Si pensáis que no
hay algo más molesto que un “te lo dije” en el momento en el que no lo quieres
escuchar, es la ausencia de él; das demasiada lástima. Acababa de aparecer
llorando en la casa de mi terapeuta anormalmente bajito. Creía que haciéndome
la valiente, además de ayudarme con los demás, lo haría conmigo misma; Sin
embargo, una vez más, mi teoría se hacía añicos ante mis ojos.
Pero volvamos a
ese momento, ese instante en el que ni siquiera sentía vergüenza, sino la
impresión de que me quitaba un peso de encima. Después de todo, estaba
descansando de la fabulosa interpretación en la que llevaba trabajando un par
de días. Mi perfecto papel merecedor de un Oscar, truncando por un hombre que
llevaba corbatas con animales estampados.
Lo abrazaba como
si me fuese la vida en ello, igual que el águila que agarra a su presa. Era
raro, pero con Jerry ya no había límites en cuanto a niveles de normalidad
establecidos. Me había visto denuda, en coma, gritando, pegándole…
Me separé poco a
poco de él cuando desapareció casi completamente esa angustia de mi pecho. Mi
miró y se encogió de hombros con gesto amable. Sabía perfectamente que quería
decirme con eso: no te preocupes.
-Hola-le saludé tímidamente.
-Bienvenida.
Me agarró del
brazo y me guió por un pasillo de parqué, sin mucha luz, hasta el salón de su casa. Una habitación amplia que asombraba nada más entrar. Los contrastes
entre el blanco y el negro, parecían sacados de una revista de moda. Los
muebles eran sobrios y cuadrados. El toque de color lo daban algunos detalles,
puestos de manera estratégica, como libros, cojines o un jarrón con peonías.
-¡Guau!-solté de repente.
Realmente me había dejado con la boca abierta.
-Mi novio… le gusta la
decoración-explicó abrumado-Siéntate.
-No… es genial… es
impresionante. A mí también me gusta la decoración.
Ni siquiera sé
porque le confesé eso… Así que evité el tema y me senté, algo dolorida. Mi
cuerpo llevaba mucho tiempo sin hacer ejercicio y un día entero en la
universidad, sin usar el ascensor para inválidos, implicaba que mis
extremidades inferiores fueran un constante y molesto hormigueo.
-¿Quieres algo? ¿Agua, coca
cola…?-me ofreció, poniendo las manos en jarras.
Por primera vez
me fijé en su ropa. No llevaba su habitual vestimenta, llena de camisas de
colores vivos y pantalones de pinzas. Llevaba una sudadera deportiva y unos
vaqueros que le quitaban unos años de encima.
-¿Coca cola? ¿No entraba en el
grupo de imposibles?
-En el supermercado las venden
sin cafeína-explicó, guiñándome un ojo.
-Bueno, en ese caso… me vendría
bien algo frío.
Desapareció un
momento, que aproveché para fijarme en los retratos que había colgados en la
pared de enfrente. No muy a menudo se tiene la posibilidad de husmear en la vida de alguien que lo sabe todo de ti. En casi todas las fotos salía Jerry y un hombre joven, corpulento y
bastante atractivo. En otra de ellas, el mismo tipo, estaba en un campo de
fútbol, con una equipación que le sentaba como un guante. Me parecía demasiado... anti duendecillo para que fuese su pareja. Siempre había pensado en él como en un doble de
Jerry, sólo que algo menos irritante, y no en un jugador de fútbol profesional-modelo.
No se me da muy
bien disimular, así que cuando volvió con mi coca cola y una cerveza, yo aún
estaba con la boca entreabierta, mirando la pared. Acabé dedicándole un gesto
extraño, como de complicidad, provocando que el duendecillo arqueara las cejas.
-Es… ¿Es tu marido el de las
fotos?-pregunté, lanzándome de cabeza al barro.
-Sí. Es jugador profesional.
-Es muy guapo…-confesé,
dedicándole una risita a Jerry- Y tiene buen gusto para las casas.
-Lo sé. Lo sé… -hizo una pausa y
suspiró-Y ahora te preguntarás qué hace con un tipo como yo.
Pensé unos
segundos que debía contestar a eso y me encogí de hombros para ganar tiempo.
-Creo que tiene suerte-murmuré,
mirando al suelo-Eres insufrible la mayoría de las veces… pero yo también lo
soy, así que supongo que eso no está tan mal… tenemos encanto.
Me miró fijamente
unos segundos y se echó a reír.
-¡Eres increíble! Me
refería al físico, pero gracias por subirme la moral.
-Oh-mis mejillas empezaron a
arder y también me eche a reír-¿Quién soy yo para hablar del físico?
Sí. Hice esa
pregunta, como algo casual… pero lejos de eso, se convirtió en una mala idea de
la que me arrepentí nada más conocer las intenciones del duendecillo. Quería abrir mi interior y rebuscar en esa gilipollez del físico.
-¿Por qué? ¿Cómo que quien eres
tú? Eres tú…Erín. Y eres preciosa.
Su cumplido me estremeció. Sólo me esperaría algo así de él su estuviera en mi lecho de muerte.
Su cumplido me estremeció. Sólo me esperaría algo así de él su estuviera en mi lecho de muerte.
-Bueno… Es sólo que… bueno, ya
sabes-me aclaré la garganta y dejé de mirarle, intentando que aquello no pasara
a más.
-No. No sé. Ilústrame-insitió. Mierda.
-Eh… bueno, apenas me tengo en
pie, estoy demasiado delgada… por no hablar de cómo estoy en ropa
interior-meneé la cabeza confundida y la agaché.
Estaba dentro de
una conversación que no me apetecía tener. Ni por asomo. Desde que había
conocido a Jerry, ninguna de nuestras charlas había tocado este tema tan
superficial.
-Has estado en coma, no hace
mucho Erín… no tienes que avergonzarte por eso. Deberías estar orgullosa.
-No creo que me avergüence, a
ver… es algo más complicado. La gente me mira porque parezco enferma. Siempre
he estado delgada, pero ahora es algo más allá. Como si hubiese envejecido.
-Las situaciones traumáticas nos
hacen cambiar. No eres la misma.
Y lo sabía, lo
sabía muy bien. Odiaba esa sensación. Empecé a sentir que podía explotar en
cualquier momento. Llorar, gritar… Nunca se sabía muy bien.
-Me siento… extraña. Fuera… de
mí.
-Sabes, cuando entré en tu
apartamento me sorprendí al ver que bailabas. He tratado con gente que ha
tenido accidentes y que después no ha podido seguir con sus aficiones, pero
ellos estaban destrozados. Me sorprende que tu no. He oído que eres bastante
buena-dijo, con tranquilidad.
No quería que
sacara ese punto. Y allí estaba. Me arrepentí de abrazarle, de hacerle cumplidos ¡Mierda de duendecillo! Llevaba mucho tiempo ignorando el tema, pero si había algo en lo que Jerry destaca era en eso, su mejor habilidad: Se metía en tu cabeza y lo ponía todo patas arriba.
Intenté seguir mi estrategia y ser un hielo.
Le miré y elevé
los labios hacia arriba.
-Lo era. Pero ahora ya no.
Tampoco es el fin del mundo… era solo ballet.
-No sé si dices eso por madurez
o porque te engañas a ti misma.
Su respuesta fue
demasiado sutil para mí. Intenté interceptarla, pero venía con una fuerza
descomunal.
Íbamos 10 a 0.
-No, en realidad no me preocupa.
Es… es algo que quizá me entristezca un poco pero si lo pienso es algo
insignificante. Puede que hace unos años hubiese querido morir sin danza,
porque soñaba con dedicarme a ello toda mi vida… pero no tengo quince años. Me
preocupan otras cosas más-respondí tensa-Otras cosas importantes… como que si
algún día podré volver a la normalidad, ir a la playa, dormir… ser
emocionalmente estable.
Me sentí orgullosa de mi respuesta. Si hubiera sido una entrevista de trabajo sería mío.
Me sentí orgullosa de mi respuesta. Si hubiera sido una entrevista de trabajo sería mío.
-¿Emocionalmente estable?-Y Jerry volvió a cargar.
-Mi madre va a venir a verme. Ni
siquiera sabe todo lo que ha pasado desde la última vez en el hospital. Lo único
que sabe es que volví a andar-me encogí de hombros y miré hacia la pared-Nada
sobre lo loca que estoy o que por las noches grito y que mi mejor amigo es mi
terapeuta. Supongo que ha sido perfecto que tenga tanto trabajo.
-Confesiones… que tendrás que
hacer tarde o temprano. El miedo es natural, significa que mejoras. Hace unos
meses hubieras inventado una excusa para que no te visitara. Y créeme, conozco
tus dotes para eso.
Sonreí débilmente
y bebí un trago de mi coca cola. Suspiré y dejé descansar la espalda en el
respaldo del sofá. Un comportamiento sustitutivo a darle la razón a Jerry.
Me analizaba sin esfuerzo, incluso mejor que yo misma.
Me compadecí de
su pobre marido en una típica pelea de matrimonio. Seguro que él transformaba
la situación para que pareciese inocente y ganar de manera aplastante. En aquel
momento, me resultó envidiable saber el mecanismo de las personas que te rodean.
Puede que hubiera elegido la carrera equivocada.
-Creo que ha llegado James. Y
puntual como siempre. Deberías aprender un poquito de él.
Eso logró ponerme
nerviosa. Me incorporé y miré hacia la ventana para ver la luz del su coche. Y realmente, me moría de ganas de verle.
-No te equivoques, él intenta
agradar a todos… es lo malo de tener amnesia, que te preocupas de las primeras
impresiones. Llegará un momento en el cual se relajará y entonces, vendrá tarde y
dejará de ser tan educado-le solté, fastidiada por las múltiples comparaciones
con el señor Superman.
Jerry cerró los
ojos y meneó la cabeza, acercándose a mí.
-Puede que él sea así y tú estés
cansada de vivir a su sombra-repuso con gesto cómplice.
Aquel comentario me
llegó a las entrañas. Me levanté del sofá rápidamente, sin recordar lo dolorida
que estaba, por lo que me tropecé de mala manera. Lo que me impidió caerme al
suelo fueron los brazos de Jerry, agarrándome por la cintura.
Otro de esos
agradables momentos de torpeza en los que hubiera preferido no existir.
-Cuidado…-advirtió el
duendecillo, sujetándome.
-No pasa nada. Ya estoy-dije,
intentando separarme de él.
Noté las piernas
entumecidas y pesadas, muy pesadas. Sabía perfectamente que no iba a poder
andar hasta que no descansara. Les había agotado la batería. Puede que hubiera
sido demasiado para ellas durante un día, así que me senté en el sofá,
resignada, apretando la mandíbula.
Lo que me
enfadaba de aquello era su increíble oportunidad, con James esperando en la
puerta.
-Creo que no… me duelen un poco...-empecé a decir sin
mirarle, incapaz de dejar a un lado mi grandioso e inconveniente orgullo de
mierda.
-Vamos, rodéame los hombros y
apóyate en mi-se ofreció Jerry, inclinándose un poco.
Le hice caso y lo
utilicé como sujeción, mientras mis piernas intentaban avanzar con lentitud
hacia la puerta. Empecé a sudar y sentirme mal, de un modo mental y físico.
Tenía un dolor horrible en la espalda, un pinchazo en el mismo lugar dónde,
prácticamente, me había roto. No me pasaba mucho, aunque cuando lo hacía, siempre pensaba si se paralizarían para siempre.
-Para… para un momento. Para por
favor-rogué parando en seco- Mierda.
-Puedo llamar a Jim para que te
lleve al coche. Él está mucho más fuerte que yo y no te tirará al suelo, lo que
yo seguro que…
-No… son… dos pasos más hasta el
coche. Puedo-le corté, ahogada.
-Está bien. No sé qué ganas con
ser tan orgullosa, ¿No te resulta agotador?
-¡Cállate!-espeté con rabia-Por
favor, estoy… algo estresada.
Por suerte me
hizo caso. Abrió la puerta y salimos a la calle. La temperatura había bajado y
estaba oscuro, así que agradecí el aire frío sobre mi rostro sudoroso. Levanté
la vista al coche y me topé con Jim, observándonos un segundo antes de saltar
fuera del coche. Corrió hacia nosotros con gesto crispado y le dirigió una
mirada a Jerry.
-¿Qué pasa?-preguntó, cogiendo
mi brazo con fuerza.
-No es nada, sólo… me duele un
poco la espalda-expliqué, pasando del cuello de Jerry al suyo.
De repente,
estaba suspendida en el aire, entre sus fuertes brazos y la presión de mi
cintura se había reducía un poco. Sólo debía preocuparme de la vergüenza y el mareo.
-Llévala a casa y ponle un
antinflamatorio de los que dejó Diana… sino te ves capaz, será mejor que
llames por teléfono-explicó el duendecillo.
Noté sin mirarle
como Superman asentía varias veces. No quería mirarle o no podía… Fuera lo que
fuese, prefería quedarme sumergida en su cuello y su camisa azul que olía a él.
-Sigo estando aquí-me quejé, con
la impresión de que me ignoraban.
-Está bien, creo que podré. Te
mandaré un mensaje más tarde-contestó Jim.
Salí de mi
escondite un minuto para dirigirle una sonrisa al duendecillo, después de todo
resultaba de ayuda.
-Descansa Erín.
-Gracias-murmuré, aguantando esa
penosa situación.
Rodeé el cuello
del señor Superman hasta que llegamos al coche. Me metió con sumo cuidado en el
asiento y le observé mientras me ponía el cinturón; parecía
preocupado y eso incrementaba la manera en la que me sentía mal.
-Estoy bien-le aseguré,
acariciándole la mejilla.
Suspiró y dirigió sus ojos hacia mí. Eso logró que me sintiera mucho mejor.
-No, estás sudando…-susurró,
acariciándome la frente-No te hagas la valiente, Roach, te conozco.
Luego hizo algo
que se escapaba de mi entendimiento: Se inclinó y me besó la frente antes de
cerrar la puerta del copiloto.
Me dejó algo
confundida. Muy confundida ¿Qué coño significa un beso en la frente? En ese
momento me pareció algo así como un gesto de buenos amigos o de hermanos. Y no,
no me hacía ninguna gracia. Y mira que lo había hecho antes, pero ahora me molestaba sobremanera.
Me quedé dormida
de vuelta a casa y desperté cuando no escuché el sonido constante del motor del
coche. Abrí los ojos y me percaté de que estaba sola en el interior. De
repente, Jim abrió mi puerta y se sorprendió al verme despierta.
-Buenas noches-me saludó divertido.
-Hola-repetí, colorada.
-Sé que no te gusta ser la
damisela en apuros, pero voy a llevarte dentro en brazos.
-Idiota… -susurré.
-Idiota… -susurré.
Se agachó y me
rodeó la cintura, quedándose a pocos centímetros de mí. Empecé a temblar y a
tener esa sonrisa tonta sobre los labios que me parecía patética. Yo lo era.
-Aún así voy a llevarte en
contra de tu voluntad. Espero que te parezca bien.
-Está bien-acepté, rodeándolo
con los brazos.
Me levantó con
facilidad. Noté un calambre doloroso en la parte inferior de la espalda y lo
agarré con más fuerza.
-Ya llegamos.
Le esperé en la cama mientras buscaba el botiquín para emergencias. El hormigueo en mis piernas empezaba a molestarme bastante... y llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Me preocupaba levantarme sin ese hormigueo, sin sentir nada. Tenía un
nudo en la garganta, un presentimiento de que el Karma guardaba algo más.
Intenté ignorarlo
y me incorporé para cambiarme de ropa. Me levanté, apoyándome en la cama y me
quité el vestido y las medias. Estaba agotada, así que no me importó quedarme
en ropa interior, y de todas formas, Jim ya me había visto desnuda.
O puede que el
esfuerzo me hubiera llevado a la falta de oxígeno y de eso, a la locura.
Volví a tumbarme
y esperé mirando hacia la puerta. No tenía ni idea de que iba a decir cuando
entrara, pero sorprendentemente, me daba igual.
Tardó poco en
volver. Abrió la puerta y me sonrió, frunciendo el ceño. Llevaba el botiquín en
la mano y el alcohol en la otra.
-El pijama…estaba lejos. No es
nada sexual.
Cerré los ojos y
me tapé la cara con las manos cuando escupí esas palabras, escuchando sus carcajadas.
-Voy a ponerte esto, pero por lo
que aprendido y, es mucho más bochornoso para mí que para ti, tiene que ser
intramuscular…-empezó a decirme, evitando mirarme, abochornado.
-En el culo… adelante-completé, facilitándole
las cosas.
Total, ese día ya
había sido demasiado como para complicarlo dándole importancia a aquello. A un culo.
Me di la vuelta y
evité mirarlo. Noté sus manos en mi cintura y como me bajaba unos pocos
centímetros las bragas, después sentí el pinchazo y el dolor que conllevaba ese
fármaco entrando en mi glúteo.
-Ya está, creo que lo he hecho
bien-dijo, sentándose a mi lado- estarás mejor en unas horas. O eso me ha dicho
la enfermera. Será mejor que te metas en la cama o vas a coger frío.
Me di la vuelta,
quedándome bocarriba y le miré desde esa perspectiva que le quedaba tan bien. Se
puso a guardar distraído la aguja y el algodón, como si yo no estuviera allí.
Eran esas cosas raras de Jim, que no sabías si estaba contigo o a miles de
kilómetros…
Y yo lo quería allí conmigo.
Y yo lo quería allí conmigo.
-¿Puedes quedarte conmigo esta
noche?-pregunté de repente.
No lo pensé
mucho, sólo quería dormir con él a mi lado. Arqueó las cejas y cerró los ojos
unos segundos, suspirando. ¡No quería dormir conmigo! -Y yo resultaba imbécil poniéndoselo- Después se puso en pie y me abrió la cama, haciéndome un gesto
para que me metiese dentro.
-¿Eso es un sí?-inquirí,
ansiando una respuesta.
-Me quedaré aquí, tranquila.
Me metí en el
nórdico y me acomodé la almohada. Pero él se quedó sentado a mi lado, apoyado
en el cabecero.
Demasiado
perfecto para ser verdad. Tenía que ser tan respetuoso, tan raro que me
trastocaba todas mis investigaciones en el sexo opuesto. Había decidido no
hacer caso a esa atracción, aun así le estaba pidiendo que pasara la noche en
mi cama ¿Me contradecía a mí misma? Puede que sí, pero estaba idiotizada y
había hecho promesas que eran difíciles de cumplir.
En conjunto, me superaba no saber qué quería.
Cogió un libro de mi mesita y se puso a ojearlo. Era El jardín a la luz de
la luna, de Corina Bomann, un regalo de Jerry para distraerme, que aún no lo
había empezado.
-Parece interesante…
-Ya-murmuré. ¿Acaso íbamos a hablar de libros?
-¿Aún no lo has empezado?-preguntó, dirigiendo la
vista hacia mí.
-No, no lo he…
Mis palabras se quedaron en el aire, noté otro pinchazo y me quede callada,
cambiando de postura.
-¿Qué pasa?
-Nada, solo que mi espalda está celosa…
Tenía un nudo en el estómago, uno enorme que me impedía seguir hablando.
Respiré hondo, intentando que no se notara mi grado de preocupación. Aunque fuera
imposible, ya que mis ojos empezaban a escocer y eso significaba llanto
inminente.
Me arrepentí de haberle dicho que se quedara.
-Erín, háblame-susurró,
cogiéndome la barbilla y obligándome a encontrarme frente a él.
Caí directa a sus garras. Ya no podía escapar de allí, de un
depredador tan silencioso y calculador. Así que no me quedaba otra opción que
rendirme y esperar a ciegas a cuál de ellos iba a encontrarme.
Y eso me aterraba.
-Lo siento-me disculpé-hoy ha
sido un día largo y ahora… creía que estaba bien, pero me duele todo y tú… tú
quieres hablar de libros… no sé qué hago… y no sé que quieres con tus...
De nuevo, no pude terminar de hablar, pero esta vez, no fue por mi propia
debilidad. Me agarró el cuello con ambas manos y me callo besándome. Me quedé
paralizada y lo único que fui capaz de hacer fue cerrar los ojos y dejarme llevar. Se
separó de mí y respiró despacio, antes de volver a hundir sus labios en los
míos otra vez, con dulzura. Y otra vez. Y yo claro, encantada.
Por suerte, volvía a ser Superman. Y besaba genial.
-Duérmete-susurró en mi oído,
acomodándome en su pecho.
No dije nada más, necesitaba asimilar lo que acababa de pasar
y lo que iba a ser de nosotros a partir de ahora. Puede que él estuviera tan
confundido como yo, o que aquello fuera una tregua que no iba a durar mucho
tiempo. Ni siquiera tenía claro si quería llegar hasta ahí, a complicarlo más…
De lo que estaba segura, por muy dura que intentara parecer,
era que le quería de una forma que aún no llegaba a entender.
Quizá hubiera cambiado mi opinión sobre un
beso en la frente.
Hola JANE! Jo lo siento mucho pero es que últimamente estoy mmuy ocupada porque estoy estudiando fuera de España! Que tal estas? Que sepas que me he sacado mi tiempo para leerte guapa1 Y como siempre, ya sabes que me encantan tus historias! Espero el siguiente capo con ganas !
ResponderEliminarUn beso cielo!
Cada vez que me paso me leo unos cuantos capítulos de lo desactivada que soy. Ya lo siento! Un beso cielo ! Me ha encantado!
ResponderEliminarHola!! La verdad que tus historias me gustan muchísimo, me tienen totalmente enganchada, escribes genial!! Subiras pronto mas capitulos???;-);-);-);-);-) por cierto me llamo ingrid
ResponderEliminarholaa, estoy muy enganchada con la historia y quisiera saber que pasa, llevo esperando bastante el capitulo, espero subas pronto porfavooor
ResponderEliminarHola!!!
ResponderEliminarQueria preguntat si no vas a seguir esta historia, me gusta mucho y llevo un tiempo pasando por aqui pero no sigue :'(:'(:'(:'(:'(