Bajé a desayunar algo más nerviosa de la cuenta. Llevaba más de tres horas despierta, repasando
los puntos de mí vuelta a la vida. O a la universidad, como queráis llamarlo. Había empezado por la ropa, algo sencillo,
holgado y que no dijese “estoy en los huesos”, así que opté por un vestido suelto, de estampado de cuadros, hasta la rodilla y una rebeca de lana gorda. Después, metí los libros en el
bolso, repasé mi horario cuidadosamente para no cagarla el primer día y bajé a comer algo, aunque realmente estuviera demasiado nerviosa para meterme un sólo bocado en la boca.
Cuando
abrí la puerta de la cocina, ni siquiera había pensado en él. Y obviamente, allí estaba. Sentado en una silla de espaldas a mí (su espalda, digna de un libro aparte), con la mirada perdida en su cuenco de cereales. Como si fuera lo
más normal del mundo parecer atractivo así como así. Pero él lo era, de miles
de formas diferentes. Mi Superman, mi Batman… Es que me lo ponía tan difícil, que pensé en darme la vuelta y ducharme con agua fría.
Se giró y me sonrió al
verme entrar. Un gesto educado, en nuestra nueva etapa, un tanto engañosa, que
implicaba hacer como si no fuéramos quien éramos.
-Buenos días-me saludó, alzando
la mano por encima de la cabeza-¿Café?
Le lancé una
mirada cansada. Me moría por el café, pero Jerry no creía en mi relación con
él. El puto duendecillo...
-Buenos días-repetí, sentándome
a la mesa, justo enfrente de él- Y sí, quiero… pero no puedo. Tomaré un vaso de
leche, blanca y aburrida. Y llamaré a Heidi y haremos unos quesos.
-¿Hasta cuándo durará esa
prohibición?-preguntó, soltando una risita, dejando entrever sus dientes
perfectos- ¿No sabe Jerry lo que supone ir a la universidad? Aunque yo tampoco lo sepa muy bien...
Lo de bromear con su estado era algo en lo que estaba trabando. Yo a veces me quedaba algo pillada en ese humor negro, aunque la cosa iba normalizándose.
Lo de bromear con su estado era algo en lo que estaba trabando. Yo a veces me quedaba algo pillada en ese humor negro, aunque la cosa iba normalizándose.
-Sigue torturándome… Y créeme,
necesitaré algo más que café con lo poco que he dormido.
Mi comentario
logró incomodarle -empezaba a ser profesional en la materia de incomodar- Se puso tenso y se acomodó en la silla. Si había un tema que
provocara la atención de todos en esa casa, era las horas de sueño, lo que
llegaba a ser un poco patético. Sobre todo para mí, que había dedicado
mi primer año universitario a no dormir y salir de fiesta siempre que podía. No
dormir era un logro, un triunfo en la vida de una estudiante con demasiadas
cosas que hacer en veinticuatro horas. Pero ese ritmo frenético se había visto
ralentizado y lo había hecho yo solita.
-Llevas sin dormir bien
desde…-la frase de James, se quedó en el aire. Nuestras miradas se cruzaron y
mis mejillas empezaron a arder. Ay, no saques la conversación.
Sabía
perfectamente lo que quería decir.
No dormía bien
desde que dormí con él. Punto para Jim.
El universo y su
juego macabro, que hacía que mi ser interno se sintiera seguro con él, incluso
sin estar despierta. Vamos, otra mierda del destino en su intento de desprestigiarme.
-Lo sé, he estado nerviosa con
esto de volver-dije, quitándole hierro al asunto-He tardado días en pensar que
ponerme, en programar las clases para que Jerry estuviera conforme… todas esas
reglas que ha pensado. Incluso ha hecho una tabla con colorines y post-it… ¡Vuelvo a tener
cinco años!
-Puede que deba buscarse un
hobbit-Bromeó, en un susurro, como si alguien pudiera oírnos.
-Me haría un gran favor. Quizá
le regale un puzle. Uno de esos de constelaciones tan complicado ¿Qué te parece tres mil piezas?
-Incluso así tendría tiempo para
ti-reconoció, metiendose en la boca una cuchara de cereales. Y la leche se le cayó por la barbilla y se limpio... y ¡Joder! era imposible centrarse.
-Para nosotros-puntualicé, quitándole los ojos de encima.
-Para nosotros-puntualicé, quitándole los ojos de encima.
Y era cierto. El
duendecillo parecía tener un pacto con el diablo. Eso, o que en su casa debía
de tener reservas de café para años. Siempre estaba para nosotros, sin ojeras, ni bostezos ni caras largas.
-En serio, Erín, si estás
nerviosa podemos hablarlo. Quizá te tranquilice.
¿Tú? ¿Tranquilizarme?
¿Tú? ¿Tranquilizarme?
Quería
contestarle que no, que lo que me ponía nerviosa era él y sus ojos penetrantes.
Pero estaba acorralada, fingiendo que éramos dos personas en una situación
corriente, así que asentí varias veces, antes de hablar. E hizo un esfuerzo mayor para no cagarla.
-Creo que desde… nuestro
accidente, la gente ha estado esperando mi aparición estelar. Ahora voy a ser
carne de cañón. Además, ando fatal, llevo un bastón de anciana y una gran cicatriz en la
frente que dice “Casi me muero en un acantilado por ser una irlandesa de
mierda”.
-Es bueno tomártelo con
humor-reconoció, mirándome fijamente, formando una linea que se elevaba hacia arriba con esos labios jugosos. Mierda, Erín...- Vas por buen camino. Y no
todo el mundo sabe quién eres… Piensa que es un día normal, después de las
vacaciones de verano, que no ha pasado nada de lo que ha pasado.
Era un buen
consejo. Si no fuera para mí.
-Claro, siempre puedo… mmm
ignorar todo lo que ha pasado-repetí, suspirando-¿Vas a ser mi chófer?
-Por supuesto.
Me agaché para
coger mi bolso del suelo. Jim lo hizo también, con mucha rapidez, cogiéndome de
la cintura para ayudarme a ponerme en pie. Situaciones incómodas, en la que nos rozábamos y saltaban chispas. Me di la vuelta, sintiendo
como mi cara subía de temperatura. Roja cual tomate en una ensalada.
-¡Estoy lista! ¿Nos vamos ya?
Asintió y agachó
la mirada, sin moverse.
-Erín… quería… contarte
algo-murmuró con timidez. Sus mejillas se colorearon y yo me derretí.
-Claro-dije, acercándome un poco
más.
.
Pero entonces,
justo cuando sus labios se separaban para confesar, mi móvil empezó a sonar.
-Un momento… es… ¡Vaya, mi
madre!-exclamé, provocando que su expresión dura, se transformara en algo más
suave-Hola mamá.
Mi madre y su
sentido de la oportunidad. Como siempre que me llamaba, empezó a hablar
atolondradamente, contándome todo lo que podía en un tiempo record. Por
supuesto, yo no le prestaba mucha atención, estaba preocupada en la persona
herida que tenía delante. Hasta que finalmente, mi cerebro escuchó algo en su
discurso que hizo que me olvidara de lo demás.
-¿Cómo?-pregunté, asustada. Abrí los ojos y esperé a que alguien me despertara de la pesadill.
-Sí, tengo un viaje de negocios
y estaré contigo un par de semanas. También tengo una sesión de fotos y me
encantaría que me ayudaras…
Quería gritar, ponerme a llorar allí mismo, suplicarla que no viniera. No quería que mi madre volviera a Dublín y me viera tal y
como era ahora. Una persona borrosa y llena de problemas que se alejaba de la
Erín segura que dejó en el Hospital. Cuando hablaba por teléfono con ella, me
limitaba a fingir, pero en persona no podía hacerlo. Iba a pillarme. Me sentí
igual que cuando se me ocurrió montar una fiesta mientras mis padres estaban de
viaje. Tenía diecisiete años y era una inconsciente (algo más que ahora). Una
reunión con alcohol y demasiada gente que acabó con un encierro de varias
semanas.
Y casi con mi
virginidad.
-¿De verdad? Claro mamá, será
estupendo-fingí, poniendo una mueca de felicidad tan exagerada, que empezó a
dolerme la mandíbula.Como si pudiese verme.
-Llegaré el jueves por la
mañana. Será genial… Te llamó más tarde. Y suerte en tu primer día, cariño.
-Gracias mamá-murmuré,
apesadumbrada.
Colgué y levanté
la cabeza para mirar a Jim. Ni siquiera intenté ocultar que no era la mejor
noticia que podían darme y él lo sabía.
-¿Estás bien?-me preguntó.
-No, mi madre va a venir…-empecé
a decir, pero me paré en seco. No quería que eso me amargara el día, que ya
bastante complicado iba a resultarme-Pero no quiero hablar de eso ahora ¿Qué
ibas a decirme?
Se encogió de
brazos y suspiró.
-Nada importante, quizá más
tarde.
Por suerte para
todos, la capacidad para conducir de Jim no se había precipitado con nosotros
al mar, así que podía prescindir de otra compañía que no fuera él. Pero, aunque
sabía hacerlo y con asombrosa destreza, su gesto era tenso y serio. Sus manos
tenían un color blanquecino, cogiendo con fuerza el volante y sus ojos, estaban
fijos en la carretera. Ni siquiera intenté empezar una conversación por temor a
que una palabra pudiera descarrilarnos, por lo que me dediqué a contar las
veces que pestañeaba y a preocuparme al ver que eran muy pocas.
Por muy extraño
que fuera mi comportamiento, que visto con perspectiva, lo era... lo hice.
Llegamos al
parking universitario, repleto de gente y de vida. Jim aparcó cerca de la
entrada, cosa que agradecí enormemente. Aún no me había bajado del coche y ya
estaba temblando. Respiraba con lentitud, sosegando mis ganas de abortar esa
misión y esconderme debajo de la cama. Yo no era ninguna Lara croft, más bien todo lo contrario y me cagaba con ese tipo de situaciones. Miré por la ventanilla y me sorprendí al
ver que el mundo seguía allí, igual que siempre, aunque yo hubiera dado un giro
de 360 grados.
Los traumas a veces tienen ese efecto. Esperas que el mundo haya cambiado, pero lo único que ha cambiado eres tú.
Los traumas a veces tienen ese efecto. Esperas que el mundo haya cambiado, pero lo único que ha cambiado eres tú.
-Eh…-me llamó el señor Superman.
Me agarró la mano y volví a dirigir mis ojos a los suyos. A la perfección, a
la nada… A ese océano del que no tenía miedo. Por muy cursi que suene, que lo sé-Todo va a
ir bien ¿Lo sabes, no?
-Sí, claro-contesté, como embobada.
Parecía una
gilipollas cuando me colgaba en sus ojos. Era una gilipollas enamorada.
-¿Quieres que te acompañe a la
puerta?
-No. Voy a hacerlo sola, aunque
esperaré un momento aquí, por si veo a Fiona o Alana. No quiero caerme por las
escaleras de la facultad.
-No lo harás-sentenció con
seguridad.
Ni siquiera sé de
dónde la sacaba. Ni yo me fiaba de mí. Así que, confiada en sus palabras, abrí
la puerta y salí sola del coche. Avancé con pasos seguros y un tanto torpes
hasta que me giré y le dije adiós a Jim con la mano. Superman me sonrió, pero
no arrancó el coche. Y sé que no lo hizo por si me caía y tenía que lanzarse en
mi ayuda… Por cuarta o quinta vez. Su trabajo a jornada completa.
Por suerte, entré
en el edificio fácilmente e incluso dejé que se quedara conmigo esa expresión
tonta de cuando haces algo bien. Me daba igual lo demás. Estaba avanzando y eso
era una bocanada de aire fresco.
Pensé en Jerry y
que estaba deseando contarle esa sensación. Sí, hasta yo me extrañé de esa
ocurrencia… De querer compartir algo con ese duendecillo del demonio.
Por desgracia,
las cosas empezaron a ponerse cuesta arriba cuando la gente empezó a percatarse
de mi presencia. Y mira que yo intentaba pasar desapercibida. Pues nada. Me miraban con expresiones que iban desde el asombro, a la
pena. Me sentí avergonzada, así que bajé un poco la cabeza e ignoré a los
cientos de ojos que me observaban.
Habían pasado
cinco minutos y ya me encontraba fatal. Notaba la sensación de vacío de
siempre, exponencialmente multiplicada… y pude controlarla y evité ponerme a
gritar y a jadear como una loca. Entonces, como una salvadora terrenal,
apareció Fiona, dirigiéndose hacia mí.
En ese momento, hubiera jurado que detrás de ella había un halo de luz brillante.
En ese momento, hubiera jurado que detrás de ella había un halo de luz brillante.
Ordené a mis
piernas que se dieran prisa en llegar hasta ella y cuando lo hice, casi me
caigo encima. La abracé con fuerza y suspiré aliviada.
-Eh, eh… Frena, colega-dijo
sonriente. Aún no sabía si seguía enfadada conmigo, pero necesitaba estar con
ella y por suerte, casi todas nuestras clases eran juntas. Algo de suerte al fin.
Cuando me separé
de ella, comprendí que había sido una mala idea ese acto de afecto. Decenas de
personas nos miraban como si fuésemos un culebrón barato.
-Lo siento, estoy algo
nerviosa-susurré, mordiéndome el labio.
Ella me sonrió
como si no importase nada más en el mundo que nosotras. Y por eso me encantaba la actitud de Fiona, porque pasaba de todo el mundo.
-No pasa nada. Estoy aquí
contigo y vamos a… ¡Latín!-exclamó con un entusiasmo exagerado-Después algo de griego y
comeremos con Alana. He quedado con ella a doce en la parte buena del parque.
Hace un día genial hoy.
-Vale-acepté, agarrándome a su
brazo.
Después entramos
a una clase repleta de personas, dónde nos sentamos en una esquina. Obligué a
Fiona a hacerlo, ya que allí no iban a mirarme tanto.
Me equivocaba. Otra vez... lo que ya no me sorprendía.
La anciana señora
Murphy, profesora de latín, llegó a clase con su particular peinado de peluquería.
Su pelo plateado relucía con la laca y su traje burdeos estaba perfectamente
planchado. Dejó los libros sobre la mesa y echó un vistazo a la clase con seriedad.
Entonces, fijó
los ojos en mí y se detuvo.
Aquí empecé a
rezar por lo inevitable. Mi caída, mi muerte social, mi fama… en el primer día. ¡Mierda! Quería que pasara algo y que no abriera esa bocaza de labios perfilados. Invoqué a Dios, a Ala, a Buda, a Dumbledore...
-Señorita Roach, me complace
verla en mi clase. Me alegra ver que se está recuperándose bien-dijo, torciendo los
labios levemente hacia arriba, cosa que nunca había visto de esa mujer hasta
aquel día.
-Gracias-murmuré, queriendo
salir corriendo.
Sabía que era la novedad y que no iba a ser fácil olvidarme de ese bochorno. Pero era Erín
Roach y había sobrevivido a muchas cosas, así que una profesora vieja con ropa
cara no iba a amargarme la existencia.
-Vaya… Eres un fenómeno de
masas-susurró Fiona cerca de mí.
-Quiero llorar, creo que me ha
sonreído… Ha sido aterrador.
-Puede que mañana tengas una
verruga en la nariz.
Si había algo que
me gustaba de la universidad, era las charlas de clase con mi amiga. Eso hizo
que recordara lo mucho que disfrutaba de aquello en el pasado y que ese día,
supiese un poco mejor.
En la comida,
continuó la dinámica de la chica desgraciada comiendo en el parque. Pero tenía
a Alana y Fiona, hablando continuamente, lo que conseguía distraerme.
-Creo que este año me apuntaré a
fútbol. Es un deporte que aún no he practicado… Puede que no se me dé bien-nos informó Alana, mientras degustaba su ración de espinacas con jamón.
-Claro, como si no se te dieran
bien todos los deportes del mundo-le espetó Fiona.
-El año pasado fracasé con el
pin pon. No sé si lo recuerdas.
Le lancé una
mierda de súplica. No podía hablar en serio. Ella se preocupaba por el pin pon... Ojala fuera eso mi única preocupación en la vida.
-Mierda, no sabes darle a una pelota con una raqueta… Que drama-le solté.
-Bueno, a esa pelota con esa
raqueta. Juega a tenis desde los cuatro años-añadió Fiona.
-Dejar de meteros conmigo.
-Lo haríamos si dejaras de decir
tonterías-bromeé yo, metiéndome una patata en la boca con esfuerzo.
Era incapaz de
comer en aquel sitio tan… público.
-Deberías comer más de una patata, quizá así no te
mirarían en clase-escupió Fiona. Si algo no tenía, era tacto.
-Lo intento, pero es difícil.
Hay mucha gente aquí-me sinceré, nerviosa, frotando mis manos en la rebeca de
lana-Es…es difícil de explicar, pero antes pasaba desapercibida. Y ahora es
imposible. Soy el blanco.
-¿El blanco?-repitió Alana,
frunciendo el ceño.
-¡El de la diana!-explotó
Fiona-¿Qué blanco va a ser? ¿No te apuntaste a tiro con arco?
-¿Podrías dejar de ser tan
grosera por una vez en tu vida? No iba a acabar ahí la frase.
-Hablas un poquito
lento-replicó, tirándole un trozo de zanahoria a su pelo color zanahoria. Un show.
Suspiré y me llevé
la mano al pecho, cansada. Esperaba que el día terminara pronto y que por fin
pudiera dormir un rato.
-Me cansáis…-murmuré lentamente con la cabeza gacha, puede que con demasiada brusquedad.
Hubo un silencio incómodo en el que me arrepentí de haberlo dicho en voz alta. Les estaba dando pena para que se callaran. Golpe bajo.
Hubo un silencio incómodo en el que me arrepentí de haberlo dicho en voz alta. Les estaba dando pena para que se callaran. Golpe bajo.
-Lo siento-dijo Alana,
acariciándome el brazo-Somos idiotas. Con respecto a ser blanco… No lo eres. La
gente se cansará de ti en un par de días y dejarán de verte como la chica
lisiada a la que salvaron en un accidente…
La frase se quedó
en el aire, interrumpida por dos chicas y un chico que se sentaron a nuestro
lado.
-Hola Erín, soy Mónica-me saludó
una de ellas, estrechándome la mano. Tenía aspecto intelectual, el pelo oscuro y unas enormes gafas de pasta-Pertenezco al periódico de la universidad.
Estamos interesados en saber tu historia y poder publicarla. Aquí ha habido
muchos rumores sobre lo que pasó, pero solo tú conoces... la verdad ¿Nos harías el
enorme placer de concedernos una entrevista?-soltó, de carrerilla.
Me quede
boquiabierta, sin encontrar una palabra que decir. Y eso no era muy típico
en mí.
-¿Estáis de coña?-le espetó Fiona de mala manera después del shock inicial-La pobre chica intenta integrarse después de haber pasado un
infierno y vosotros queréis redactarlo y ponerlo en un periódico de mierda para que la gente lo lea… Y hasta
traéis un fotógrafo.
-Perdona, no sé quién eres, pero
estoy hablando con Erín.
-Soy su amiga, aunque eso no te interese.
Así que largo.
-Cariño, estás en la
universidad, no en un patio de colegio. No vamos buscando pelea-dijo la otra
chica rubia, que parecía sacada de un anuncio de neumáticos.
-Pues entonces marcharos de
aquí-escupió Alana con asco-Por favor.
-Está bien. Erín, ya sabes dónde
estamos…
Se marcharon y yo
todavía tenía la mirada sumergida en mis patatas. Había sido una cobarde en mi
primera crisis y empezaba a encontrarme mal. Respiré hondo y levanté la vista
del plato.
-Ha sido como una bala-dije,
mirando a Alana-Por favor, no me mires como si fuera un cachorrito herido.
-No, no es eso… Es que acabo de
comprender lo del blanco. Y jode.
-Lo siento, Erín-susurró Fiona esta vez-Puedo darles una paliza, tengo un primo que...
Una disculpa de
ella era tan confusa como la teoría del big ban. Así que le lancé una mirada de terror y se calló.
-¿Por qué te disculpas?-pregunté.
-Por no haberte entendido en el
tiempo que no nos llamaste… Estaba enfadada por ser “la amiga olvidada” y no me
puse a pensar en ti y todo esto. Llevo molesta desde entonces. En fin, que he sido un poco hija de puta.
-No pasa nada, yo también he
estado molesta con muchas cosas, pero ahora sin embargo soy feliz-¿De verdad había dicho eso? Guau. El duendecillo era un crac- Esto es lo
que Jerry me llevaba advirtiendo desde hacía semanas. La gente siente morbo por
este tipo de cosas y no puedes controlarlo. Lo único que puedes hacer es comer patatas con tus amigas
mientras pasa.
-Genial, patatas entonces-añadió
Alana con los ojos vidriosos-Por cierto, no nos has contado nada de
Jim y no sé a qué esperas.
Estábamos
teniendo una conversación perfecta hasta que salió su nombre. Y con él, todos
mis miedos y desesperanzas. Lo traía consigo, igual que la navidad y los
adornos, y el cine y las palomitas.
-Jim… -pronuncie, mirando al
infinito-¿Qué queréis saber? Hablamos de vez en cuando…
-Vamos, no seas así-terció
Fiona, algo molesta-Nos ocultas algo.
Claro que lo
hacía, pero si confesaba quizá iba a ser incluso peor. Además, mi pulmón
solitario no quería más conversaciones emotivas. Odiaba las conversaciones
emotivas.
-Puede que sea mejor que seamos
amigos. Simplemente-la última palabra me costó formularla.
-¿Qué dices? Pero… si… estás
enamorada. Bueno, algo así.
Las palabras de
Alana me derrotaron ¿Tan evidente era? Ni siquiera estaba segura de lo que
significaba él para mí, pero desde fuera se veía de otra manera, en 3D. Era un libro abierto.
-No creo que sea amor…-expliqué,
algo confusa. Después de escucharlo de su boca, sonaba más fácil que el lío más
enrevesado que yo tenía sobre mis sentimientos hacia el señor Superman.
Joder ¿No podía
ser algo fácil? Por una puta vez en mi vida.
-Te salvó. Estáis predestinados
o algo así… Como en las películas que le gustan a Alana-bromeó Fiona, aunque
encontré algo de realidad en sus palabras.
-Da igual. He decidido que no
sea así-sentencié.
Fiona bufó y puso
los ojos en blanco.
-Es absurdo...
-¿Qué?-Pregunté molesta.
-Tus decisiones… A ver, sino
porque ibas a decir algo así. Creo que esa cicatriz no es sólo superficial.
Medité la
respuesta unos segundos, cogí aire y cerré los ojos antes de decirlo.
-Porque no quiero que duela. Ya
he tenido suficiente dolor por una temporada.
Y con eso,
conseguí que ninguna supiera que decir. Así que hubo un largo silencio, que
culminó cuando miré el reloj y agradecí que la hora de comer hubiera terminado.
Por fin.
Las horas que me
quedaban, las pasé pensando en todo, menos en las clases. Mi cabeza se
recalentaba, reflexionando en todas las cosas que estaban pasando. La ecuación
era muy complicada para mi nivel básico resolviendo problemas y cada día que
pasaba, añadía una nueva incógnita, un nuevo número que multiplicaba mi maraña mental.
Como si con lo
demás no tuviera suficiente.
Por eso, cuando fui
a casa de Jerry para nuestra charla diaria y me abrió la puerta, mirándome con sus ojos color miel y su barba naranja… me puse a llorar como
una niña pequeña y lo abracé. No me importaba dejar de ser la Erín dura y cruel
que no mostraba sus sentimientos. Sólo necesitaba a ese duendecillo que me caía
realmente mal, a ese hombre absurdo de ropa chillona amante del té.
-Ha sido… ha sido una
mierda-sollocé en su pecho.
Tardó en
reaccionar, creo que estaba algo más desorientado que yo con el tema de mostrar
las emociones… Pero me abrazó también y eso logró reconfortarme.
Bien!!!! Capítulo nuevo, me encanta la historia . Admiro mucho la capacidad que tienes de describir esas emociones tan profundas en serio. Espero con ansias el siguiente capítulo .Besos ♡ ♡ ♡ ♡
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