado sola como en la bella y la bestia, por falta de ganas de soportarme. Yo lo hubiera hecho. 

Me levanté de la cama y fui hasta el baño. Dejé la silla aparcada en la puerta y llegué sola hasta el lavabo. Sí, andaba desde hacía un par de semanas… un poco. Eso logró alegrarme una semana entera, después todo volvió a la normalidad. Me di una ducha rápida, me depilé… me miré en el espejo (cosa que no hacía desde que notaba más huesos de la cuenta) y hasta me peiné, desenredándome el pelo y dejándolo suelto. Saqué mi polvoriento estuche de maquillaje del mueble del baño y empecé a convertir un abstracto Picasso en un precioso Monet. Lo conseguí más o menos, nunca había sido de las de echarse dos kilos de pintura en la cara, así que me limité a tapar ojeras y dar color. Algo simple que me hizo sonreír al ver el resultado. Ni siquiera me molesté en tapar la cicatriz, era larga y un recuerdo de supervivencia que me hacía parecer dura. Más de la cuenta. 

¿Qué por qué de repente quería ser así? No sé, puede que estuviera hasta mi primer momento de lucidez en mucho tiempo. 

Después busqué entre mi ropa (que alguien había ordenado misteriosamente por colores en mi armario) y cogí un vestido de manga larga de flores azules. Me quedaba un poco grande, así que lo disimulé con una rebeca beige gordita, de punto.

Me senté en la silla de nuevo (caerme era algo que no quería hacer) y salí de mi habitación. Fuera se respiraba otra clase de aire, menos cargado e incluso menos oscuro. Avancé por el solitario pasillo y me metí en el ascensor.

Cuando llegué abajo, me di cuenta de que a mi silla se le había quedado atascada la rueda <<Fantástica suerte, como no>> Suspiré, poniendo los ojos en blanco y me levanté. Anduve despacio por el ancho vestíbulo hasta llegar al comedor, desierto.

Me pregunté si no habrían huido todos de mí. Habría sido lo más racional. Huir del monstruo enfadado que habitaba en el piso de arriba…

Pero entonces, en contra de todo pronóstico, oí unas risas procedentes de la cocina. Sentí un frenesí he intenté ir allí a toda velocidad. Como resultado, me di un golpe con una silla y tuve que agarrarme al sofá para no caerme.

                -¡Mierda!

Estaba sudando, pero llegué sin problemas a la puerta que había al otro lado del vestíbulo. La risa se escuchó otra vez, un sonido inconfundiblemente sexy que salía del señor Superman. Cogí el picaporte, pero me paré en seco ¿Y si estaba con ella? ¿Y si iba a interrumpir una escena nada agradable a mis ojos? Entonces, mi duendecillo me salvó la vida cuando escuché su voz.

                -Puede que tengamos que hacerlo-decía, divertido.

Así que lo hice, girar el pomo con decisión y abrir.

Los dos estaban desayunando en una mesita de madera que había en medio de la cocina. Qué por cierto, nunca la había visitado y era tan alucinante y grande como el resto del palacio. Sus caras al verme fueron una mezcla extraña de sorpresa y alivio… o quizás era incredulidad.

                -¡Erín!

                -Buenos…-empecé a decir con voz ronca, pero Jim se levantó de un salto y se lanzó a agarrarme por la cintura-Gracias, Jim.

                -De nada-murmuró sonriente, con los ojos brillantes. Puede que por verme. Mi felicidad creció de pronto.

                -Puede sola, Jim, despreocúpate un poco-le convenció Jerry, que parecía tan orgulloso que iba a explotar en cualquier momento.

                -No vamos a presionarla tanto-contestó el señor Superman.

Dulce y caballeroso… ¿De verdad? ¿Por mi?

                -Está bien, Jim-susurré.

Pero él no me soltó hasta que me senté en la silla. Estaba guapísimo con su sudadera y su pelo despeinado, tanto que casi me caigo de la silla intentando mirarle.

                -¡Te has peinado!-exclamó el puñetero duendecillo mirándome fijamente-¡Y te has pintado los labios!

                -No te emociones tanto-ñe solté, siguiendo mi línea.

                -¡Te has vestido! ¡Sola! ¿Estás siendo sarcástica? Dime que sí, por favor- empezaba a ponerse pesado, pero me hacía reír, así que me despreocupe y asentí. Lo vi palidecer.

                -Sí, todo eso junto. 

                -Ayer ni siquiera te levantaste de la cama. Y me suplicaste para que… Creo que las palabras exactas fueron “Salir de tu vida e irme a dónde alguien me aguantara” y luego unas palabras de relleno como Hijo de… piiiiiii

¿Qué se creía ese hombre en miniatura? ¿Qué podía destrozarme el día? Noté como volvía a tener nauseas recordando como lo había tratado el día anterior.

                -Jerry…-dijo Jim en ademán protector.

                -Es igual-murmuré y miré a los ojos a Jim. Mi interior empezó a ir a kilómetros por hora en su iris cristalino… Hasta que me recordó al mar y empezó a marearme.

Busqué algo en la cocina con lo que distraerme y vi un viejo molinillo de café.

                -Café, café de molinillo-después de elaborar esas palabras en mis cuerdas vocales, me di cuenta de lo lunática que me habían hecho sonar.

                -¿Qué? ¿En serio?-preguntó Jerry con el ceño muy fruncido-No vas a tomar café con la cantidad de pastillas que tomas ¿Estás loca?

                -Creo que algo de eso hay-respondí dedicándole una mueca de malestar.

                -Erín, hay tarta de chocolate y de plátano… cruasanes rellenos… ¿Qué te apetece?-me ofreció Jim, que parecía no recordar que le pegué la última vez que nos vimos. O eso creo. 

Era tan perfecto que resultaba insultante.

Miré hacia la mesa y negué. No quería volver a mirarle a los ojos. Necesitaba evitar esos pensamientos para no perder el control. Ay... pero es que era tan irresistible. 

                -No tengo hambre…

                -Ya sabía yo que no era todo maravilloso-empezó el puto duendecillo- Al final tendremos que ingresarte en un hospital y…

Mi paciencia culminó en la palabra hospital.

                -Podrías tener un poco de tacto y no ser tan obvio-gruñí, soltando todo el aire de mis pulmones con exasperación-Es solo una pequeña sugerencia. Siento mucho como te trato, no sé porque lo hago.

                -Estás trastornada y yo soy el que intenta que no lo estés.

                -¡Jerry, por favor!-exclamó Jim, malhumorado.

Por alguna razón a él le incomodaba más la conversación que a mi misma. Se preocupaba por mí y eso me enorgullecía. 

                -Lleva razón, ni siquiera sé que he hecho estás últimas semanas. También siento mucho como te trate a ti Jim, la última vez que…

Volví a mirarle atraída como un insecto que va hacia la luz. Tragué saliva y me dejé de cuidados, no me importaba si me volvía loca mirándole. Quería correr ese riesgo.

Me observó en silencio y me sonrió tiernamente.

                -Eh… No pasa nada.

                -Sí pasa-sugirió de nuevo el maldito duendecillo-¿Cuánto va a durar esto? Tienes que llorar y enfadarte, esto no me vale.

Mientras observaba a mi médico intentando sosegarme, me di cuenta de que el daño estaba hecho. Quería matarle. Mi mano cogió la taza del café de Jim, miré si estaba vacía (lo estaba) y la lancé con todas mis fuerzas hacia la pared detrás de Jerry, sin cambiar mi expresión facial. La taza hizo un ruido estrepitoso y calló al suelo en pequeños trozos.

El duendecillo empezó a aplaudirme en silencio. Se levantó y empezó a cortar un trozo de tarta de plátano. Y Jim… Bueno, creo que su mente ya no estaba en la misma habitación que nosotros. Parecía perdido entre el lugar dónde estaba su taza y yo. 

                -Ahora hazme un favor e intenta comer algo para así cerciorarme de que puedes seguir aquí y no en un hospital mental.

Me hablaba claro y eso me bastaba. Así que cogí el tenedor y le hice caso, haciendo un esfuerzo extra.

                -¿Está buena?-me preguntó Jim con prudencia. Había vuelto. 

De pronto escuché el pitido y noté que mi mareo aumentaba. Solté el tenedor en el plato, me tapé la boca con la mano y empecé a hacer ruidos vergonzosos al respirar. Vi de reojo como Jerry se levantaba e iba hasta mi lado. Me cogió los hombros y los presionó con fuerza.

                -Venga, respira-me animó, pero era casi imposible.

                -No puedo.

                -Sí puedes. Has llegado hasta aquí hoy. Estoy muy orgulloso, pero respira.

                -Je… no…-jadeé con más fuerza y me agarré a su brazo.

                -¿Lo oyes?

Asentí porque sabía a lo que se refería.

                -Mira a Jim. Mira a Jim. Está a tu lado-me indicó y lo hice, aterrada y ansiosa porque acabara.

Lo miré y aguanté la respiración. Estaba tenso y sexy y en aquella situación, pensé en sus labios. Era absurdo pero en aquel momento me pareció la única cosa que importaba en esa cocina. Él. Sus labios. Él, sus labios...

                -Estoy… Bien-murmuré cuando acabó y se fue ese inaguantable murmullo.

                -¿Mejor?-preguntó Jerry.

                -Sí...-sentencié, agarrándome el pecho con la mano. 

Ahora estaba avergonzada y orgullosa a partes iguales. Y agradecí que fuera más de lo segundo que de lo primero. Era la primera vez que controlaba mi ataque y si no hubiera estado mareada, me hubiera puesto a bailar encima de la mesa.

                -Voy a por la bombona-dijo Jerry, marchándose de allí.

Dejándome sola con el señor Superman, que me cogió la mano y la estrechó entre las suyas.

                -Tienes las manos heladas-murmuró en voz baja y las llevó hasta sus labios para calentarlas con su aliento.

Ahí puede decirse que empecé a volar y a ver nubes, arcoíris, unicornios violetas… Me estaba drogando con acciones y disfrutaba. Dios mío, era tan extraño que me olvidé de quienes éramos y de que nos unía un acantilado.

Se acercó a mí… me cogió de la barbilla y entonces, así de rápido, acercó mis labios a los suyos. ¡Sí! 

Cerré los ojos y dejé que me besara, flotando en esa sensación de estar viva otra vez. Sus labios y los míos en un beso perfecto. 

                -Sabes a plátano-susurró cuando se separó de mí. Vaciló un poco y volvió a besarme, está vez con más furia.

Me olvidé de respirar y le agarré el cuello, frenética. Gemí, viendo lucecitas de colores y perdí el equilibrio. Me agarró, rodeándome la espalda… tarde y caímos al suelo. El golpe resonó en mi cabeza, pero era algo insignificante al lado de tal grandeza.

                -¿Estás bien?-Me interrogó, encima de mí.

Adorando esa perspectiva, nunca había estado mejor.

                -Dile a Jerry que sus pastillas me están haciendo delirar y que no quiero…-Tenía mucho sueño de repente. Era imposible tener los ojos abiertos-… volver a mi habitación.

                -¿Erín?

                -Tengo sueño.

Noté una fuerte bofetada en la mejilla y abrí los ojos.

                -¡Erín! ¿Qué mierda te pasa?-Jim estaba en un estado muy alterado… pero me daba igual.

Estaba feliz.

                -Por favor, dime que te pasa ¿Qué te pasa? ¡JERRY! ¡JERRY!

                -¡Mírame Erín!-Ahora era la voz de Jerry, sacudiéndome-Ayúdame a levantarla ¡Venga, joder!

Noté otra bofetada y abrí los ojos. Esta vez, la realidad me dio un golpe mucho más fuerte en la cara.

Estaba en una bañera de agua congelada, ahogándome y tiritando. El gritó acabó en mi garganta y supe que debía estar soñando antes de despertar. Pero no era así.

Jerry me agarró los brazos y me zarandeó. Detrás de él estaba Jim, mojado y demacrado.

                -¡Estás bien!-exclamó el duende resoplando-Venga, tranquila.

                -Joder-susurró Jim echándose el pelo hacía atrás, aliviado.

No tenía ni puta idea de que les pasaba. Ni porque me habían metido ahí… pero aún me duraba la euforia de haber besado a el señor Superman. Un beso rozando la perfección, que más da si tenía un poco de fiebre. 

                -Tienes fiebre, Diana está viniendo hacia aquí. 

¿En serio? El único momento especial en semanas y… ¡Fiebre! Estaba tan cansada como furiosa y encima metida en una bañera. No tenía un momento de liberación, de sentirme normal... y otra vez mi suerte me recordaba el pago a mis actos. 

El colmo de aquello era que Diana, venía hacía allí. 



3 comentarios:

  1. Genial el capítulo, siempre te superas!!

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  2. Gran capítulo!
    Como es que tiene fiebre? Espero que no le pase nada malo....
    Ha besado a Jim! Le ha besado! Jim y Erin se van a pasear, y debajo de un arbol se van a besar! Lalala
    Un beso

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  3. Desde luego, un beso así entre el señor Superman y la chica malhumorada con un trauma es algo que llevaba esperando desde que se leí que se conocían. ¿Es impresión mía, o cada vez te superas más? Ojalá a Erín no le afecte mucho la fiebre.
    ¡Un besazo guapa! :*

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